Un Misterio (para)normal

CAPITULO 1

Hoy es un día nuevo. Me levanto temprano para ir a la universidad. Las noches son raras, largas y poco productivas. Hay días que me levanto como si no hubiera dormido, y es que, en realidad, no he dormido. Las figuras desconocidas y borrosas que veía con ocho años, nunca me han abandonado. Siempre están en mis sueños, y la mayoría de ellos, me provocan pesadillas. Dormir cuando ves fantasmas es difícil.

Cuando entro a la cocina, mi tía ya esta encargada del desayuno. Desganada me siento en la mesa a la vez que ella me coloca un plato con un revuelto y algo de fruta. Mira mi gesto con una sonrisa. Ella sabe que odio la universidad, igual que odié el colegio y el instituto, o igual que odio cualquier lugar donde haya mucha gente. Que tenga esta capacidad no es ningún regalo, es una forma muy desagradable de hacer amigos, y ella lo sabe.

— Buenos días, sobrina. Cómetelo todo, hoy es un gran día —dice con voz cantarina.

Mi tía siempre ha sido una mujer muy feliz. Totalmente opuesto a su hermana, es decir, mi madre. Os preguntareis porque vivo con mi tía. En realidad, es muy sencillo, simplemente hui de casa. Mi madre me odió e ignoró desde aquel momento, con ocho años, en el que mi abuela me contó todo lo que tenía que saber sobre mi don.

 

Todo ocurrió el día después a mi undécimo cumpleaños. Bajaba a la cocina como cada mañana, lista a tomar mí desayuno para poder ir al colegio con fuerzas renovadas. Las pesadillas seguían y siempre me levantaba cansada, por suerte, ver a mi madre me alegraba. Solo que ese día ella estaba distinta. Desde el momento en que me senté a la mesa, mi madre —aquella mujer que me crio, me cuidó, y jugó conmigo— no fue capaz de mirarme a la cara.

El día en el cole fue horrible, como casi todos los demás. Y cuando se acercaba la hora de volver a casa, mi madre no fue a buscarme. Desilusionada, me tocó recorrer el camino a mi sola. Por suerte ya me le sabía de memoria y no tuve ningún problema.

Cuando abría la puerta de casa, corrí por los pasillos en busca de mi madre con la intención de echarle una gran bronca. La encontré en la habitación, hablando sola, lo que quería decir que estaba con el teléfono. Sabía que estaba mal escuchar a escondidas, pero la curiosidad era un defecto que llevaba conmigo desde nacimiento. Sin hacer ruido escuché lo que decía mi madre.

— No puedo más, madre. —dijo mi madre al desconocido. Deduje entonces que hablaba con la abuela.

— No he pegado ojo en toda la noche, no ha hecho más que llorar y gritar por culpa de las pesadillas. La veo hablando sola a todas horas. Estoy asustada. No la quiero en mi casa.

No quería creer lo que mi madre decía. No quería a su única hija en casa, a mí. Sabía que mi don era una carga, pero nunca me imaginé que sería tan molesto para mi madre.

A punto de llorar, seguí escuchando, al parecer todavía no había acabado la llamada.

— Sé que es mi hija, y la quiero mucho, pero antes de todo la quiero lejos de aquí. Me da miedo. Yo nunca pedí esto para ella.

<< ¿La daba miedo? >> pensé. << ¿A mí propia madre? >>

Llena de rabia y desilusión, corrí hacía mi habitación. Me dio igual si mi madre me escuchó, estaba muy enfadad con ella y no la quería volver a ver. Saqué la pequeña maleta de Ladybug que mi madre había comprado por mi cumpleaños, y metí todas las cosas que creía necesarias: algo de ropa, mis peluches, algunos cuentos, y la hucha donde tenía todas mis ahorros. No tenía ni idea donde podría ir, pero sí tenía claro que en aquella casa no era bienvenida.

Con todo listo, arrastré la pesada maleta por las escaleras, y sin decir nada a nadie, salí de casa. Si mi madre me escuchó, nunca lo sabré. Lo que sí tenía claro es que nunca fue a buscarme.

Horas después, cuando empezaba a oscurecer, llegué a un nuevo vecindario. Había caminado mucho y mis piernas dolían. Conocía aquellas calles de otras veces, sabía que en alguna de esa casa vivía mi tía. Era la única a la que podía acudir, mi abuela viví en una ciudad vecina.

Temblorosa, llorando, y cansada, llamé a la puerta que recordaba, rezando por que fuera la casa acertada. Cuando abrieron la puerta, una señora igual a mi mamá se sorprendió de verme allí.

— Pero ¿Qué haces aquí, sobrina? No es recomendable que salgas a la calle a estas horas y encima tu solita.

— Mi madre no me quiere —dije entre susurros.

Mi tía por fin se fijó en la maleta que escondía detrás de mi espalda. Sin decir ni una palabra más me dejó pasar aquel nuevo lugar. Un sitio que se convirtió en mi nuevo hogar.

 

Por suerte, mi tía Marta lo sabía todo. Mi abuela las había educado ambas hijas por igual sobre las visiones de espectros, solo que una se lo tomó mejor que la otra. Así que de un día para otro, toda mi vida, cambió para siempre.

— Gracias tía, eso me lo dices todos los días, y todos los días son horribles.

— Bueno, eso depende de la actitud con la que empieces el día.

Negué con la cabeza. Yo era totalmente diferente a mi tía, siempre iba deprimida por la vida, y escondida bajo una larga mata de pelo rubio que usaba como refugio para no ver cosas que no quería. Según mi tía y mi abuela, era una jovencita de 22 años de lo más guapa, tenía una larga melena rubia, una cara redonda de piel fina, los labios carnosos y rosados, y unos grandes ojos verdes. No era muy alta, pero estaba conforme con mi tamaño, y siempre que podía, me vestía lo más cómoda que podía, es decir, en chándal. Mi tía siempre me pedía que me arreglara un poco más. Ella pensaba, que si cuidaba mi aspecto, podría llamar la atención de algún chico. A mí, en realidad, eso no me importaba en absoluto. Tener novio, era la menor de mis preocupaciones.

Cuando termino mi desayuno, y me visto con unos viejos vaqueros y una camisa básica, me despido de mi tía y camino hasta la parada del autobús. La universidad en la que estudio, por suerte, está dentro de la ciudad en la que vivo. Dropwood, es una ciudad pequeña formada principalmente por casas unifamiliares y chalets, cada una a su modo enseña superficialmente el nivel socioeconómico de aquellos que viven en su interior. En mi caso, mi familia no era muy rica, pero siempre salíamos adelante con las facturas y éramos felices con lo que teníamos.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, amor

Editado: 02.03.2021

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