Un Misterio (para)normal

CAPÍTULO 5

El grita

Y no entiendo muy bien porqué, yo también grito.

No he debido pensarlo muy bien. Un segundo después recuerdo que no puedo estar aquí, y cuando salgan a comprobar qué pasa solo me verán a mí: una desconocida sentada en el suelo gritando como una loca. Para nada normal. Me levanto apresurada del suelo antes de que me vea alguien. El chico parece estar en shock.

<< ¿Acaso eso es posible?>>

Decido que no es momento de pensar en cosas estúpidas justo en ese momento, lo menos que me puede pasar es que vaya a casa con una multa. Pero teniendo en cuenta la mala suerte que me persigue desde nacimiento, seguro que acabo durmiendo en la cárcel, y la verdad, no es algo que esté deseando.

Me doy la vuelta en un intento de huir antes de que me vea algún miembro de las distintas familias, pero es inútil. Con las prisas, no soy capaz de ver el carrito de la enfermera que esta cruzado en medio del pasillo. Este vuelca haciendo un sonido estridente, y yo acabo con mi culo mal herido en el suelo. Presiento que mi final se acerca, pues varios pares de ojos me miran desde lo alto. En ese momento me siento como un ciervo ante unos faros del coche: asustada e inmóvil. Todos empiezan a gritar, aunque la verdad es que no oigo a ninguno de ellos. Gritan a la vez y mi cerebro, aún torpe por el golpe, no es capaz de procesar las palabras.

— ¿Qué hace esta niña aquí? —pregunta una señora muy mayor.

Eso me duele más que la caída de culo. Tengo 22 años, no soy ninguna niña, casi tengo una carrera y hace mucho que tuve mi primer período. Sin embargo, para la gente eso le da igual, mi interacción con otras personas siempre ha estado influenciada por mi rostro infantil. Y esta es una razón más por la que odio comunicarme con otros seres humanos.

Una tercera voz hace que salga de mi ensoñación. El chico fantasma ya cien por cien despierto, me habla para que me vaya. Levantándome del suelo como puedo, salgo corriendo de allí. No cojo ni el ascensor, tengo miedo de que me persigan y me hagan algo horrible. Puedo parecer demasiado dramática, pero siempre he defendido que es mejor prevenir que curar. Bajando escalón a escalón, no miro atrás. No dejo de correr. Cuando ya estoy en las calle, mis piernas no paran. Incluso cuando mis músculos duelen, me falla la respiración, y mi corazón ya no puede bombear más deprisa, sigo corriendo hasta la puerta de mi casa. Una vez dentro, tranco con llave y me siento en el suelo.

Guardo silencio, la casa está en silencio y no se oye nada. Mi tía no está, tal y como dijo, y el único murmullo que se oye es el de mi corazón yendo a mil por hora. Todo esto me deja claro que no pienso volver a ese hospital, no si quiero que me linchen unas familias muy cabreadas. Sin duda he descubierto algo, y voy a tener que encontrar otra manera de contactar con esos chicos. Pero de momento no, demasiadas emociones por un día.

¥

Después de una ducha relajante, llamo a Camila para que venga a casa. Ella cargada de comida basura, entra por la puerta pronunciando miles de preguntas. Conociéndola, la hago sentarse en el sofá y la cuento toda la historia.

— ¡Guau!

— ¿Solo vas a decir eso? —pregunto indignada. Contarla todo tenía el propósito de ordenar mis ideas. Pensaba que teniendo en cuenta otro punto de vista, podría ayudarme a entender lo que había pasado esta mañana.

— ¿Qué quieres que te diga? ¡Es algo increíble! Te llevas de calle un carrito lleno de material médico, y unos padres cabreados casi te pegan. Chica, eres la persona más rara que conozco.

— Gracias Camila, para qué tener enemigos si te tengo a ti.

— No te pongas en plan gruñona. Según lo veo, esto es muy fácil —escucho con atención lo que me dice— Todas las noches sueñas con fantasmas y esas cosas ¿no? —asiento confirmando sus palabras— pues bien, cuando te vayas a la cama, soñarás con ellos de nuevo, está claro. Luego les dices un sitio dónde poder veros y arreglado.

Lo pienso durante unos minutos. No me había acordado de mis horas de sueño. Sin duda, es una solución. Por razones como estas, es por lo que necesitaba a mi amiga.

— Es verdad, hablaré con ellos esta noche. Gracias amiga. ¿Te quedas a dormir?

— Ni loca, la última vez me echaste de tu cama a patadas, y encima no hacías más que hablar. Te quiero, pero necesito mis horitas de sueño para estar guapa. Nos vemos mañana.

— Vale, hasta mañana.

Lo que decía era cierto, dormir conmigo era muy difícil y lo odiaba. Era un asunto que siempre me preocupaba a la hora de salir con un chico. En mi vida, no había tenido muchos novios, solo uno —el cuál solo duró un mes. Fracaso total—. Ya de por sí me consideraban rara y antisocial; si salía con alguien, debía decirle lo de mi don. Debía explicarle todo, pero tenía miedo. La gente es mala con las personas que se salen del molde: si no eres como el resto de la población, te desprecian y critican, no quería ser tachada de loca y acabar en un manicomio. Por eso prefería estar sola.

Unas horas después, Camila por fin se marcha y yo me meto en la cama. Ha sido un día emocionante, y aunque parece mentira, me siento cansada. No tardo mucho en quedarme dormida. Hago lo que dijo mi amiga, les intento buscar entre todos los espíritus que buscaban mi ayuda. Quiero ignorarlos, pero que toda esta gente aparezca en mis sueños, absorbe parte de mi energía. Es inútil ignorarlos. Uno a uno hablo con ellos, intentando solucionar el más mínimo inconveniente. No es hasta que estoy a punto de despertar, cuando les veo. Son ellos, sin duda. No han cambiado y siguen igual de perdidos.

Me acerco con cuidado y les hablo usando la voz más suave que tengo. El chico de esta tarde me reconoce en cuento me ve— a pesar de ir vestida con mi pijama favorito.

— ¡Tu! Eres la chica de esta tarde. ¿Conseguiste huir?

— Estoy aquí, así que sí. Por suerte, vuestras familias solo querían asustarme. Tenemos que quedar los tres para hablar, en un sitio que no sea transitado por muchas personas y esté lejos de vuestras familias.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, amor

Editado: 02.03.2021

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