Un Misterio (para)normal

CAPÍTULO 7

Siento que es un nuevo día. Ayer se me olvidó cerrar la persiana del todo, y justo ahora, la luz me da directamente en la cara. Intento esconderme de la luz, pero es inútil. Es fin de semana y no tengo pensado madrugar, pero este inconveniente me impide cumplir mi sueño de seguir durmiendo. Por suerte, esta noche las visiones se han mantenido al límite, por lo que, por primera vez, he podido descansar de verdad.

Cuando por fin decido abrir los ojos —pues veo inútil intentar dormir— me encuentro con tres pares de ojos mirándome atentamente. Del susto grito. Ellos gritan. Y al intentar salir de la cama, me enredo con las sabanas y me caigo.

Esto es increíble, ya no tengo privacidad ni en mi casa. Cabreada y humillada me levanto del suelo, intentado desenredar mis piernas.

— ¿¡SE PUEDE SABER QUE HACÉIS AQUÍ?! —grito furiosa. Tal vez demasiado.

— ¿Cómo habéis encontrado mi casa?

— ¿En serio acabas de preguntar esa estupidez? —dice Nathan desde el escritorio.

— Mira señor oscuro, no tengo ganas de aguantarte a estas horas.

— Somos fantasmas, te hemos seguido y hemos atravesado las puertas. Así de fácil —para evitar más discusiones, Alex decide responder— Además, con ese pijama, estas muy bien. No sabía que tanta ropa escondiera ese cuerpo.

Me miro en el espejo del armario y pego un grito interno. Llevo un pijama corto de verano que no deja mucho a la imaginación. Es primavera y el tiempo parece incierto, pero en esta casa siempre hace demasiado calor, por lo que siempre duermo con una camisa de tirantes, y unos pantalones muy muy cortos. Nunca me he quejado de mi cuerpo. No es perfecto como el de Camila, tonificado y terso en las partes indicadas. Pero supongo que encaja dentro del estándar de belleza. Avergonzada porque me están mirando tres chicos muy guapos, me tapo con las sabanas de nuevo.

— ¿Sabéis? No es muy educado que os auto invitéis a mi casa. Existe la privacidad y todo eso.

— No te quejes tanto mujer, tampoco hemos visto gran cosa.

— ¿Lleváis mucho tiempo aquí? —pregunto asustada. Me pregunto qué habré hecho mientras dormía.

— Un rato ¿Sabes que babeas mientras duermes?

— Emm… sí, pero…

— ¡Querida! —la voz de mi tía se oye desde la cocina. Me parece extraño. A pesar de ser sábado, ella tiene la costumbre de desaparecer todos los días de la semana, e incluso en festivos.

Los chicos se asustan al oír los pasos de mi tía por el pasillo. Asustados se ponen a correr por toda la habitación, mirando por todos los lados, buscando un lugar para esconderse. En ese momento, me dan ganas de golpear mi cabeza contra la pared. Al parecer, mis nuevos “amigos” todavía no tienen asumido que no les puede ver nadie.

— ¿Queréis dejar de hacer el tonto? —gruño— No puede veros.

Estos paran de golpe en el sitio, como si mis palabras hayan sido un golpe doloroso contra el suelo. ¿Tal vez debería ser más sensible? Cuando estoy a punto de disculparme mi tía abre la puerta de la habitación. Sí, sin llamar.

— ¡Querida! ¿Pasa algo? No me has contestado y no has bajado a desayunar.

— Nada tía, todo perfecto por aquí. Me estaba vistiendo, ahora mismo bajo.

— Te he escuchado gritar y hablar sola ¿Hay alguien contigo?

— Unos fantasmas tía.

— De acuerdo cielo, diles que bajen a desayunar también.

— Los fantasmas no pueden comer, tía. Ya lo sabes.

— Sí, sí, solo era una broma. No tardes que se enfría el desayuno. Yo me tengo que ir un momento, no volveré muy tarde. Tienes la casa para ti sola, no hagas nada que yo no haría.

— Claro tía, hasta luego. —Ella por fin se marcha y nos deja a los cuatro en la habitación. Los chicos me miran asombrados. Como si hubieran visto un fantasma. Menuda ironía.

— ¿Ella sabe que puedes vernos?

— Claro. Mi abuela las ha educado muy bien a ella y a mi madre. Ya os lo explicaré con más tranquilidad. Voy a bajar a desayunar.

— ¿Y porque no vives con tu madre?

El señor oscuro, o don inoportuno, lanza la pregunta del millón de dólares. Sabía que en algún momento tendría que contestar a esa verdad dolorosa. Aún duele, en el fondo sé que no lo he superado. Y hablar con tres completos desconocidos no es la mejor forma de empezar a pasar página, después de casi 11 años. Con mi expresión más seria, le hablo directamente a Nathan.

— Eso no es asunto tuyo. Y si queréis que os ayude, será mejor que lo dejéis así.

Sin ganas ni siquiera de cambiarme de ropa, e ignorando a los nuevos compañeros de mi vida, bajo a desayunar. Si quiero hacer frente a esta locura, primero necesito coger fuerzas.

¥

— ¿Seguro que no podemos comer nada?

Observo como de nuevo tres pares de ojos me miran muy atentamente mientras llevo una tostada a mi boca. Si van a estar encima de mí todo el día, esto va a convertirse en un suplicio. Toda mujer desea con tener tres chicos guapos a su disposición. En mi caso, esto no es cierto. Como ya he dicho, disfruto de mi soledad. Viendo que va a ser difícil desayunar si ellos me miran, dejo la tostada a un lado.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, amor

Editado: 02.03.2021

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