Han pasado una semana desde que decidí ayudar a los chicos. Desde entonces mi vida se ha convertido en un caos. Os explico. Los chicos no me dejan en paz en ningún momento del día, solo cuando voy a ducharme. Y no, no es nada agradable. Sus recuerdos no vuelven y cada vez se hace más difícil seguir las pistas, se puede decir que nos encontramos en un punto muerto. No sabemos muy bien cómo seguir, y eso molesta a los chicos. Sobre todo a Nathan. Este chico parece usar el sarcasmo y la frustración como modo de protección.
Entiendo que cada uno tiene su forma de ser, pero me gustaría averiguar más sobre ellos. Tengo intención de ayudarles, pero en el fondo a penas les conozco. Lo único que tengo claro es que tiene un buen corazón, o por lo menos, es lo que quiero pensar.
La carrera la tengo un poco abandonada, por suerte acabé los exámenes finales hace unos días, y ahora apenas damos teoría nueva. Sí así fuera, tendría ceros como rosquillas. Desde hace días solo puedo centrarme en ayudar a los chicos lo más pronto posible, otra semana ha pasado y se acaba su tiempo. Me siento frustrada, y pienso que me estoy involucrando demasiado emocionalmente en este asunto. Sin embargo, así soy yo aunque no lo parezca.
Me encuentro en mi habitación, sola. Los chicos decidieron ir con sus familias un rato, además, les mandé ir a sus casa a ver si recuperaban algo de información que les permitiera recordar. Gracias a los trucos que me dejó mi abuela en su cuaderno, les enseñé a usar su fuerza vital —la poca que les queda— para poder coger cosas, por lo que ahora, no traspasan todo lo que tocan.
Repaso de arriba abajo toda la información que hemos recogido. No es mucha. No es nada. Cada vez tengo más claro que necesito saber más sobre la vida de los chicos, a lo mejor de esta manera, pueda averiguar algo esencial que se nos escapa.
Bostezo. Estoy cansada. A pesar de que las pesallidas parecen remitir algunas noches, no duermo bien. No hago más que dar vueltas a los pensamientos, lo que ocasiona que me vaya tarde a la cama y no duerma. A mi tía apenas la veo, cuando me levanto por las mañana ella ya no está; y cuando me voy a la cama, todavía no ha venido. Es extraño, y me preocupo. Pero no puedo pensar también en ella, a veces siento que mi cabeza va a explotar.
Me quedo dormida en algún momento de la tarde. Una suave y fría brisa me despierta. Sé de inmediato que son los chicos, mis sentidos se ponen alerta siempre que andan cerca, y mi piel se eriza como la de un gato sintiendo su presencia. Cuando levanto la cabeza del escritorio les veo a los tres delante de mí. Estas distintos, más transparentes y desdibujados, el truco que les he enseñado tiene sus consecuencias, sumado a que les queda menos de tres semanas para desaparecer. No les puedo ver así. Mi corazón se encoge de pena y dolor.
— ¿Te hemos despertado? —pregunta Logan. Al parecer, ahora habla más. Al principio siempre se mostraba borde, alejado, taciturno. Con el paso de los días, su actitud ha cambiado, demostrando su decisión a seguir viviendo. Alex también ha cambiado, ha cogido mucha confianza y todos los días parece coquetear conmigo. Solo me causa gracia. Le he empezado a considerar como mi hermano. Y Nathan, sigue igual, con sus ropas oscuras, silencioso, y con mirada amenazante. Como he dicho, no sé qué esperar de él.
— No, solo estaba descansando los ojos —río— ¿Qué tal os ha ido? ¿Os habéis cambiado de ropa?
— Sí, ¿Te gusta? — los tres llevan estilos parecidos a los que tenían en un principio, pero los conjuntos son distintos. No se puede negar que no están guapos.
— Estáis bien, no sabía que pudierais hacer eso. —digo extrañada.
— ¡Qué novedad! En realidad no sabes nada de nada.
— ¡Nathan, no te pases! Nos está ayudando —me defiende Alex.
— ¿A sí? Y ¿Hemos avanzado algo en esta semana? Yo lo veo todo igual, incluso cada día sabemos menos. Lo único que está claro es que el tiempo pasa, yo me siento más cansado, y ella no es capaz de ayudarnos.
— Bueno, si fuerais capaces de recordar algo, tal vez tendríamos algo.
— ¡Ya sabes que no podemos! ¡Esto es una mierda! — dice Nathan enfadado. Usando su nueva habilidad empieza a coger las cosas de mi cuarto y romperlo todo. No le detengo, creo que es algo que necesita, y aunque me da pena ver como rompe las pocas cosas que me quedan, le dejo que siga. ¿Le debería parar? Seguramente, así solo conseguirá cansarse más y quedarse sin energía. Solo observo, al igual que los demás.
Mi habitación, aunque es grande, no tiene muchas cosas: lo principal es una mesilla al lado de la cama, donde siempre descansa un libro nuevo; el escritorio, desordenado y repleto de papeles de la universidad; el armario, con la misma ropa de siempre; y un par de estanterías que acogen fotos, y algún pequeño recuerdo de mi infancia.
Todo lo que pasa por sus manos acaba destrozado: pequeños adornos, figuras de colección, libros de clase, papeles, la silla, los cuadros…no deja nada. Ahora mismo Nathan no existe, es simplemente un huracán que acaba con todo a su paso. Después de lo que parecen horas, se tranquiliza. Para, mira todo el destrozo, se gira y se pone a llorar. No se va. Nosotros lo miramos en silencio. Él solo se sienta en el suelo, en una esquina, y sigue llorando. Miro a los demás, y me levanto al final de la silla. Con cuidado de no pisar algo y caerme al suelo, me acerco a él, despacio, como si fuera un pequeño animal asustado. Todavía nadie ha dicho nada, como si tuviéramos miedo de romper el extraño ambiente que se ha creado en la habitación. Acabamos de ver la parte más vulnerable de Nathan y tenemos miedo.
Me siento a su lado, despacio. Los chicos imitan mis pasos y se sientan delante de él. Nathan no nos ve, sigue llorando con la cara oculta entre las rodillas; y aunque me gustaría abrazarle, sé que no puedo.
— ¿Estás mejor? —pregunto susurrando. Tengo miedo de que el mínimo movimiento le asuste como a un animal indefenso y desaparezca.
Editado: 02.03.2021