— ¿Sí? ¿Quién eres?
Escucho suspiros de alivio detrás de mí. Evito mirar hacia atrás, pues sé que la única que verá a los tres chicos seré yo. Para este joven soy una total desconocida, por lo que ordeno a mi cerebro hablar para evitar que el tal Lucas cierre la puerta justo en mis narices.
— ¡Hola! Soy Sarabell, estaba buscando a Lucas Sullivan.
— Sí, soy yo ¿Te puedo ayudar en algo? ¿Te has perdido?
— Quería hablar contigo sobre un tema delicado, si me dejases pasar…
— Perdona niña, pero no te conozco. No pienso dejar entrar a personas desconocidas.
<< ¿Niña? >> pienso
Soy un año menor que él. ¿Es que acaso mi rostro me sigue jugando la misma broma? No es algo que me pueda cambiar y con lo que tengo que vivir. Veo en su postura tensa, y en sus oscuros ojos que está dispuesto a cerrar esa puerta y no volverla a abrir. Lo tengo que evitar, porque si no, perderé la opción de hablar con él. Necesitamos cualquier detalle para averiguar la verdad, y me da en la nariz que este parece saber algo que esconde.
Desesperada por buscar una solución, Nathan se decide a intervenir.
— Dile, que su música favorita es el rock. Su d. Por eso decidió meterse en el mundo de la droga. Es en esos años cuando me conoció, y se acabó enamorando de mí. Igual que yo de él.
Parece que Nathan no habla lo suficientemente rápido, y aunque tengo miedo de no poder decir las mismas palabras, las repito como un loro justo cuando solo quedan dos centímetros de luz.
— ¡Te gusta el rock! — grito con esperanza. Lucas asombrado, espera a que diga algo más.
— ¿Y? A mucha gente le gusta.
— Sé que tu madre está enferma y necesita dinero para las medicinas; y su hermana pequeña quiere ir a la universidad. Por eso te dedicabas a las drogas, solo querías lo mejor para ellas. Sé que cuando estabas en ese mundo conociste a Nathan. Y por último, sé que te enamoraste de él, igual que él se enamoró de ti.
El mundo parece estar en silencio. No se oye a los coches, ni a los pájaros, y tampoco ninguna de nuestras respiraciones. Sin poder evitarlo estoy aguantando la respiración. La puerta sigue igual. Y parece que pasan horas, hasta que Lucas, pálido y algo asustado, vuelve a abrir la puerta del todo.
— ¿Cómo sabes todo eso?
— ¿Puedo pasar? No es algo que se deba hablar en la calle
Duda. Mira en todas las direcciones. Una vez que se ha asegurado que no hay nadie, se aparta y me deja pasar. Sin desaprovechar la oportunidad, avanzo a la casa en silencio. Los chicos vienen justo detrás de mí. Lucas por fin, cierra la puerta.
— Sígueme.
El avanza delante por el enorme recibidor. Sin poder ocultar mi asombro, miro alrededor con emoción. Todo es enorme, blanco, y delicado. Me da miedo andar y que se rompa algo, pues solo con verlo se sabe que todo en esa casa es caro.
El recibidor se abre hacía dos habitaciones y unas escaleras. A la derecha se puede ver la sala de estar: unos cuantos sofás, una mesa de te, y una enorme chimenea es lo único que llego a ver desde la puerta. Justo delante de la entrada, unas escaleras suben a la segunda o tercera planta, y por lo tanto a los dormitorios. Sin embargo, Lucas nos dirige a la habitación de la izquierda. Una vez que entro puedo ver una cocina más grande que mi casa. En frente encontramos dos encimeras de mármol gris, los muebles, y algunas sillas altas. Imagino que para comer allí. Al otro lado de la cocina, una mesa con cuatro sillas espera a sus invitados. En este caso, me esperan a mí.
Lucas se sienta en una silla. Yo me quedo de pie, esperando a que me invite. No parece tener prisa. Con su postura medio tumbada en la silla, saca una cajetilla de cigarros del bolso delantero de su pantalón, y un mechero. Con todo el tiempo del mundo, se coloca aquella deliciosa adicción entre sus labios y la enciende. El humo y aquel repugnante olor, rápidamente llena el espacio de la cocina, y aunque no soporto que la gente fume, me obligo a no decir nada.
Después de reflexionar unos minutos en silencio, y de aclarar sus decisiones, parece darse cuenta de mi situación y me ofrece el asiento.
— Por favor, siéntate. Estoy bastante emocionado por averiguar cómo conoces tú esos detalles de mi vida. Es muy curioso.
— Esto es difícil de decirlo, la verdad.
— Adelante, en mi joven vida he visto y oído de todo. —Teniendo su permiso, saco mi cuaderno de notas, el boli y empiezo a preguntar.
— Primero me gustaría preguntarte ¿Desde cuándo no ves a Nathan?
— ¿Qué tiene que ver él en esta conversación? — sé que está evadiendo las preguntas. Pero a este juego, pueden jugar dos.
— Es importante que me respondas, por favor.
Otra vez, pensando si me responde o me hecha a patadas de su casa, se queda mirando a un punto fijo, en silencio, mientras el humo entra y sale de su boca.
— No le veo desde hace mucho tiempo.
— ¿Me podrías decir cuándo fue la última vez?
— Pues si estamos en verano, fue a principios de primavera, sobre marzo. No vino a comprar mercancía, solo a verme. Había discutido de nuevo con su padre, y necesitaba a alguien con quien habar.
— Bien. ¿Conoces a Alex Anderson, o Logan Brown?
— No me suenan de nada.
— ¿Desde cuando eres amigo de Nathan?
— Desde hace unos años. Cuando él tenía 18, creo, vino a comprar mercancía. Venía casi todos los días. Al principio se la vendía, era dinero para mí, y no me importaba que hacía con su vida. Después de un tiempo, su consumo aumento a niveles que asustaba. Una noche le dije que no le vendería más, que me asustaba que le pasase algo. Él se fue muy enfadado, gritando y ciego de ira. Le encontré unas horas después, en un callejón medio muerto. Me le traje a casa y le decidí ayudar. Desde entonces nos convertimos en…amigos. —asiento. La historia coincide con lo que contó Nathan.
Editado: 02.03.2021