Un movimiento en falso

Capítulo 15

La música retumba en las paredes del recinto. No como un ruido, sino como un pulso que me atraviesa entera.

Estoy sola en la pista. Solo yo, el sonido, el hielo y el eco de mi respiración acompasada.

Hace un mes, estaba sentada en una camilla de fisioterapia, con una venda en la rodilla, temiendo no volver a patinar como antes. Hace un mes, me dolía más el alma que el cuerpo. Pero hoy…

Hoy, vuelo.

Mis cuchillas rasgan el hielo con precisión. Mis brazos se abren en una espiral que he practicado hasta en sueños. La coreografía me recorre como si fuera una segunda piel, una que construí pedazo a pedazo en cada ensayo, en cada caída, en cada noche que terminé llorando de frustración y me levanté decidida a no rendirme.

Deslizo el cuerpo hacia adelante, una mano casi tocando el hielo, y luego me impulso. El giro doble se siente limpio. Aterrizo con firmeza y dejo que la música me guíe hacia el siguiente paso. No pienso en el dolor. No pienso en el pasado. Solo estoy aquí.

Ahora.

El aire corta mis mejillas. Giro sobre mí misma en una secuencia de pasos cruzados y una pirueta que me lleva al centro de la pista. Mi respiración se agita, pero no me detengo. No aún. El punto culminante se acerca. Ese momento en que la coreografía se vuelve un grito y una caricia al mismo tiempo.

Doy el salto.

Durante el segundo en que estoy suspendida en el aire, me siento invencible. Ligera. Como si ni siquiera tuviera historia ni cicatrices. Solo libertad.

Caigo.

Perfecto.

Y por primera vez en semanas, sonrío mientras aún estoy en movimiento. Porque ya no tengo miedo.

La canción entra en su último compás. Mi cuerpo gira con gracia hacia una posición final, una rodilla doblada, el torso hacia el frente, el rostro elevado.

Termina.

Silencio.

La pista queda en calma, como si el hielo también estuviera exhalando conmigo.

Estoy jadeando. El corazón me late como un tambor, pero no por agotamiento… sino por orgullo. Mis piernas tiemblan, sí. Pero no por debilidad. Sino por la fuerza que acaban de demostrar. Por la forma en que han sostenido mi alma durante cuatro intensas semanas de fisioterapia, estiramientos, masajes, y repeticiones infinitas.

Dejo que el aire entre y salga. Cierro los ojos un segundo. Y dejo que todo lo que siento se asiente. Todo lo que gané de nuevo.

Mi cuerpo.

Mi seguridad.

Mi pasión.

—¡Eso fue increíble!

La voz resuena desde las gradas.

Abro los ojos y veo a mi entrenadora aplaudiendo, una sonrisa genuina en su rostro. No me había dado cuenta de que alguien más había llegado. Pero verla ahí, aplaudiendo de pie, me da un golpe de emoción que me sacude el pecho.

—¡Delaney! —grita otra voz, esta vez más familiar.

Kayden.

Lo veo al pie de la pista, vestido aún con su camiseta negra y jeans gastados. Se nota que vino corriendo desde su práctica porque su cabello está húmedo y su mochila cuelga descuidadamente de un solo hombro.

—¿Desde cuándo estás ahí? —pregunto mientras patino hacia él.

—Desde que volaste —responde con una sonrisa torcida—. Literalmente. ¿Cómo haces eso? Estaba seguro de que ibas a flotar por los aires.

—Meses de entrenamiento —respondo con una risita mientras me acerco al borde.

Él se inclina hacia adelante y yo me acerco, dejando que sus dedos se enreden en los míos. Me jala un poco hacia él, solo lo suficiente para dejar un beso rápido en mi frente.

—Estoy tan orgulloso de ti, Del —susurra, rozando su nariz con la mía—. Sabía que volverías más fuerte.

Lo miro a los ojos. Esos ojos grises que han sido mi ancla y mi impulso. A través de cada fisioterapia, cada vendaje, cada desvelo.

—No lo habría logrado sin ti —le digo en voz baja.

Él niega.

—Lo lograste por ti misma. Yo solo estuve cerca para recordarte lo fuerte que eres.

Sonrío.

Y entonces me separo un poco. Me giro sobre mis patines, dejando que la inercia me lleve en una vuelta lenta. Siento sus ojos sobre mí mientras me alejo de nuevo hacia el centro de la pista.

Respiro profundo.

Y vuelvo a empezar la música.

Porque quiero hacerlo otra vez. Solo para mí.

Para saborearlo.

Para grabar en cada célula la certeza de que regresé.

Y esta vez, no hay dolor que me detenga.

***

Hay algo… raro.

No malo. No exactamente. Pero lo suficientemente extraño como para que no pueda ignorarlo.

Cierro la puerta de casa con una ligera presión en el pecho. No es ansiedad, tampoco tristeza. Es esa sensación de que algo está por pasar. Algo importante. Y sé exactamente desde cuándo comenzó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.