Un movimiento en falso

Capítulo 2

Me levanto con el estómago revuelto. No sé si es por el sueño que no descansó bien o por la idea de bajar a desayunar en una casa que ya no siento del todo mía. Me amarro el cabello rubio en una coleta floja, me pongo un buzo gris y mis jeans favoritos y trato de no pensar demasiado mientras bajo las escaleras.

El olor a café me llega antes de llegar a la cocina. Por un segundo, me engaño. Cierro los ojos y finjo que solo está papá, que la mañana es como cualquier otra de los últimos años. Pero apenas piso la última escalera, el murmullo de voces ajenas me devuelve a la realidad como una bofetada suave, pero persistente

Están ahí.

Papá en la cabecera de la mesa, con el periódico doblado a un lado. La nueva esposa —Luciana, aunque me cuesta usar su nombre—, sentada frente a él con una sonrisa tranquila, como si ya llevara años desayunando aquí. Y Kayden, en una silla más alejada, con un tazón de cereal frente a él y el celular en la mano. Ni siquiera levanta la vista cuando entro.

—Buenos días, Laney —dice papá con ese tono que intenta sonar normal, como si no notara lo forzado que se siente todo.

—Buenos días —respondo, apenas un hilo de voz.

Luciana me sonríe. Me esfuerzo en no mirarla demasiado.

—Hice huevos revueltos con queso. También hay fruta fresca y pan tostado —dice, con la voz amable de alguien que intenta acercarse sin invadir.

Solo asiento. Me sirvo una rebanada de pan y tomo una manzana, lo más rápido que puedo. Me siento en la punta de la mesa, lo más lejos posible, y me concentro en pelar la fruta como si eso fuera lo único importante del universo.

Nadie dice mucho más durante unos minutos. Solo el ruido de las cucharas, el sorbo del café de papá, el clic del celular de Kayden.

—Kayden empezará hoy las clases en la universidad —dice papá de repente, rompiendo la tensión como quien lanza una piedra en un estanque congelado—. Le están trayendo su auto, pero pensé que podrías llevarlo tú, Laney, ya que van al mismo campus.

Mi garganta se cierra un poco.

—¿Qué?

—Solo por hoy —añade papá, como si fuera un favor menor.

—Puedo ir en Uber —interviene Kayden por primera vez, sin apartar la vista del celular.

—No, no es necesario —responde papá antes de que yo pueda decir nada—. Laney puede llevarte, ¿verdad?

Muerdo la manzana con fuerza. Me arde un poco la mandíbula.

—Sí, claro —miento, tragándome la molestia. No es por él. Es por todo. Por no haber elegido esto. Por tener que fingir que está bien.

Kayden me lanza una mirada rápida. Ni agradecido ni incómodo. Solo... neutral. Como si estuviera acostumbrado a no esperar demasiado de nadie.

Termino el desayuno en silencio. Me levanto antes de que puedan pedirme algo más y subo a buscar mi bolso y las llaves del Audi. Me detengo frente al espejo del pasillo. Mis ojos se ven más apagados que ayer.

Minutos después, Kayden sale de la casa con una mochila negra al hombro. Se acerca al coche y abre la puerta del copiloto sin decir nada. Se acomoda, se abrocha el cinturón. Como si esto fuera lo más normal del mundo.

Arranco el auto sin mirarlo.

—¿Tienes clases temprano? —pregunto, más por romper el silencio que por interés real.

—A las nueve —responde, mirando por la ventana—. Ingeniería.

Asiento sin saber qué decir. Es una respuesta correcta. Fría. Le devuelvo la misma energía. Aprieto el volante mientras doblamos en la avenida principal. El tráfico es denso, como todos los lunes. La música suena bajita. De fondo, una canción indie que ya ni escucho.

—Tu papá parece buena persona —dice él de repente, rompiendo el silencio con voz baja.

No sé si lo hace por cortesía o por intento de conexión. No sé si me importa.

—Lo es —respondo. Me basta con eso.

Vuelve a quedarse en silencio.

Llevamos la mitad del camino y aún no sé si esta conversación es más incómoda para él o para mí. Me gustaría decir que lo odio. Que lo detesto por llegar a una casa donde yo llevo años tratando de mantenerme entera. Pero no lo conozco. Y eso lo hace aún más molesto: no poder odiarlo con claridad.

—Tu mamá se ve linda en la foto del mueble de entrada —comenta de pronto. Me tenso entera.

—No hables de ella —respondo más frío de lo que esperaba.

—Lo siento —murmura. Esta vez sí suena sincero. No dice nada más.

El resto del trayecto es mudo. Solo el murmullo del motor y la ciudad despertando. Cuando por fin llegamos al campus, busco el primer lugar libre en el estacionamiento.

—Gracias por traerme —dice mientras se baja del auto.

No contesto. Solo asiento.

Cuando cierra la puerta, suspiro. Largo. Hondo. Me quedo unos segundos mirando el parabrisas empañado. Me gustaría desaparecer en este momento. Solo ser parte del aire que se cuela por las grietas del mundo y no tener que lidiar con familias nuevas, desayunos incómodos o la nostalgia que arde más fuerte cuando alguien menciona a mi mamá sin saber qué demonios implica eso.




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