Un Mundo Olvidado

Capítulo 2: El inicio (2° parte)

Un embarazo dura 9 meses, eso todo el mundo lo sabe. La naturaleza es sabia y ese es el tiempo suficiente para que un embrión se desarrolle lo suficiente, gane fuerzas y esté preparado para conocer el mundo. Esa es la naturaleza en una mujer humana, esperable por siglos de enseñanza y demostración.

Pero ¿Qué sucede en el cuerpo de un ser inmortal? ¿Qué sucede en el cuerpo de una mujer que existe desde hace siglos? ¿Qué sucede en el cuerpo de un demonio?

Esa es una incógnita que no tiene una sola respuesta. Los nacimientos entre demonios no eran algo muy común, pero si existían, si sucedían, Layla era la prueba de eso, ella, sus hermanos y hermanas eran la prueba. Pero siempre fueron parte un plan de Lilith y Asmodeus, un plan para crear seres más fuertes, más despiadados y letales. Creaban soldados, listos para la batalla que desatarían años después en contra de Dios.

Los embarazos duraban poco tiempo, no mas de 5 meses y si, eran dolorosos, a ellas también les había tocado el castigado de Dios hacía Eva.
Algo para lo que no estaban acostumbradas y renegaban de eso, un motivo más que explica el porque de los pocos nacimientos de demonios.

Pero nadie estaba preparado para esto. Layla no estaba preparada para esto. No había registros de algo similar en ningún lugar de la tierra. Habían investigado todos los libros, relatos, historias que se habían elaborado desde la creación, pero no había evidencias de algo así. Solo existían los registros de los nefilim, esos seres que eran el resultado del vínculo entre los Ángeles y los humanos, un resultado de la diversión que tenían los primeros, abusando de su posición de poder.

Pero allí estaba ella, después de dos meses de la última visita de Gabriel, en la misma cabaña en la que se habían jurado estar siempre juntos. Allí estaba ella en la compañía de un ángel que no le inspiraba confianza, pero que aceptaba porque había sido enviada por él.

Anabell había llegado solo unos días después del último encuentro, y Layla había quedado impactada por su belleza angelical. Era la representación de lo que los humanos se imaginan de un ángel, cabello largo tan rubio y resplandeciente como el mejor sol de verano, los ojos grandes y más azules que el mismo cielo y labios rosas perfilados en un rostro casi de niña.
Había llegado dos noches después, escondida debajo de un abrigo demasiado grande, con una sonrisa resplandeciente, que Layla no supo cómo interpretar. Solo estaba acostumbrada y aceptaba el acercamiento de un ángel y ese era Gabriel.
La hizo pasar e iba a retirarse a su habitación cuando Anabell la alcanzó, le dió un saludo y le entregó un mensaje escrito de Gabriel:

"Layla, te prometí estar ahí para tí. Prometí cuidar de tí, de tí y de nuestro pequeño. Y se que puede parecer lo contrario, pero eso mismo estoy haciendo. Anabell es una muy querida amiga mía, ella estará pendiente de lo que necesites hasta mi regreso. Por favor se paciente, volveré con buenas noticias, lo prometo. Siempre juntos"

Su carta le dió esperanzas. Esperanzas de que todo iba a tener solución. Layla no sabía que esperar, pero mientras Gabriel estuviese a su lado, ella tenía esperanzas.

Anabell no insistió más, ella sabía que solo tenía que cuidarla hasta que Gabriel volviera. Él le había informado que regresaría luego de buscar un lugar más seguro.

Pero ya habían pasado dos meses en los que nada se supo de él, dos largos meses en los que el vientre de Layla no dejaba de crecer. Dos meses en los que la criatura se alimentaba de su fuerza. Dos meses en los que debía aprender a confiar en Anabell, pero no lo había logrado. Dos meses en los que no sabían que sucedería. Dos meses en los que el tiempo se acababa.

Dos meses habían pasado y el momento había llegado. Era la noche más gris que habían visto en las últimas semanas, las nubes cargadas de lluvia cubrían el bosque y la cabaña, el viento estaba desatado, cargado de aire caliente y de tensión. Podría parecer una simple tormenta de verano, pero ellas sabía que no era así. Era como si la naturaleza se estuviera preparando para la llegada de un nuevo ser, tan fuerte como inestable.

Los dolores habían empezado desde la tarde y eran incomparables, nunca había sentido algo así en su existencia.
Layla se sentía desesperada, asustada por lo que vendría, defraudada por el amor que la había abandonado.
Anabell estaba nerviosa, pero debía estar preparada para lo que pasara.

Los gritos de Layla eran incesantes, el dolor insoportable, su vientre subía y bajaba.

—Vamos Layla, tranquila, pasará pronto.—Anabell intentaba tranquilizarla, secando el sudor de su frente.

—No sabés cuánto pasará.—Le respondió Layla entre dientes, resistiendo otra contracción.—No sabés lo que siento, esto es horrible.

—No, no lo sé, pero sabés muy bien que estoy para ayudarte.—Le respondió mirándola firmemente a los ojos.—Prometí protegerlo y pienso cumplirlo.

Layla no respondió y en la noche oscura un trueno resonó acompañando su grito. Cada vez faltaba menos.
La dos se sorprendieron al ver cómo el vientre de Layla subía, marcándose una pequeña mano en ella.

—¡Ya viene!—Gritó Layla

Anabell se posicionó para recibirlo y pudo ver el nacimiento de una pequeña cabeza, luego los hombros, un pequeño torso salió al mundo y por último los pies.

El ángel lo limpió y lo envolvió en una manta.

Layla se relajó, por primera vez después de horas de dolor, pero se sentía mareada, confusa y débil. Cuando pudo recobrar un poco la fuerza, escuchó un llanto potente. El primer llanto de su hijo y un instinto se apoderó de ella, lo necesitaba, necesitaba sentirlo con ella para que él sintiera que estaba protegido.

—Dámelo.—Le pidió a Anabell, sentándose.

Ella se acercó, con el pequeño en brazos, lo depósito en el regazo de su madre y como por arte de magia se calmó, al igual que la tormenta de fuera.




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