¿Qué sentís al estar lejos de tu ser amado? ¿Qué sentís cuando el fruto de su amor te es arrebatado por una estúpida guerra ancestral? ¿Qué sentís cuando sabes que tu niña no te reconocerá como su madre?
Estas interrogantes tienen una sola respuesta para Layla: un indescriptible dolor.
Nunca imaginó sentir lo que estaba sintiendo, un dolor tan agudo que le cortaba la respiración, ese dolor fruto de la separación de sus seres amados. Un dolor que solo podía ser superado por el amor que sentía por ellos, un amor que la llenaba por completo.
Un amor que había llegado a ella de forma inesperada al contemplar por primera vez los ojos tan azules de Gabriel. Un azul que le había hecho creer que la gloria del cielo era real y estaba a su alcance.
Esa primera vez solo se habían visto de lejos, era una reunión (una de tantas organizadas a lo largo de los siglos) para poder cordinar los puntos de la tregua. Gabriel había sido enviado como emisario en representación de la Autoridad Suprema, acompañado por alguien más, alguien que terminaría por traicionarlo, para exponer los puntos y exigencias del tratado. Un tratado que a lo largo de los siglos había sido cancelado por disconformidad de una o de otra de las partes involucradas.
Layla no conocía a detalle el tratado de la tregua, lo que si conocía era que esa Gran Autoridad, ese Ser Supremo atentaba contra los intereses y la supervivencia de su familia. Ella al ser la mayor, la que debía gobernar junto a sus padres, estaba obligada a asistir a las reuniones y lo hacía con gusto, sin cuestionar demasiado, pues sabía que el Rey y la Reina del Inframundo tenían sus razones. Solo le hubiese gustado estar al tanto de esas razones, de los motivos de la pelea.
Layla había sido entrenada y educada para seguir esos pasos, para estar al frente de las reuniones como representante. Conocía bien su papel, como actuar y que decir. Estaba preparada para todo. Para todo menos para lo que la esperaba. Para todo menos para conocer a Gabriel.
Podría enfrentarse a cualquier peligro, a cualquier amenaza, pero en el momento en que cruzó su mirada con la de él, se sintió completamente vulnerable. Pudo sentir como si el mundo entero se hubiera esfumado y estuvieran ellos solos, mirándose frente a frente. Sensación que no duró mucho tiempo, pues Gabriel había sido enviado con una misión.
Durante su discurso, se lo veía fuerte y sereno, con una claridad y convicción en sus palabras que la había impresionado y no podía dejar de mirarlo.
Layla no lo supo entonces pero esa atracción que sintió hacía él, ese sentimiento desconocido que crecía en su interior, de igual manera estaba creciendo en Gabriel. No se dirigieron la palabra en todo el transcurso de la reunión, pero no hizo falta.
Ambos sentían una atracción desconocida. Una atracción tan fuerte que ninguno pudo dejar de pensar en el otro durante mucho tiempo. Esa necesidad de volver a verse, los hizo esperar con ansias la siguiente reunión. Los días se alargaban y eran interminables, ambos se paseaban por sus cuartos esperando con ansias el momento de volver a verse, sin conocer los sentimientos del otro, sin saber que el destino les tendría una sorpresa.
La siguiente reunión tendría lugar dentro de 6 meses, a los dos los carcomía el deseo de ver los ojos del otro. La ansiedad era tan grande que no sabían qué más hacer.
Casualidad o destino, ambos habían decidido dar un paseo por el bosque. Un bosque que se volvería su refugio durante meses.
Layla recorría un sendero conocido, un sendero que tantas veces sintió sus pasos, tocando los troncos de los árboles, acariciándolos. Tenía una extraña conexión con la naturaleza, podía sentir a los árboles, el susurro de las hojas meciéndose con el viento, la vida que se escondía dentro.
De niña conversaba con ellos, como si fueran sus únicos amigos y en cierto modo lo eran. Se esperaban grandes cosas de ella, era la sucesora en el trono, la consentida de Lilith y Asmodeus, que siempre atendían a sus necesidades. Tanta era la atención que despertó la envidia de sus hermanas y hermanos, que siempre le hacían la existencia imposible.
El bosque era su refugio, el lugar que sentía como su hogar. Allí se encontraba, meditando y pensando en unos hermosos ojos azules, cuando de pronto escuchó un ruido a lo lejos, su sentido de supervivencia le ordenó que se ocultara y así lo hizo.
Rapidamente se trepó a la rama más alta de un árbol cercano y desde ahí contempló una escena que nunca imaginó presenciar: Eran Gabriel y otra chica, pudo notar que no era humana, era un ángel pero no del mismo rango que él. Se encontraban paseando muy cerca y conversaban entre ellos. La curiosidad pudo mas que su buen juicio y se acercó a escuchar:
—Podés confiar en mí y lo sabés—La rubia lo detuvo justo a los pies del árbol en el que se encontraba Layla—Estás en un dilema y me doy cuenta.
—¿Creés que es posible que alguien como nosotros pueda sentir amor?
Layla no podía observar el rostro de Gabriel, pero si notaba los hombros caídos de este, como si se sintiera perdido.
—Es un sentimiento con el que fuimos creados.—Respondió ella con un aire de seguridad.—Con un amor incondicional hacía Dios.
Gabriel dejó escapar un largo suspiro y continuó:
—Lo sé y no me refiero a eso. Ese amor con el que fuimos creados es un amor ciego, no cuestionamos las desiciones de Él por causa de ese amor.
Layla se encontraba muy intrigada. Conocía las historias de los ángeles, parte de su preparación consistía en conocer a sus enemigos, pero no estaba preparada para toda esta nueva información.
—¿Por qué de repente cuestionas nuestra misión?—Ahora la rubia lucía un seño fruncido, como si lo estuviera juzgando.—¿Acaso planeas revelarte? ¿Perder tus alas y vagar por la tierra como los otros?