Un Mundo Olvidado

Capítulo 7: No siempre se puede escapar

El dolor es grande, la lucha es continua.

La duda cruza su mente y su corazón cada dos por tres, la incertidumbre de si cumplirían con su palabra, de si la mantendrían con vida.

Años atrás habían logrado que Lucinda esté a salvo, habían logrado esconderla.

Ellos le dieron pelea a Miguel, lograron vencerlo en el primer combate, pero no había sido sencillo.

Él era un angel extremadamente fuerte y hábil, sabía donde atacar y como, conocía las debilidades del que antaño había sido su amigo y compañero.

Era astuto, y no iba a dejar que escapacen, no podía dejar que se salieran con la suya.

Tenía una misión: llevar a la criatura que habían creado ante su Dios, para que fuese Él quien acabase con su existencia, sin importar el costo.

Así se lo habían ordenado, y así lo cumpliría.

No le importó quebrantar el juramento que le había hecho a su compañero, de traicionar a aquel ser que mas confiaba en él. No le importaban las consecuencias, puesto que solo quería vengarse.

La pelea había sido dura, si.

Los tres resultaron malheridos. Layla y Gabriel habían logrado salir y escaparon al bosque que tan bien conocía su secreto. Lo más sensato hubiese sido que Gabriel los llevara volando a un lugar seguro, pero una de sus alas estaba casi destrozada por la pelea. Solo les quedaba correr tan rapido como pudiesen, dejando al traidor inconciente en la cabaña, creyendo que tendrían algo más de tiempo. Un error que casi les cuesta la vida.

Pensaban que estaba solo, pensaban que solo él había sido enviado a buscarlos.

Que equivocados que estaban.

En el momento en el que creyeron que solo los rodeaban los árboles, se detuvieron. Agudizaron el oído intentando percibir alguna señal que los alertara. En ese momento no escucharon nada.

—Creo que lo logramos—Gabriel lanzo un suspiro de alivio.

—No podemos estar tan seguros de eso aún—Layla seguía en estado de alerta, con el cabello revuelto por el viento, lleno de hojas por haber corrido y trepado a los árboles, con la ropa razgada por el roce de las ramas y por la pelea.

Gabriel se tomó un minuto para observarla, tan bella y salvaje como solo ella podría ser, tan fuerte y valiente, pero a la vez tan vulnerable.

Pudo ver en sus ojos la preocupación de que tal vez no estuviesen solos.

Pero sobre todo, podía ver en su mirada que no dejaba de pensar en su niña.

—Ella estará bien—Le dijo acercándose de a poco para rodearla con sus brazos.—Anabell la cuidará y encontrará un lugar seguro.

—No dudo que así sea, es solo que...—Se interrumpió un segundo, buscando las palabras adecuadas que expresaran lo que sentía.—Por primera vez tengo miedo, tengo miedo de no volver a estar con ella.

—Escuchame con atención por favor—Él tomo su rostro entre sus manos, mirándola directamente a los ojos.—Te prometo, que no importa el tiempo que nos tome, no importa el daño que puedan hacernos, te prometo que ella estará a salvo y te prometo que la tendremos en nuestros brazos otra vez.

Antes de que Layla pudiese responder, una risa estridente se escuchó cerca, interrumpiendo el momento.

—Pero que conmovedor.—La figura envuelta en un abrigo negro y largo se deslizó desde lo alto de una rama.—Si pudiese llorar, esa promesa hubiese sido un gran detonante de mis lágrimas.—La burla en su voz era más que evidente.

—¿Quién sos?

La voz de Layla, quien ya estaba en estado de alerta, no había perdido para nada la fuerza y la firmeza.

—Solo soy una vieja amiga de Gabriel.—Se estaba acercando a ellos con paso lento mientras pronunciaba aquellas palabras.—¿Me recuerdas?—Dirigió su mirada al Ángel, esperando alguna señal que delatara su proximo movimiento.

—Claro que te recuerdo...—Gabriel se mostraba más que confundido con su presencia.—...pero ¿qué estas haciendo acá?

—Solo estoy asegurando mi lugar en el paraiso.—Hablaba en un tono tranquilo, pero que ocultaba cierta amenaza.—Hay una gran recompenza por sus cabezas.

—¿Qué recompenza? ¿De qué hablás?

—Una recompenza divina—Ahora su rostro mostraba una sonrisa macabra—que todos nosotros estamos dispuestos a reclamar.

Esta extendió sus brazos como si de un maestro de ceremonias se tratase y acto seguido se vieron rodeados por más figuras. Todas estaban cubiertas por esos abrigos largos y negros, con capuchas que ocultaban sus cabezas, pero que dejaban ver parte de sus rostros.

Layla no conocía a ninguno, no sabía quienes eran aquellas personas, pero si sabía que no eran ángeles.

O no lo eran completamente.

Podía sentir que algo les faltaba. Ese algo era el destello tan particular que los caracterizaba, un aura tan escondida pero evidente que los envolvía.

Ella podía sentir y ver perfectamente la de Gabriel, un aura de color celeste que siempre la guiaba. Pero con el resto de los presentes solo podía sentir y ver oscuridad, dolor y abandono, como si se les hubiesen arrancado el aura o la hubiesen abandonado.

Eran los Ángeles caídos.

Aquellos que decidieron dejar de lado su orígen y las órdenes de Dios, aquellos que se enamoraron de un humano, aquellos que cometieron un crimen, o aquellos que simplemente se rebelaron.

Eran aquellos que habían sido desterrados del paraíso como castigo, aquellos a quienes les habían arrancado las alas y no se les permitiría nunca más volver.

—Los están engañando—De repente se escuchó la voz de Layla, que pretendía llegar a todos los presentes—Los están usando para atraparnos.

—El Todopoderoso nos mostró misericordia—replicó el ángel de cabello negro y largo, aquella vieja amiga de Gabriel.—En su gran sabiduría nos mostró el camino a la redención y ese camino...—Tomó aire un segundo y señaló con su largo dedo a la pareja—...son ustedes y lo que sea que hayan creado.

—Jamás la encontrarán—Layla rio con sorna—nunca podrán tocarla y tarde se darán cuenta del engaño en el que están metidos.




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