Un Mundo Olvidado

Capítulo 11: El traidor

En lo más profundo y oscuro del bosque, en ese lugar donde años atrás una prueba de amor fue traída a este mundo y en donde una traición quedó al descubierto, se encontraban las ruinas de lo que una vez fue el escondite de dos almas enamoradas.

Ningún ser humano había encontrado las ruinas de la cabaña, el lugar se encontraba tal cual lo dejaron, hecho trizas luego de la pelea entre dos ángeles y un demonio; dos ángeles que antes se consideraban aliados y amigos, dos ángeles que solían confiar uno en el otro. Pero todo eso había quedado en el pasado.

Recorriendo lo que quedaba del lugar, Gabriel no hacía más que recordar y lamentarse; en su corazón vivía la culpa por todo lo sucedido años atrás. En su mente no dejaba de repetirse que de haberse dedicado solo a sus labores y no haberse enamorado tan perdidamente como lo hizo de Layla, ella aún estaría a salvo.

Pero de no haberlo hecho, tampoco existiría Lucinda; esa hermosa niña que creció lejos suyo y le partía el corazón cada día que no las veía.

El único consuelo que podía encontrar era cuando Anabell le daba noticias de ella, pero cada vez esas noticias eran más espaciadas, pues a Gabriel lo tenían vigilado, no quería arriesgar a que descubrieran a su amiga y a su hija.

Mucho tiempo estuvo encerrado en un calabozo, a cargo de los verdugos que llegaban cada día con una nueva tortura para doblegarlo y revelarle el paradero de Lucinda, pero más que nada era un castigo.

Podía recordar bien sus días encerrado. No habían dejado marcas en su piel, pero si en su ser; aun podía escuchar cada gota de agua que caía del techo, formando un pequeño charco en el suelo, sonando como la aguja de un reloj, marcando los segundos...plop...1...plop...2...plop...3... y así sucesivamente.

Se concentraba en ese sonido para no perder la razón y no dejarse vencer, pensando en Layla, el amor de su existencia, y en su niña Lucinda, ese ser tan maravilloso que nunca creyó que podía existir, pero daba gracias porque halla sucedido.

Les había hecho la promesa de volver a estar juntos, no estaba en sus planes decepcionarlas, debía soportar los dolores por ellas, para cumplir su promesa.

Ahora se encontraba en las ruinas de lo que fue su escondite, su refugio de amor, esperando la llegada de aquel que lo citó con tanta urgencia; Gabriel no tenía idea de cuáles eran sus intenciones, pero le habían ordenado asistir y él debía cumplir.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al oir unos pasos acercarse, estaba seguro de que era él, no podría ser nadie más pues los caídos habían sido apresados, traicionados por el Gran Señor quien no cumplió con su parte del trato aquel día que los atraparon en su huída.

Lo vió acercarse, envuelto en un abrigo negro y largo,

—Pero que mal te ves hermano—la voz de Miguel denotaba burla y el odio que sentía hacía su antiguo compañero era más que evidente.

—He estado peor, te lo puedo asegurar—Gabriel respondió con calma, aún recorriendo las ruinas, sin dirigirle la mirada.

—Ya lo creo—se había agachado para tomar un pedazo de madera del suelo—Es increíble que dejaras todo lo que tenías por un demonio asqueroso—La risa burlona que lanzó escondía algo más, algo que Miguel no quería que nadie se enterase.

—Cuidado hermano—Dijo girando sobre si mismo para poder tener de frente al que antes llamaba amigo—¿No sabés que la envidia es un pecado?—Una media sonrisa se dibujo en él, dejando entrever una verdad oculta que solo él conocía.

El traidor se vió descubierto, ojos azules y verdes se contemplaban con cierta cautela y recelo, la ira era palpable entre ellos, como si tan solo bastara un pequeño empujon para desatar otra guerra.

Miguel se quedó perplejo, era imposible que alguien supiera su secreto. Él había sido mucho más cuidadoso en ocultar sus verdaderas intenciones al ofrecerse para tener encerrada a Layla. Pero de alguna manera Gabriel lo había descubierto, no sabía cómo, y tal vez tampoco le interesara saberlo, pero no podía permitir que se burlara de él.

Con el único fin de acrecentar su dolor y de recordarle su traición, Miguel le dió la noticia por la cual quería encontrarse con él.

El plan inicial era alargar el momento, quería gozar recordándole a Gabriel la miseria en la que se había convertido su existencia, tal vez en algún momento de la noche lograría hacerle confesar quién más lo había ayudado aquella noche y el paradero de la criatura; no tuvo reparos en soltar esas palabras, cargadas de un profundo odio hacía Gabriel.

—Está muerta—A medida que pronunciaba esas palabras se iba acercando a Gabriel, con pasos lentos, haciendo que esos ojos azules no se separaran de los suyos—No resistió el encierro y se dejó vencer, se fue de este mundo gritando tu nombre, rogando que fueras ayudarla.

—Eso es imposible—el dolor que sintió al oir esas palabras era indescriptible, miles de puñaladas en el corazón hubiesen dolido mucho menos. Pudo sentir como su alma se escapaba, deseando reencontrarse con su amada.

—Lloró, gritó y pidió de tu ayuda, pero nunca llegaste—continuó el traidor—imaginá el dolor que habrá sentido al saber que nunca volverías por ella, cuando se dió cuenta de que ya no la salvarias, de que la habías abandonado.

Gabriel se estaba desmoronando, no podía creer que lo que acababa de oír fuera cierta, su amada no podía estar muerta. La promesa de reencontrarse los tres quedaba suspendida en el aire, un recordatorio de lo que ya estaba perdido, de lo que ya no podría suceder.

Le fallé

Esas palabras no dejaban de repetirse en su cabeza como un castigo bien merecido por abandonarla. Porque, efectivamente, la había abandonado, traicionándola.

Ni mil años a manos de los verdugos podrían equiparar el dolor que estaba sintiendo, como si Miguel hubiese arrancado su corazón y lo estuviese estrujando con sus manos en su cara.

—Me estás mintiendo, ella no puede estar muerta—Dijo en un susurro, mientras se agachaba en las ruinas.




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