Un Mundo Olvidado

Capítulo 16: Mi mente

Que sorprendente es el ser humano. Tan fuerte a la vez que fragil, tan inteligente a la vez que ingenuo. Con la suficiente fuerza y destreza puede llegar a las más increíbles hazañas jamás vistas. Siempre rompiendo records, siempre superándose a sí mismo.

Pero el ser humano es débil y sensible. Vasta una simple palabra para desatar un sin fin de recuerdos y sentimientos guardados, que pueden romperlo en mil pedazos. O armarlo todo nuevamente.

Las palabras son poderosas. Dichas de cierta manera tienen el poder para destruirnos, para abrir puertas o cerrarlas. Y en este caso, Theo conocía las palabras adecuadas para abrir la mente de Lucinda y, tal vez, traerla de vuelta.

Sus manos frías, por haber estado en el bosque, sintieron de inmediato el calor que emanaba del rostro de Lucinda. Sus mejillas estaban teñidas de un ligero tono rosado, resultado de haber intentado avivar el fuego hacía unos minutos. Sus labios rojos se encontraban entreabiertos y de ellos salía un ligero aroma a menta, y Theo se sorprendió pensando en los suaves que se veían.

No es momento de pensar en esas cosas. No olvides tu misión.

Se reprendió a si mismo. Sin embargo, no podía controlar los sentimientos que crecían hacía ella. La encontraba tan misteriosa como única, y sabía perfectamente que lo era, solo que no sabía hasta que punto.

Pero debía apresurarse. Alguien podría llegar en cualquier momento y descubrirlo.

Conocía las palabras a la perfección, pues no era la primera vez que despertaba a alguien de un trance. Lo único que podría dificultar su labor, sería que Lucinda se resistiera y no le dejara el paso libre. Podría ser peligroso para ambos. Pero al estar en estado semi-inconsciente, eso no seria un problema.

"Libera tu mente. Dejame entrar. Libera tu mente. Dejate ayudar"

Repitió la misma frase dos veces más y no encontró resistencia alguna. Una parte de la mente de Theo se desprendió de su dueño y logró entrar en la mente de Lucinda. Esta se parecía a muchas más por las que había pasado. Siempre consistían en un lugar de innuerables e infinitas puertas, con escaleras en todas las direcciones.

Cada una de esas puertas tenía un cartel que mostraba la fecha y el lugar de ese recuerdo, y un aspecto desgastado, producto de la cantidad de veces que el dueño de ese recuerdo volvía a el.

Dejando de lado las similitudes, la mente de Lucinda tenía algo que las demás no. En ella había una puerta que parecía no haber sido abierta nunca, sin cartel, que relucía y resplandecía por entre las demás. Enfrente de ella, estaba Lucinda, observando el picaporte de esta, dudando de si abrirla o no. Dudando de atreverse a entrar en aquel lugar tan familiar y desconcertante.

A través de la puerta, ella oía una voz que la acompañó muchas otras veces. Una voz que muchas otras veces le insistía en que fuera fuerte. Una voz que resultaba reconfortante.

Los murmullos provenientes de ese lugar eran cada vez más fuertes y claros, y Lucinda no soportaba más la incertidumbre. Necesitaba saber que se escondía ahí.

Theo sabía que la muchacha estaba a punto de descubrir su secreto. Estaba a un paso de descubrir su verdadero origen y eso no era conveniente.

No lo era para ella.

Con determinación se acercó a la muchacha, la interrumpió a medio camino de abrir la puerta y posó su mano en su hombro, haciendo que Lucinda pegara un salto por la sorpresa.

—¿Qué hacés acá?—preguntó confundida—¿Qué es este lugar?—pronunció mientras miraba alrededor.

Theo no debía confesar la verdad, lo tenía estrictamente prohibido, pues supondría un gran peligro para ambos. Optó por hacerle creer que era un simple sueño.

—No lo sé Lucinda—aparentaba confusión—Es tu sueño, vos deberías decirme donde estamos.

—Se ve muy real como para ser un sueño—dijo mirándolo directamente a la cara—Pero, sí lo es, ¿cómo hago para despertar?

—Seguime, yo te puedo ayudar—pronunció tendiendo su mano para guiarla a la salida.

Lucinda lo pensó un segundo y decidió que lo mejor era seguirlo. Aceptó su mano y se dejó conducir por los largos pasillos de lo que era su mente, sin saber de lo que se perdía. Sin saber qué era aquello que tanto la llamaba detrás de esa puerta. Sin saber que aquello era mucho más real que cualquier sueño.

Caminaron en silencio, pasando por numerosas puertas. Cada una de ellas resultaba familiar para la muchacha, cada una de ellas tenía un brillo especial que rememoraba un momento único.

Theo sabía que la salida estaba cerca, solo debía seguir el camino correcto. Cada mente era distinta, como cada persona en el mundo; pero si de algo estaba seguro, era de que todas las mentes poseían un hilo conductor con la realidad. El caso de Lucinda fue sencillo descubrir cual su hilo y este se trataba de su familia. Lo único que tenía que hacer era seguir las puertas con sus recuerdos, sin adentrarse en ellas, solo seguir su camino.

Mientras Lucinda creía que lo que estaba viviendo era un simple sueño, en la sala, en aquel lugar en el que el frío era cada vez más fuerte, Jazmin no podía creer la escena que sus ojos presenciaban. En el sillon estaba su amiga, con la mirada perdida y de rodillas ante ella, Theo observándola con firmeza.

La peliroja siempre sospechó que aquel chico no era de fiar, estaba segura de que traería problemas y que pondría a su amiga en peligro, y ahí estaba la prueba. Desde el primer día que lo conocieron, desde ese día que su presencia la molestaba y perturbaba, sabia lo que él era.

Le habían advertido que su misión sufriria contratiempos. Pero no le advirtieron nada acerca de la posibilidad de su llegada.

En un principio, sus órdenes habían sido proteger a Lucinda y su familia. Sin emociones. Sin sentimientos. Sin apegos. Pero ella no lo había logrado, se habia encariñado de tal manera con aquella chica que nunca dudó en cuidarlos. Más por un sentimiento de honor y lealtad a su amiga, que a una simple órden de sus superiores.




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