Un mundo sin palabras

Algo por qué vivir

Supongo que en esta vida siempre hay algo que nos mueve, un propósito por el cual seguir adelante. Algo que justifique cada paso, cada respiro. Sin embargo, cuando el mundo se desmorona, esos propósitos se vuelven difusos o bueno eso pensaba Mientras caminaba por las calles de la ciudad que alguna vez llamé hogar, me pregunté si mi objetivo ahora era vivir… o simplemente no morir.
Antes, esta ciudad era hermosa, llena de ruido y movimiento. Ahora, es un cementerio ambulante, un lugar donde los cadáveres vivientes deambulan sin rumbo. Las casas están destruidas, los hospitales en ruinas, y los supermercados no son más que almacenes de comida podrida. El virus no dejó nada intacto. Caminé entre esas ruinas, con la chica aún en mis brazos. Su rostro seguía inexpresivo, como si ya allá había perdido todo tal vez por lo que presenció hubiera vaciado todo lo que quedaba en su interior.
Decidí no intentar sacarla de su trance. No ahora. Mi prioridad era llegar al refugio.
Tras varios minutos, finalmente llegué. Encendí las alarmas externas, un sistema rudimentario pero eficaz para mantener a las criaturas alejadas, y entré. Coloqué a la chica en una cama improvisada, dejando escapar un suspiro. Mi estómago se gruñó. Era momento de comer algo.
Fui a la cocina y busqué algo entre las reservas. Sin embargo, esa extraña sensación de ser observado no me abandonaba. Miré por encima de mi hombro varias veces, pero no había nadie. Decidí ignorarlo y volví al cuarto donde estaba la chica. Seguía inmóvil, observando el vacío con esa mirada inexpresiva que comenzaba a incomodarme. Dejé un plato de comida junto a ella con una nota escrita:

"Debes tener hambre."

La observé por un momento, intentando comunicarme mediante señas. Pero era inútil. Su mirada era un enigma impenetrable. Parecía no entender lo que decía. Tal vez nunca había aprendido ese lenguaje.

Le pasé otra nota:

"¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?"

Silencio.

No respondió, solo me miró como si las palabras carecieran de sentido. Me pregunté si no confiaba en mí o si simplemente había perdido la capacidad de interactuar. Decidí intentarlo de otra manera. Escribí de nuevo:

"Voy a observar tu cuerpo para asegurarme de que no tienes heridas graves."

Ella tomó la nota y, tras leerla, no mostró ninguna reacción. Era como si le diera igual lo que hiciera. Comencé a examinarla con cuidado, buscando signos de infección. Sus manos, piernas y rostro mostraban cicatrices, algunas viejas y otras relativamente recientes, pero no parecían peligrosas. Sin embargo, en su pie derecho encontré una herida profunda, claramente rota probablemente estaba causando fiebre.
Su piel estaba caliente al tacto. al notarlo deduces que llevaba varios días enferma. La subí a la cama y la cubrí con paños húmedos para intentar bajar su temperatura. Luego, con mucho cuidado, comencé a retirar los hilos que cerraban su boca. Ella no se resistió, pero tampoco reaccionó.
Cuando terminé, salí del cuarto, dejándola descansar. Mientras pensaba en su estado, una fría verdad me golpeó: no tenía medicamentos. Revisé todos los cajones, las reservas de emergencia… nada.

pensé mori si no hago algo, pero entonces recordé algo. Mi madre solía decir, en esos días tranquilos y sin peligros, que muchos hospitales y manicomios antiguos tenían sótanos con pasadizos donde se almacenaban suministros médicos, medicamentos que podían durar décadas si se conservaban bien.
Ese pensamiento me dio una idea. Sabía que no tenía mucho tiempo. tenía que curarla o su enfermedad avanzaría rápido si no hacía algo. Decidí arriesgarme.
Tomé mi mochila, un machete y algo de comida. Antes de salir, escribí una última nota y la dejé junto a la cama de la chica:

"Ya vuelvo. Iré por medicamentos."

Salí del refugio y me dirigí hacia el lugar más cercano que recordaba: un antiguo manicomio donde, años atrás, mi hermano había sido internado debido a sus alucinaciones. Conocía bien su ubicación; mi madre y yo habíamos ido muchas veces a visitarlo.
El camino me llevó unos veinte minutos, avanzando con cautela por calles desiertas. Este barrio siempre había sido tranquilo, incluso antes de que el mundo se viniera abajo. Ahora, esa tranquilidad era una ventaja. Las criaturas aquí eran pocas, pero eso no significaba que podía relajarme.
Al llegar, el edificio apareció ante mi. El manicomio, o lo que quedaba de él, estaba cubierto de moho y grietas. Sus altos muros parecían estar apunto de caerse, un escalofrío recorrió mi espalda. Me detuve frente a la cerca, dudando.

¿Vale la pena arriesgar mi vida por alguien que ni siquiera me responde y ni conozco?

Esa pregunta resonó en mi mente. Durante un momento, casi me dio media vuelta. Pero entonces recordé las palabras de mi madre: "Ayuda a quien lo necesite, sin importar las circunstancias."

Suspiré, apreté el machete y escalé la cerca. Una vez dentro, me quedé inmóvil por unos segundos, escuchando. Todo estaba en silencio, un silencio que no era tranquilizador, sino opresivo. Me acerqué lentamente a la entrada principal y pensé una manera de entrar.



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En el texto hay: fantasia, misterio, amor

Editado: 20.12.2024

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