2010 - El Cairo
Su móvil no dejaba de sonar desde la mañana temprano, sabía que no podría postergar la situación por mucho más tiempo. Caminó hacia el balcón y acariciando distraídamente las cortinas de gasa de seda dorada, atendió la llamada.
Llamada con Carlo Bernecci:
— ¿Hable?
— ¿Ribeth?
La voz en el auricular sonó grave y envejecida con un leve acento italiano.
— Carlo, que gusto.
— No podría decir lo mismo, aunque me gustaría, Señora Ribeth. ¿Ha tenido usted noticias de su hijo?
— No, hace tiempo que no sé nada de mi hijo…
— Le informo que el muy desgraciado ha deshonrado a mi tesoro, mi nieta preferida, le ha quitado su virtud y como peor, la ha embarazado…
— Vaya, me deja usted helada… — habló tratando de parecer sorprendida.
— Sepa que Chiara es menor de edad, una niña inocente, por lo que puedo levantar cargos en su contra, será un gran escándalo para todos, yo la verdad no quisiera, pero…
— Qué situación tan penosa…
— Trágica diría, si al menos él se hiciera cargo, pero ha desaparecido. Mi niña solo de diecisiete años, imagínese… puede considerarse una violación, su hijo podría ir a la cárcel...
— Haré lo posible por hablar con él, en verdad lo siento. No... no tenía ni idea de que su nieta fuera tan joven…
— Me gustaría que esto se pudiera solucionar de diferente manera.
— De verdad me siento muy apenada.
— Espero que pronto hable usted con este joven. Adiós.
— Adiós.
Fin de la llamada.
La caída del sol hacía que la habitación decorada en tonos turquesa y dorado tomara un matiz cobrizo, cálido y romántico. Beth intentaba desesperadamente hablar con su hijo, pero él no respondía sus llamadas, lanzó el móvil sobre la cama y desistió.
André tocó a la puerta suavemente y entró a la habitación en penumbras.
— ¿Señora…?
— Sí, aquí estoy, enciende la luz, no me di cuenta de que pasaba el tiempo.
El hombre cerró la puerta y encendió las luces, ella se encontraba sentada en un diván cerca de la ventana que daba al norte.
André tenía treinta y cinco años. Al igual que todos allí, se había criado junto a ella.
Ribeth fue hasta su mesa de noche y tomó del cajón, un sobre grueso de color marrón.
— ¿Tienes todo lo que te pedí? — Le preguntó volviéndose hacia él con una sonrisa.
— Sí, Beth, tengo todo — días antes, la mujer le había solicitado que se preparara para viajar, porque le enviaría a trabajar a otro lugar.
— Aquí está todo lo que necesitarás, la documentación, los poderes, tarjetas de crédito y débito, pasajes, reservas de hotel, todo. Ve y revísalo, cualquier cosa que te parezca que haga falta, me dices. El vuelo es para mañana.
— Le agradezco tanta confianza, Señora — le dijo él, observándola con admiración; ella le respondió tan solo con una sonrisa cálida y el hombre se marchó.
— ¿A dónde lo envías? — La voz de su hijo resonó desde el balcón, su figura se recortaba en la oscuridad con la luna por detrás.
— A América, abriremos una sucursal allá, hemos tenido varios pedidos por internet — acercándose hacia el joven, la mujer se sentó en un banco fuera de la habitación. — Carlo Bernecci me acaba de llamar.
— ¿Qué te dijo?
— Pues mencionó un montón de palabras horribles entre las cuales se encontraban violación, cárcel, escándalo… Imagínate… ¿Sabías que la chica era menor de edad? — Lo miró acusadoramente.
— No, creí que tenía más de veinte.
— ¿Y que era virgen?
— ¡Ay, madre, por favor! Ella no era virgen, ¡varios habían pasado ya antes que yo!
Evan ingresó en la habitación acercándose a ella.
— Bueno, pues según el señor Bernecci, Chiara es una niña inocente a la cual tú, mi hijo, sedujiste y de la cual te aprovechaste dejándola en el estado en que se encuentra ahora.
— Madre, no…
— No importa cómo fueron las cosas, levantará una demanda legal en nuestra contra.
— ¡¿Qué?!
— ¡Eso! Imaginas ya lo que implica, ¿no? — Se miraron con seriedad. — No quisiera tener que matarlos, pero no encuentro en mi mente otra forma de salir de esta situación.
— Los métodos que aprendiste de tu marido — ironizó él poniendo expresión fastidiada.
— No te atrevas a hablar mal de Nicholas, aunque haya tenido muchos defectos, siempre se ha preocupado por la familia y te ha limpiado los trapos sucios más de una vez. Además, tú no eres ningún santo y yo hago lo mejor que puedo para proteger a los nuestros y a nuestra familia, no será ni la primera ni la última vez.
— Ya, está bien — replicó al ver que ella se había sulfurado. — No te aflijas, madre, me casaré con ella y seré discreto.
***
Ribeth se despertó repentinamente por la fuerza con que golpeaban a la puerta.
— ¡Beth! — Era la voz de Aline. — Tenemos un problema.
— ¿Qué sucede?
— Es mi nieta, Zaira, está muy mal.
— ¿Llamaron al médico?
— Sí, pero tiene el auto roto, Lenny ha ido por él.
Bajaron apresuradamente la escalera hacia las habitaciones de la planta baja. Atravesó la sala y la cocina hasta el pasillo donde se encontraban la mayoría de los dormitorios.
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Editado: 08.05.2023