2010 - Abadía Saint Michel (Punto de vista de Arquimimo)
El sacerdote observaba la letanía del prado a través de la pequeña ventana de forma gótica en lo alto de la torre norte, sus ropas oscuras realzaban la palidez mortuoria de su piel.
Recordaba el día en que por primera vez se cruzara con Nicholas Morand, conocido como “El Maldito”, muy temido por aquel entonces, pero actualmente desaparecido.
La pesada puerta se abrió con un sonido quejumbroso de madera vieja y hierro oxidado, haciendo que sus remembranzas volvieran a quedar sepultadas en el olvido.
— ¡Sein! — Dijo con una sonrisa al volverse hacia el recién llegado para recibirle con un cálido abrazo.
Sein, un hombre que aparentaba unos treinta y cinco años, de piel morena y ojos dorados, uno de los cuales estaba cruzado con una cicatriz que partía de su sien y pasando por su nariz recta terminaba en el lado derecho del mentón, esta parecía acentuar su virilidad sin apagar su exótica belleza árabe.
— ¿Cómo has estado? — Respondió su interlocutor con el mismo sentimiento.
— Muy bien, gracias, ¿y tú? — El sacerdote hizo un ademán indicándole que se sentara en una austera mesa de madera oscura que allí había, que combinaba con un antiguo armario, siendo estos los únicos muebles de la sombría sala.
— Bien — la voz de Sein sonó distraída mientras se sentaban. — Me extraña que andes ahora en estos lugares.
— La iglesia siempre ha tenido mucho poder y de una u otra forma nosotros hemos controlado eso a través del tiempo, lo sabes. Pues, bueno, esta vez me tocó a mí.
— ¿Sí? — Rio pícaramente. — Te ves muy santo con tus sotanas.
— Y tú muy moderno, la verdad… — respondió apreciando las vestiduras actuales y de alta calidad que llevaba el árabe, ropas que no eran tan aprobadas por los Tradicionalistas.
Un joven monje entró en el recinto trayendo una bandeja con una tetera y tazas. Se retiró de inmediato.
— Bueno, tú dirás.
— Sí. Te mandé llamar porque me he encontrado con Meribeth Morand.
El rostro del árabe se ensombreció.
— Ella vive en Egipto, ¿dónde la has encontrado?
— Lo sé, pero su hijo se casó con Chiara Bernecci, hija de un poderoso empresario italiano. La chica es mi ahijada, así que tuve que estar presente y allí la ví.
— ¿Y por qué me has llamado?
— Ella tiene algo que necesitamos.
Sein entrelazó los dedos con los codos apoyados en la mesa, sosteniendo así su mentón con la mirada oscurecida fija en el vacío.
— Es imposible acceder a ella, cuando estaba con Morand, él la custodiaba todo el tiempo, luego de su desaparición ella se convirtió por poco en un fantasma, la he vigilado mucho tiempo y aun con mis capacidades me ha sido imposible acercarme.
— Ya no es como antes, imagina que se citó conmigo a solas luego de la boda. No sé si se siente demasiado confiada o si su vida ya no le importa, pero sin duda no es la misma que recuerdo — explicó el religioso relajadamente.
— O puede que tenga un poder que desconocemos.
— Sí, justamente a eso quería llegar. Recientemente, hemos sabido que Nicholas Morand llevaba unos diarios.
— ¿Diarios?
— Sí, pensamos que puede haber información importante en ellos, creímos que se los habría heredado a su hija, quien tiene la mayor parte de sus posesiones, pero el informante que pusimos en su casa no pudo encontrar nada, hace muy poco que nos llegó esta información.
— ¿Y es una fuente fidedigna?
— Sí, es un nuevo integrante y nos ha dado esta información como prueba de su lealtad.
— Bueno, ¿y en qué soy útil?
— Ribeth nunca te ha visto, ¿verdad? — El árabe asintió con la cabeza. — Queremos que te hagas pasar por su hermano Said, él murió en un incendio en 1849, ella no vio nunca su cuerpo.
— Sí, lo recuerdo, estuve allí — quedó pensativo unos momentos.
— Ayúdanos y podrás vengar la muerte de tu padre y cobrarte con ella lo que Nicholas te ha hecho.
El hombre de tez morena tocó instintivamente la cicatriz de su rostro.
***
2010 - El Cairo
Un escalofrío recorrió su piel, por lo que tironeó de la sábana para arrebujarse mejor. Sin deseo de despertar, una suave brisa en su espalda volvió a hacerla estremecer e intentó jalar nuevamente la tela que cubría sus piernas, pero notó que algo la sostenía, produciéndole un sentimiento de inquietud. Se volteó entreabriendo los ojos, su hijo se encontraba acostado a su lado, sobre las sabanas que la cubrían mientras la observaba divertido, sus labios se movieron en forma de “u” y un aire helado acarició su piel por tercera vez, ella frunció el ceño y dio un tirón fuerte en la seda para cubrirse.
— ¿Qué haces aquí? — Gruñó dándole la espalda. — Hace solamente una semana que te has casado.
El joven se puso serio y le respondió de mala manera.
— Diez días.
— ¿Tan pronto terminó tu luna de miel? — Se burló ella.
— ¡Basta, madre! No te pongas sarcástica.
— Solo digo que es muy pronto.
— Las embarazadas me dan asco — replicó. — Bueno. ¿Recuerdas a mi amiga Nova?
—¿La que fue tu novia?
— Sí — desvió la mirada. — Quiere hablar contigo.
—¿Conmigo? ¿Por qué? — Ribeth se sentó en el lecho sosteniendo la sábana contra el esternón.
— Por algo referido a los Tradicionalistas, no ha sido explícita.
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Editado: 08.05.2023