2010 — Marsella
Acompañó a su nuera y a su hijo al Aeropuerto Marseille-Provence, y luego tomó un taxi hasta la plaza Jean Jaurès, donde decidió caminar un poco para aclarar sus pensamientos.
Luego de caminar un poco a paso lento, llegó a la estación de trenes, mientras en su mente el rostro de Jacques Reonoir se paseaba sin cesar, sin darle más vueltas al asunto decidió buscarle. ¿Cómo se había atrevido a tocar a una niña de su casa? ¿Lo habría hecho también con otras? No podía tolerar la idea de haber tenido algún trato con él. Zaira apenas tenía catorce años, podía entender todas las ilusiones que su corazón debía haber albergado. El que un hombre adulto se aprovechara de estas cosas era imperdonable.
Se dirigió al centro y transmutó su imagen en una persona común, que se confundía con los demás transeúntes, y que no podría ser recordada. Hallo a Jacques en un conocido club de golf que el hombre solía frecuentar, parecía esperar a alguien, pero la vampira, haciendo contacto con su mirada, no le permitió quedarse, y lo obligó a seguirla saliendo del lugar.
El hombre, en un estado de hipnosis o encantamiento, caminó tras ella sin notarlo ni poder evitarlo. Dándose vuelta de tanto en tanto para reforzar su hechizo, lo guio hacia las afueras de la ciudad, una vez que se perdieron entre la arboleda y se encontraban lo suficientemente lejos como para que nadie los viera, se detuvo y lo dejó salir de su ensoñación.
El hombre, turbado al notar que se encontraba muy lejos de donde creía estar, la miró con sorpresa.
—Beth… — Murmuró. — ¿Qué… cómo... es decir…?
Ella lo observaba fríamente.
— Tienes una sola oportunidad para justificarte respecto a Zaira.
Sus palabras fueron calmadas, pero contundentes, el rostro del francés pasaba del asombro al horror lentamente.
— Yo… solo jugaba y… bueno, las cosas se fueron de mi control, ella me coqueteaba… Y…
— Eres un hombre adulto. ¿Intentas decirme que los coqueteos de una chiquilla vencieron tu voluntad y tu buen criterio?
Ella llevaba un impermeable negro con un delicado detalle de piel en el cuello y la solapa y se ajustaba suavemente a su cintura con un lazo que ahora se encontraba tenso, por causa de la presión que la mujer ejercía hacia abajo con los puños cerrados en sus bolsillos.
— Sí… Bueno, no… — sin saber qué decir, Jacques se alzó de hombros en el último gesto consciente que tuviera.
***
Caminando por aquel sendero olvidado en medio del bosque, Beth observó cómo las primeras luces del amanecer comenzaban a teñir de colores el horizonte. Continuó andando hasta llegar a la casa. Entró por la parte de atrás directo al baño, se quitó la ropa manchada de sangre y comenzó a llenar la tina.
Al mirar hacia la sala pudo observar a través del cristal de la puerta del frente a un hombre sentado en los escalones de la entrada.
Cubriendo su cuerpo con una toalla, subió con celeridad a su habitación que se encontraba en el ático de la antigua cabaña, para buscar ropa limpia y salió a atender al desconocido en menos de un minuto.
El hombre, moreno y alto, con una cicatriz importante en su rostro que comenzaba en su frente, y bajaba atravesando su ojo, siguiendo la mejilla para terminar en su mentón; llevaba en la base de su cuello la marca identificatoria de los Tradicionalistas.
Por unos segundos se sintió alterada; Arquimimo le mencionó que no querían nada con ellos por el momento. No entendía el porqué de esta visita, aunque si las cosas eran como Nova las había planteado, entonces la persona en su umbral era la que vendría a buscar lo que no encontraría.
— Buen día. ¿En qué puedo ayudarle? — Preguntó con calma, observándole a los ojos, sin entender por qué le resultaban tan familiares.
— ¿Meribeth McGregor?
— Sí, señor — respondió, sintiéndose profundamente intrigada, porque nadie la llamaba así en casi un siglo.
— Soy Said, tu hermano — hizo una pausa al ver el asombro en su rostro y sonrió. — He sabido que estás sola y consideré oportuno venir…
— Pasa, por favor — respondió algo turbada y se apartó de la puerta para hacer espacio y que pudiera entrar.
— Gracias, qué bonita casa tienes, pero qué pequeña. ¿Acaso tu esposo no te ha dejado bien? — Él observaba el lugar detenidamente a manera de investigador.
— Me gusta mi casa — cambió de tema rápidamente. — Creí que habías muerto.
— También lo creí así… es una historia larga.
— ¿Vienes de parte de ellos? — Preguntó haciendo referencia a la marca.
— No. Aunque debo admitir que a través de ellos te encontré.
— ¿Sí?
— Ese esposo tuyo, tenía enemigos poderosos, y un pasado oscuro hasta donde he sabido.
— ¿Sí? Has cambiado, no te veía desde que eras niño.
— Tenía catorce.
— Así es. ¿Y qué te pasó? ¿Quién te hizo esto? — Hizo un gesto con la mano señalándole el rostro.
— Tu esposo — respondió descuidadamente mientras se aproximaba al baño. — Huele a sangre.
— Sí, estaba por limpiar cuando noté tu llegada, disculpa lo haré ahora.
Mientras limpiaba el baño, las preguntas se agolpaban en su cabeza: ¿Cuándo Nicholas había regresado a El Cairo? ¿Por qué no le había dicho que su hermano era como ellos? ¿Por qué no le dijo que él aún vivía?
Desde su partida, muchos secretos habían comenzado a revelarse, no podía entender qué desconociera tantas cosas del hombre con el cual compartiera alrededor de ciento veinte años…
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Editado: 08.05.2023