2020 - Sahara
Evan y Nova llegaron al amanecer, días antes de Sauin, esta era una fecha importante para los Obscuros, puesto que al estar sus filas compuestas mayoritariamente por brujos y demonios, en este día su poder se veía maximizado.
— Me alegra mucho verlos — habló Meribeth al recibirlos.
Evan llevaba a Nova de la mano y por primera vez pudo sentir que su hijo no estaba en disconformidad ni con ella ni con su pareja.
— Más a nosotros, madre.
Ribeth sonrió al oír la tradicional forma de su hijo de llamarla “madre”.
— La verdad, Beth — comentó Nova. — Pero la próxima vez que nos encontremos espero que sea en un momento más feliz y que ya estés totalmente recuperada.
— Que más quisiera que estar igual que antes — respondió mientras los guiaba por las instalaciones. — Al menos así, Sein me permitiría participar de la batalla, pero, en cambio, deberé quedarme aquí, presa y cuidando de todos.
— Aunque no dudo que has de ser un muy buen elemento en la batalla, cuidar de la gente es algo que haces verdaderamente bien — declaró la chica.
Nova era una de los pocos híbridos que existían, ella era hija de un vampiro y una demonio, lo que la hacía un ser bastante peculiar, y digna de ostentar el rango de dirigente de los Obscuros.
— Todos estarán listos en Sauin, hemos dejado todo organizado — dijo Evan.
— Bien, le diré a Sein y ya luego hablarán — respondió y los dejó en la habitación que ocuparían los días siguientes.
Se dirigió a su propia habitación, que como siempre, estaba al otro lado del gigantesco complejo, cavilando sobre su estancia en este lugar tan remoto, pensando si alguna vez podría volver a su cabaña en Marsella, si debería reconstruir su casa en El Cairo, si al menos tendría permitido salir con libertad. Ya había sido la prisionera de Nicholas, no quería serlo también de Sein.
Sin darse cuenta cómo había recorrido el largo trecho tan rápido, notó que ya estaba en el pasillo en el que se encontraba la alcoba, allí también se ubicaban la oficina y la biblioteca de Sein, de la cual salía ahora una chica rubia, voluptuosa, de rasgos delicados y algo más alta que Ribeth.
Dio un vistazo rápido a la chica que se acercaba y no pudo encontrar señales de que alguien se alimentara de ella. Fingió chocar de frente con la muchacha para poder olerla, no tenía el aroma de Sein, pero ¿por qué estaba allí?
— Lo siento, mi señora — dijo la rubia con voz dulce.
— No hay cuidado — respondió y al ver que la chica no se marchaba, continuó: — ¿Cómo te llamas?
— Tyana.
— ¿Y hace mucho que trabajas aquí?
— No, cinco meses más o menos, antes estaba en el castillo del señor Aren, y conocí allí a su esposo, él me trajo.
— Debes haberlo impresionado — murmuró más para ella misma que para la chica.
— Entre nosotros no ha pasado nunca nada — aclaró la rubia. — Admito que me ilusioné cuando aceptó traerme, pero él nunca…
Ella mentía, Meribeth pudo notarlo, pero imaginó que sería por miedo, no debía querer enfrentarse a una vampira furiosa, siendo tan solo una humana.
— No hay cuidado, no soy una mujer celosa — Ribeth sonrió. — ¿Y qué te ha traído por aquí?
— Pues he sabido que mi mejor amiga está ahora en los cruceros de la señora Nuria, y quería pedir si podía trasladarme allá.
— Entiendo, bueno, espero que consigas lo que has pedido.
— Gracias.
Ribeth continuó sin mirar si la chica se iba o no, pero decidió entrar en la biblioteca, donde Sein, analizaba concienzudamente unos papeles en sus manos.
Él levantó la mirada al oírla entrar.
— ¿Me he cruzado con una chica, qué quería?
Ribeth se apoyó contra la puerta al cerrarla tras de sí.
— Que la traslade con Nuria y Basil.
— ¿Y lo harás?
— Si ellos la aceptan, no tengo por qué oponerme.
— ¿Dejarás ir tan fácilmente a tu amante?
Sein alzó las cejas, sorprendido.
— No es mi amante — sus labios voluptuosos se movieron en un gesto al mismo tiempo divertido y sensual. — ¿Tienes celos?
— No son celos, simple posesividad — dijo imitando lo que él le dijera unos días atrás.
— No he estado con ella más que un par de veces, pensé que me ayudaría a soportar tu ausencia, pero me equivoqué y dejé de llamarla.
— No me importa, Sein, puedes tomar todas las amantes y concubinas que quieras — respondió sin sentimientos.
— Hace poco decías que me añorabas, ¿y ahora dices que no te importa que tenga otras mujeres?
— Siempre las has tenido, no veo por qué tendrían que cambiar las cosas ahora — replicó.
— Para ti ha sido conveniente que yo tuviera otras, para no tener que responder a mis demandas — declaró. — Pero para mí también lo ha sido porque de esa manera podía justificar tu… desinterés.
— Es una buena manera de explicar que eres un mujeriego incorregible — Ribeth dijo estas palabras con una sonrisa, pero pronto se arrepintió. Sintió un nudo en la garganta y quiso marcharse. — Estaré en la habitación.
Salió apresurada, pero él la alcanzó en el pasillo, tomándola del brazo.
— No te atrevas a huir de esta conversación, Meribeth.
Ella tragó con fuerza y volvió a colocarse su máscara despreocupada.
— No huyo. Estoy cansada — habló suavemente. — ¿Podemos seguir hablando en el cuarto?
Sein movió la cabeza en forma de afirmación y caminaron los pasos que quedaban hasta el dormitorio. Una vez allí, ella lo cruzó para lanzarse sobre la cama.
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Editado: 08.05.2023