2020 - Monte McDonnell, Australia (Punto de vista omnisciente)
Una vez que arribaron a tan vasto país, contrataron varios vehículos que los transportaron por el desierto, aparentemente sin rumbo muy claro. Normalmente, quienes contaban con un lugar de privilegio y poder, conocían la ubicación de las fortalezas de los otros líderes. Sein recordaba perfectamente donde encontrar Lachlan, pues en otras oportunidades solo con una brújula, en mitad de los cañadones, podía ser hallada su morada. Y así lo repitió.
Llegaron con su comitiva a una zona escarpada que tenía algo de sombra y se encontraban lo suficientemente lejos como para pasar inadvertidos, pero lo tan cerca como para poder vigilar el terreno.
En un momento a Sein se le ocurrió pensar que Lachlan no sería tan estúpido como para quedarse en ese lugar, y más después de las cosas que estuvo haciendo. Pero conociendolo sabía que su arrogancia y engreimiento era tal como para creerse tan por encima e inalcanzable para los demás, que no se molestaría en cambiar de sitio, el australiano consideraría la posibilidad de ser atacado algo muy improbable.
Arriba de la montaña, en el desierto, se encontraba el enorme castillo, rodeado de impenetrables murallas de piedras rojas.
— No entiendo qué hacemos aquí. Este lugar es impenetrable. Es imposible que lo sorprendamos en esta fortaleza — había dicho Yamil, uno de sus hombres de confianza.
Sein solo asintió con la cabeza. Todo es relativo en la guerra. En la historia de la humanidad, muchos de los ejércitos más poderosos y entrenados fueron derrotados con estrategia por unos cuantos guerreros apenas armados. Era una fortaleza, sí. Impenetrable, sí. Pero... no esperaban ningún ataque. Precisamente ahí estaba su talón de Aquiles. Sein simplemente ordeno que vigilaran y que le informaran 24 horas de lo que sucedía en ese lugar imposible de atacar.
Yamil volvía a insistir que no entendía la estrategia, que era en vano sentarse a vigilar y que no iban a morir de aburrimiento sus enemigos.
— Bueno, mi querido Yamil. Por algo yo soy quien da las órdenes y tu no. Ten paciencia. Espera y verás. Las batallas no se ganan con la espada. Se ganan con la paciencia. Y hablando de paciencia, espero que puedas adquirirla muy pronto, antes de que se termine la mía...
Yamil salió de la tienda, casi corriendo y muy pálido. No volvería a aparecerse frente a Sein, a menos que este lo llamara.
A la mañana uno de los vigías fue a contarle a Sein lo que habían descubierto. Al amanecer varios camiones salían de la fortaleza, para volver al mediodía, llenos con provisiones. Había que mantener funcionando a la gente que trabajaba para él allí dentro. Un brillo peculiar tintineo en los ojos de Sein.
Era mediodía. La puerta de la empalizada principal se abrió, pues era el momento de dejar ingresar a los camiones, una vez chequearan que todo estaba bien. El guardia observó en el interior de los vehículos, abarrotados con cajones, frutas, verduras, latas, los botellones de agua, insumos médicos y un largo etcétera. El vigía hizo pasar los tres camiones enormes y pesados. Volvieron a cerrar las vallas. Entonces hizo un gesto con el pulgar hacia arriba al vigía de las torres, que abrió las puertas.
Los camiones llegaron al garito principal de descarga, donde muchos humanos de mano de obra realizaban la tarea de bajar y clasificación la mercadería. Nunca llegaron a completar la tarea.
En pocos instantes, las cajas enormes de cartón con provisiones estaban vacías, ya que en lugar de comida, contenían a los hombres de Sein, que muy pronto corrieron entre las sombras, propagando la muerte por doquier. En verdad no fue una guerra. Fue una masacre. Nunca esperaban ser invadidos, y menos de aquella forma tan repentina y silenciosa. Muchos vampiros se encontraban dormidos o distraídos en actividades diarias y ni siquiera pudieron defenderse cuando fueron atacados. Y los que se defendieron no generaron mucha resistencia, pues estaban desprevenidos o desprovistos de armas en aquel momento.
Lachlan tomaba un baño termal, aprovechándose de dos jóvenes humanas, que eran obligadas a satisfacerlo en estado de hipnosis. El agua de pronto había empezado a salir fría. Así que envió a una de ellas a solucionar inmediatamente este pero molesto inconveniente. A él le gustaba estar a solas para hacer lo que quisiera con las muchachas, por eso no había nadie en los baños.
Como la chica demoraba en volver, envió a la otra a solucionar lo del agua. Los vampiros soportan mucho más el frío que los humanos, pero él prefería el calor, pues, además, el vapor le apetecía y le evocaba toda clase de fantasías. Las jóvenes nunca regresaron. Pero el agua caliente, sí, así que se acomodó, cerro los ojos para disfrutar de su baño hirviente y soporífero.
Cuando Lachlan volvió a abrir los ojos, estaba en una fría y oscura habitación. Desnudo, sí, pero amarrado con cadenas llenas de púas a una silla. Y había alguien allí con él. En su sopor imaginó que eran las muchachas que querían hacer toda clase de jueguecitos pervertidos con él, pero se equivocaba, quien estaba allí era Sein.
— Tenías los ojos cerrados. Así uno no puede ver nada — sonó la voz fría de quien lo tenía cautivo. — En el agua y el vapor había un hechizo de adormecimiento. Esa idea se las robé a ustedes — una sonrisa se intuía en la boca de Sein. — Ciego hasta el final. Ciego cuando no quisiste ver la tragedia que construiste para ti mismo, en tu estúpida arrogancia.
Lachlan, ya más despierto, levanto la cabeza y estaba dispuesto a hablar o quizás a gritar de enfado, cuando Sein puso la mano en su rostro, evitando que saliera cualquier sonido.
— Sabes que amo a Ribeth. Ella me hizo un encargo muy especial con respecto a ti y yo sigo un lema que dice: “nunca le niegues un deseo a la mujer que amas” — entonces quitó la mano de su boca. — Ahora sí. Ya puedes gritar.
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Editado: 08.05.2023