Un Papa en Apuros ¿en busca de una Niñera?

CAPITULO 3

DEREK

El sol ya se había elevado sobre el horizonte cuando abrí los ojos y me incorporé de golpe en la cama. Parpadeé un par de veces, tratando de despejarme, y dirigí la vista hacia el reloj en la mesita de noche. Pasaban ya de las ocho de la mañana. Solté un suspiro y me puse de pie rápidamente. Me acerqué a la ventana, corrí la persiana y miré hacia afuera. Por suerte, el camión de la basura aún no había pasado. Sin embargo, escuché ruidos en el patio, como si alguien estuviera barriendo o recogiendo hojas.

"¿Será que ya vino Ana o la señora que hace la limpieza?", pensé encogiéndome de hombros. Dejé la duda de lado y me dirigí al baño.

El agua de la ducha estaba helada, y la calefacción no lograba calentar lo suficiente. Me estremecí al sentir el chorro frío caer sobre mi piel, pero soporté la sensación hasta terminar. Me enjaboné rápidamente, me cepillé los dientes y, tras salir de la ducha, me rasuré frente al espejo. Me detuve un momento a observar mi reflejo: ojeras marcadas y un rostro con signos de cansancio. Pasé la mano por mi rostro y solté un suspiro antes de colocarme la toalla alrededor de la cintura.

Entré a mi armario y busqué ropa cómoda. Hoy me quedaría en casa haciendo algunas tareas pendientes y, si todo salía bien, por la tarde llevaría a mis hijos de paseo. Entre semana pasaban demasiado tiempo encerrados entre la escuela y la casa, y necesitaban salir y distraerse. Me puse una camiseta ligera, un short y unos tenis cómodos. Luego, apliqué un poco de antitranspirante y loción para caballero.

Al salir del cuarto, un delicioso aroma a café expreso invadió mis sentidos. En la televisión sonaba una alabanza del grupo "Un Corazón", lo que me sacó una sonrisa. Mi hija adoraba hacer esto los fines de semana: encender la televisión con música tranquila mientras ayudaba en casa. Bajé las escaleras con curiosidad, pero no vi a Ana ni a la señora que solía encargarse de la limpieza.

—¡Papi, buenos días! —me saludó mi hija con entusiasmo, acercándose a mí con una gran sonrisa. Apenas con diez años era inteligente y sobre todo le gustaba trabajar. Pronto ambos cumpliría once años.

Correspondí su gesto con ternura mientras ella me daba un beso en cada mejilla.

—Toma asiento, ya casi está listo el desayuno —dijo con orgullo.

—Huele delicioso. ¿Qué estás preparando, cariño? —pregunté con interés. Pero algo preocupado, a veces me daba pánico que hiciera eso pero tenía que dejarla hacerlo, Lupita la entreno muy bien.

—Bacon con tostadas y frijolitos con mucha cebolla, como a ti te gusta. Y café expreso —respondió con entusiasmo.

Sonreí complacido.

—¡Qué delicia! Pero, ¿por qué te levantaste tan temprano?

—Porque sabes que me gusta ayudar en casa, sobre todo cuando no viene Ana o la señora que hace la limpieza —respondió con naturalidad, mientras movía la sartén con destreza.

—¿No vino ninguna hoy? —pregunté sorprendido.

—No —negó con la cabeza—. Por eso le pedí a mi hermano que ayudara.

Levanté una ceja.

—¿Lo mandaste a limpiar?

Ella asintió con satisfacción.

—Sí. Le dije que si no hacía nada, no iba a poder usar su movil para jugar.

No pude evitar reír.

—Eres una niña muy inteligente.

—Así es. Él tiene que ayudar, y además, el camión de la basura pasará en media hora. Escuché el timbre cuando estaba en la otra calle. Así que le toca hacer su parte también. Tener diez años no significa que no podamos hacer nada.

—Eres increíble —dije con cariño, revolviendo su cabello rubio, el cual tenía atado con dos moñitos—. ¿Quieres que te ayude con el desayuno?

—No, papi, hoy te toca descansar —respondió con una gran sonrisa.

—Está bien, cariño. Gracias —dije, dejándome llevar por su dulzura.

La observé mientras colocaba los cubiertos en la mesa con precisión y luego salía al patio. Solté un suspiro y me acomodé en la mesa. Desde ahí, podía verla conversando con su hermano. Poco después, escuché su tono de voz reprendiéndolo, como era costumbre.

—¡Lávate las manos o no vas a desayunar! —exigió.

—Pero sí están limpias —respondió él con una mueca.

—No lo están. Ve y lávalas bien —insistió.

—¡Eres una mandona!

—Haz caso o no juegas Minecraft —dijo con firmeza.

—¡Okay, okay! Pero solo si me dejas jugar después de desayunar —negoció mi hijo.

—Sí, pero primero comes y después cumples con tus tareas.

Los observé con una sonrisa mientras hablaban. Me llenaba de felicidad verlos crecer sanos y unidos, aunque un nudo se formó en mi garganta al pensar en su madre. Sabía que necesitaban el calor de una madre, pero, lastimosamente, mi esposa había fallecido cuando ellos tenían solo tres años. El mismo día del cumpleaños de ellos, desde entonces, me había esforzado en ser para ellos no solo un padre, sino también un refugio.

Los veía desenvolverse con madurez, y eso me llenaba de orgullo. Sin embargo, en el fondo, siempre sentía un vacío, un espacio que solo su madre podría haber llenado. Pero ahí estaban ellos, mis pequeños guerreros, demostrando que, a pesar de la pérdida, la vida continuaba y que juntos éramos un equipo.

—¡Papá, el desayuno está listo! —me llamó mi hija, sacándome de mis pensamientos.

—Claro que sí cariño, ya estoy hambriento.

***

Mas tarde ayude a mi hija a limpiar los trastes, terminamos de recoger todo. Entre los tres, metimos la ropa en la lavadora y mientras esperábamos, mi hija comenzó a enseñarme algunas cosas que yo no sabía. Me sorprendió lo mucho que había aprendido con tan solo diez años. No podía creer que Lupita le hubiera enseñado tantas cosas buenas. Era una niña increíblemente inteligente.

Por otro lado, mi hijo Jader estaba terminando de limpiar el salón, pasando el trapeador con esmero. Me senté en la mesa con ellos una vez que terminamos nuestras tareas. Ya pasaban de la una de la tarde y habíamos pedido pollo con papas y ensalada fría para almorzar. Mientras esperábamos la comida, le notifique a mis gemelos que iríamos al paseo.




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