Un Papa en Apuros ¿en busca de una Niñera?

CAPITULO 5

DEREK

Estaba más que molesto con Laura. Me hizo venir a este club, dejé a mis hijos con Ana y ahora ella se comportaba de manera extraña. No entendía su actitud, pero me molestaba profundamente, y para colmo, no la encontraba por ningún lado. Decidí irme sin ella. Si seguía con su actitud, no tenía sentido quedarme. Sin embargo, cuando iba entrando nuevamente para buscarla y decírselo, choqué contra un cuerpo delgado.

Era una chica. Por un momento pensé que se trataba de alguna desquiciada porque, sin previo aviso, se subió a mí y se atrevió a besarme. Me quedé inmóvil por unos segundos, impactado por la osadía del acto. No obstante, cuando la observé bien, me di cuenta de que no estaba ebria, sino que más bien drogada.

En este tipo de lugares hay personas capaces de drogar a mujeres con intenciones oscuras. He leído cientos de historias al respecto, no solo en libros de ficción o telenovelas, sino también en casos reales. Es una realidad aterradora. La miré con detenimiento, pero la iluminación del club no me permitía distinguir bien sus rasgos. Además, el alcohol que había consumido me hacía sentir un poco mareado.

—Dime, Estas bien, que has tomado...

—Me quiero ir— susurra con dificultad.

—¿Dónde te puedo llevar? Tienes la dirección—pregunté, notando que hablaba en murmullos.

Ella intentó responderme, pero de nuevo sus labios se pegaron a los míos. Esta vez no entendí cómo, pero acepté el beso. No era un beso común, sino urgente, necesitado, como si buscara algo más. Sin embargo, yo no era alguien que se aprovechara de una persona en ese estado. Me alejé con rapidez y la observé tambalearse.

La sujeté del brazo con suavidad.

—Chica, por favor, contrólate.

—Suélteme, por favor. Suélteme —respondió con voz temblorosa.

—¿Te hicieron algo? ¿Andas con alguien?

—Estoy bien, déjame — mencionó, intentando zafarse.

—Te voy a ayudar.

—No, no te preocupes, yo puedo sola.

—Espera, déjame ayudarte...

En ese momento, escuché la voz de Laura. Giré la cabeza y la vi acercarse descalza, con los tacones en la mano. Su vestido rojo se pegaba a su cuerpo y su expresión era de enfado.

—¿Por qué te vas? ¿Qué te pasa? ¿Quién es esa mujer? —exigió saber.

Cuando volví la vista, la chica ya estaba subiendo a un taxi. Me habría gustado detenerla, pero Laura me sujetó del brazo con fuerza.

—¿Quién es esa mujer? —insistió.

—Cálmate, Laura, por favor —le respondí con fastidio—. No pensé que te comportaras de esta manera. Me dejaste botado, te estuve buscando y todo porque hiciste un berrinche. Te dije que no podía dejar a los niños solos por mucho tiempo y aún así te ofendiste por eso.

—Pero tu nunca tienes tiempo para mi. Además ni bailamos.

—Estabas tomando demasiado —continué, ignorando su mirada molesta—. No puedo pasar más de dos horas fuera de mi casa, necesito irme ahora.

—¡Eres un...! —Laura se quedó callada y resopló, frustrada.

—Si me vas a insultar, te dejaré aquí y no me importará —sentencié con firmeza.

—Llévame a tu casa, no quiero ir a la mia. —exigió.

La tomé de la mano y la ayudé a caminar, pues uno de sus tacones estaba roto y avanzaba con dificultad. Le coloqué mi chaqueta sobre los hombros y, sin quererlo, mi mirada volvió a donde la chica se había ido. El taxi ya no estaba.

—¿Por qué miras hacia allá? —preguntó Laura, cruzándose de brazos.

—Cálmate, por favor. Vámonos —dije, llevándola conmigo.

Ya en el coche, puse música suave mientras ella comenzaba a hablar sin parar. Se notaba que estaba pasada de copas. Exhalé el aire que tenía estancado en el pecho y me concentré en la carretera. De repente, sacó un cigarrillo y lo encendió.

—¿Qué haces? —le arrebaté el cigarro y lo tiré por la ventana.

—¿Por qué haces eso? —se quejó con un puchero.

—No hagas esa estupidez en mi coche.

—Se me olvidó que no te gusta...

—Así mismo es. Haz lo que quieras, pero no aquí. Cuando bajes, puedes fumarte toda la cajetilla si quieres.

—Eres un aguafiestas... Quise divertirme el domingo pasado, también este fin de semana y ahora desperdicias este día libre que te dio Alejandro porque no quieres pasar el tiempo conmigo —bufó, cruzando los brazos.

—No es eso, Laura. Lo que pasa es que tengo que cuidar a mis hijos en las noches. Ya te lo dije, tuve que pagarle un extra a la niñera.

—Pero le pagas, ¿qué más da? —replicó con irritación.

Ignoré sus reclamos y avancé rápidamente. Sin embargo, mi mente aún seguía pensando en aquella desconocida. ¿Cómo se atrevía la gente a drogar a una mujer para aprovecharse de ella? Espero que haya llegado bien. No pude ver su rostro con claridad, pero algo en su manera de actuar me dejó inquieto.

Al llegar a la residencia, ingresé el código y entramos. Eran más de las once de la noche. Aparentemente, todo estaba en calma, seguramente Ana ya estaría descansando. Sin embargo, mi hija salió de su habitación y me miró con curiosidad.

—Papá, ¿has venido temprano? —preguntó, y luego miró a Laura con recelo.

—Hola, Jadecita —saludó Laura con una sonrisa artificial. Mi hija la saludo.

—Hola señora. ¿Papá, estas bien?

—Estoy muy bien, cariño. Ve a descansar, por favor.

—Seguro, ¿todo bien? —insistió mi hija, mirándome para luego mirar a Laura que actuaba con rareza.

—Sí, mi amor, todo bien. ¿ Y Tu hermano?

—Debe estar roncando —me aseguro con una sonrisa.

—Bien, tu haz lo mismo. Ya es muy tarde.

—Ok... Ahora voy a dormir. Buenas noches, papá. Buenas noches, Laura.

—Buenas noches, cariño —respondió Laura, fingiendo ternura.

Cuando mi hija desapareció, solté un suspiro. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de sentir los brazos de Laura rodeándome.

—Vamos a tu habitación... Muero porque me hagas el amor —susurró con voz pastosa.

Me aparté con suavidad.

—Contrólate, Laura. Jade sigue despierta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.