Alisten sus pañuelos 😢😥
MILENA
Había pasado un mes desde que decidí alejarme de Cris. Tal vez ella no tenía la culpa de lo que había sucedido, de que su amigo me hubiera drogado para que me acostara con él. Afortunadamente, logré escapar antes de que las cosas se complicaran. Aún recuerdo que, en medio del caos, terminé besando a un desconocido, pero lo importante es que regresé sana a casa esa noche. Entré directo a la ducha, intentando borrar todo de mi mente. Desde ese entonces, juré no volver a salir con personas desconocidas. Incluso renuncié al club; ahora solo voy a la universidad y regreso directo a casa.
Este mes, por necesidad, le pedí prestado dinero a Gerardo, algo que realmente no quería hacer. Mi abuela me preguntó varias veces por qué no había vuelto a trabajar en la plaza, y yo solo le respondí que no me sentía bien. Me sentía culpable por Cris también, porque me llamó varias veces, pero le dije que aún me estaba recuperando de lo sucedido. Ella se disculpó, pero al final no era su culpa. Solté un suspiro pesado y decidí que tenía que verla, pedirle que buscare otro trabajo y terminar con mi miedo. No entiendo que mal cargo, porque me acechan de esta manera. En la vida lo único que recuerdo son desgracias de mi vida pasada, nada más.
Solté un suspiro pesado y decido que lo mejor es ir a ver a Cris.
Me despedí de mi abuela, subí al metro y me quedé mirando la carretera fijamente. Me sentía tan ingenua por haber permitido que todo sucediera, y no podía entender cómo, años atrás, había vivido algo tan desgarrador. Mi mente estaba llena de recuerdos, me sentía molesta por tanta confusión. Cuando llegué a la plaza, caminé hacia el cafetín, pero para mi sorpresa, estaba cerrado. En la puerta decía "En alquiler" desde hacía una semana el lugar parecía cerrado. Eso fue lo que escuche. Yo ya le había escrito, le había dicho que no era su culpa y que no se preocupaba, pero en ese momento, todo parecía ir mal aparentemente con el negocio. Pensé en mandarle un mensaje, pero me quedé ahí, observando con inquietud.
Me acerqué a un chico que vendía celulares y recargas.
—Disculpa, ¿desde cuándo no viene la chica que vende los pastelitos y los batidos?
—¿Te refieres a Natalie? —me preguntó él, mirando al suelo—. Bueno, lleva mas de la semana sin venir. Creo que en esos días se sintió mal, incluso se desmayó.
—¿Cómo se desmayó? ¿Estás seguro de eso?
—No la conozco bien, solo cuando venía aquí la veía. Estaba algo enferma, pero no sé qué es lo que tiene.
Gracias —le dije rápidamente, sintiendo un nudo en el estómago. Salí de la plaza y marqué el número de Natalie, pero no contestaba. Volví a marcar y, esta vez, alguien respondió.
—Hola.
—¿Hola? —dije, aliviada por escuchar una voz—. Quería hablar con Natalie, ¿está?
—¿Quién es? —respondió la voz de una señora.
—Soy amiga de Cris. Estaba trabajando con ella en su pequeño cafetín aquí en la plaza, en la capital.
—Soy su madre —respondió la señora con un tono grave—. Ella está en el hospital aquí, en el hospital capitalino, en UCI.
—¿En UCI? ¡Voy para allá enseguida! —contesté, cortando la llamada de inmediato.
Mi mente estaba en shock. ¿Por qué Cris estaba internada? Subí rápidamente a un taxi, mi mente estaba llena de incertidumbre. Miraba el reloj constantemente, preguntándome qué podría estar sucediendo. Al llegar, marqué de nuevo el número, y la misma señora contestó.
—Señora, soy yo, la amiga de Natalie. Me encuentro aquí en la sala de emergencias.
—¿Puede venir a la parte del pasillo donde están los pacientes con cáncer?
—Sí, ya voy para allá. — respondi y sentí una mezcla de ansiedad y miedo.
Guardé mi teléfono y sentí cómo mi corazón se aceleraba. ¿Cáncer? Ese pensamiento me paralizó. El nudo en mi garganta se hizo más fuerte, y no pude evitar sentir el peso de la preocupación.
Cuando vi a la señora, enseguida noté un parecido con Cris. Me acerqué y me presenté.
—Hola, mucho gusto. Mi nombre es Milena. Yo trabajaba con Cris... bueno, con Natalie. Ella me decía que le gustaba ese nombre.
La señora la miró, con los ojos llenos de tristeza.
—Mi hija no está bien. Hace poco hablé con ella, pero ya no reacciona. Ella tiene cáncer, cáncer uterino, y está en la etapa final.
No podía creer lo que escuchaba. Me sentí helada, un nudo horrible se formó en mi garganta. Me acerqué a la cama de Natalie, que estaba conectada a varios tubos. Sus ojos estaban cubiertos por cintas. Era un dolor insoportable ver cómo la enfermedad la había transformado. No era la misma chica de antes, tan llena de vida y energía.
Sentí como si todo se me viniera abajo. Toqué su mano, estaba fría. Lloré sin poder evitarlo, mientras sus palabras resonaban en mi mente. Su mamá me habló, diciendo que Natalie había mencionado que nunca dejaría de preparar los panecillos de mantequilla, los que le había enseñado a hacer. Me dolía ver todo esto, era tan injusto.
Quise quedarme a su lado, no quería separarme, pero las enfermeras nos pidieron que saliéramos. Ya había pasado el tiempo de visita. Le dije a la mamá que me contactara si necesitaba algo, que siempre iría a verla.
Subí al metro, me puse los audífonos y dejé que la música fluía por mis oídos. Mientras tanto, mis lágrimas no dejaban de caer. Pensaba en lo terrible que era la situación. La chica que conocí hace unos meses, que siempre había estado tan llena de vida, vendiendo sus pastelitos, sonriendo y trabajando incansablemente, estaba ahora luchando contra una enfermedad terminal. Sentí que mi alma se desmoronaba mientras lloraba en silencio, mirando la carretera desde mi asiento en el metro.
***
Le había contado a mi abuela lo de Cris, y su rostro se ensombreció al instante. Suspiró hondo, con tristeza, y me dijo que, a veces, las apariencias engañan; que quizás Cris jamás mostró sus penas ni su tristeza, pero que eso no significaba que no las llevara dentro. Sus palabras me hicieron reflexionar, pero nunca imaginé que, esa misma noche, el peso de aquella realidad me golpearía con tanta crudeza.