Un Papa en Apuros ¿en busca de una Niñera?

CAPITULO 8

DEREK.

Solté un suspiro antes de tocar el timbre de la casa de mi antigua niñera, Lupita. Observé la canasta entre mis manos, repleta de frutas frescas y frascos de vitaminas. Las compre en el super cercano a la casa, luego ire por lo de la casa. No tenía la menor idea de si ella las necesitaba, pero al menos quería llevarle algo. Respiré hondo, dándome valor, y golpeé la puerta con firmeza.

Pasaron unos segundos antes de que se abriera. Allí estaba ella, con su característico gesto dulce y con sus lentes de abuelita.

—Nana Lupita, soy Derek.

Sus ojos se agrandaron detrás del cristal y, sin dudar, esbozó una sonrisa.

—¡Señor Derek!

—Exactamente, soy yo. ¿Cómo has estado?

Se hizo a un lado de inmediato, invitándome a pasar con un gesto de la mano.

—¡Pase, pase, señor Derek! No se quede ahí parado, este vecindario está lleno de chismosos. —Se rió con suavidad mientras cerraba la puerta detrás de mí

—Usted nunca cambia.

—No, para nada, señor. Tomé asiento donde más guste.

—Muchas gracias.

Caminé hasta la sala y me dejé caer en un sillón, acomodando la canasta sobre la mesa de centro. Lupita, con su energía de siempre, ya estaba en la cocina.

—¿Quiere que le prepare un té?

—No, Lupita, no te preocupes…

—Pues igual se lo voy a preparar —interrumpió con ese tono que no admitía discusión—. Se ve estresado.

Sonreí de lado.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque lo conozco. Su mirada lo dice todo. Aunque use lentes, no crea, todavía veo bien.

Hizo un gesto con la mano, restándole importancia al tema, y se acomodó en una silla frente a mí.

—¿Cómo va todo?

—Bien… supongo. —Tomé aire antes de continuar—. No te sientes sola aquí, ¿verdad?

—No, no me siento sola. Tengo a mi nieta conmigo.

Me enderecé en mi asiento, sorprendido.

—¿En serio? ¡Vaya! Yo pensaba que usted no tenía familia.

—Uno nunca sabe, señor Derek. Hay personas que llegan a la vida como ángeles.

—Entiendo…

Recordé vagamente que alguna vez me había hablado de una joven a la que había adoptado.

—Me mencionaste a una muchacha hace tiempo. ¿Qué pasó con ella?

Lupita suspiró.

—Esa carajita se fue a los Estados Unidos.

—Ah, ya veo… Pero entonces, ¿ahora vive con otra nieta?

—Sí, ella es otra nieta.

—Oh, perfecto. —Asentí y bebí un sorbo del té caliente que Lupita acababa de servirme—. Y… bueno, la verdad es que vine a verte por un asunto importante.

Lupita se sentó a mi lado, mirándome con interés.

—Diga, señor Derek.

—Necesito urgentemente una niñera.

Lupita entrecerró los ojos.

—Ay, pobrecitos mis chiquitos. Deben estar sofocados de tanto cambio…

—Sí, y sé que en tu estado no puedes trabajar. Ya estás jubilada, incluso después de haber trabajado conmigo tantos años. Pero, te juro que no he podido encontrar a una mujer adecuada para cuidar a mis hijos. Una que realmente desee el trabajo, no solo que lo tome por necesidad. Además ellos están acostumbrados a ti, antes que nacieras estuviste con mi esposa trabajando con ella.

Ella me miró con ternura y negó con la cabeza.

—Ay, muchacho… no me pida eso. Mis huesos ya no son fuertes como antes. Necesito descansar.

—Lo sé. Y por eso no te estoy pidiendo que trabajes, sino puedes, pero si que me ayudes a encontrar a alguien en quien pueda confiar.

Lupita sonrió con astucia.

—Pues mire, le tengo una mejor idea.

—¿Cuál?

—Mi nieta.

—¿Su nieta?

—Sí, ella ha vivido fuera del país, pero lleva más de un año aquí. Ha estado buscando un trabajito temporal, porque después se irá o verá qué hace.

Fruncí el ceño.

—Pero, ¿será tan trabajadora como tú?

—Por supuesto. Es responsable, tranquila y muy honesta. Se la recomiendo con los ojos cerrados.

Me crucé de brazos, pensativo.

—El problema es que si es otra boluda como Ana, me volveré loco…

Lupita se rió.

—Nada que ver, mi nieta ya es una mujer. No es tan joven, debe rondar los veintiocho o veintinueve años.

—¿Está segura?

—Más que segurísima. Además, no tiene hijos, así que usted estará más tranquilo.

Lupita guiñó un ojo y, antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta.

—Ah, ahí está ella. Disfrute su té mientras le presento a mi nieta.

No tuve opción. Me quedé sentado, tomando otro sorbo, mientras escuchaba el sonido de la puerta al abrirse.

—Sí, abuela… no, no encontré trabajo.

—Pues mi amor, aquí ya tienes uno.

—¿De verdad? ¿A qué te refieres?

—Aquí está mi exjefe.

—¿Su exjefe?

Dejé la taza sobre la mesa y giré el rostro, viendo. a la mujer que había entrado.

—Hola… —murmuró ella, con cierta confusión.

La observé con atención. Algo en su rostro me resultaba extrañamente familiar.

—Mucho gusto, señorita. —Le extendí la mano—. ¿Nos conocemos?

Ella negó rápidamente y soltó mi mano con cierta prisa.

—No, señor… Discúlpeme, pero creo que no.

—¿Tu nombre?

—Milena Forbes.

Lupita sonrió orgullosa.

—Ella es mi nieta, señor Derek.

La observé fijamente. Había algo en su mirada, en su expresión…

—Derek —repitió ella, sin dejar de mirarme.

Parpadeé un par de veces, intentando recordar¿Dónde la había visto antes?

Ella se sentó soltando un suspiro, Lupita se fue a la cocina mientras le decía que le serviría un té.

Su rostro me resultaba inquietantemente familiar. No lograba recordar de dónde, pero sentía que la había visto antes. Ella bajó la mirada, sorprendida, y luego me observó con cierta duda, como si también tratara de ubicarme en sus recuerdos.

Se levantó de la mesa y, con voz firme pero serena, preguntó:

—Entonces, señor Derek, ¿cuándo puedo empezar a trabajar? — Parpadeé sonriendo

—El lunes, le parece bien. Sin embargo quisiera preguntarle si usted puede quedarse a vivir en la casa, pero ahora que lo pienso no será posible ya que Lupita estará sola.




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