Un Papa en Apuros ¿en busca de una Niñera?

CAPITULO 10

DEREK

No podía dejar de observar a mi hija mientras le enseñaba a Milena todo lo que había en la cocina. La veía explicar con entusiasmo, señalando cada ingrediente y utensilio con precisión, como si fuera una pequeña maestra. En cambio, mi hijo apenas levantaba la vista de su móvil, negando con la cabeza de vez en cuando, mostrando su desinterés.

Algo en Milena me llamaba demasiado la atención. Desde que la conocí, mi instinto me decía que ya la conocía de antes, pero no lograba recordar de dónde. Su forma de andar me resultaba extrañamente familiar. Había algo en su expresión, en la manera en que parecía reservada, casi reacia a hablar, como si le costara soltarse con los demás. Conocí a alguien así hace mucho tiempo. Sin embargo, cada vez que miraba a mi hija, sus ojos brillaban, y una sonrisa leve se asomaba en sus labios. Parecía interesada en todo lo que Jade le decía, tomando nota en una pequeña libreta.

Me sentí orgulloso de mi pequeña. Era una niña muy inteligente, curiosa y llena de energía. También estaba orgulloso de mi hijo, aunque a veces su actitud dejaba mucho que desear. Se comportaba como un niño caprichoso, con una frialdad que me preocupaba. Sabía bien la razón: la falta de amor maternal. No quería reemplazar a su madre, y por eso se alejaba, como si cualquier muestra de afecto por otra persona fuera una traición. Aun así, cuando mencioné que Milena era la nieta de Lupita, pareció relajarse un poco. Pero seguía observándola de reojo, sin querer involucrarse demasiado en la conversación entre ella y Jade.

Me levanté y me dirigí a la habitación que había sido de mi esposa. Hacía tiempo que no entraba ahí. Apenas crucé la puerta, un sentimiento de nostalgia me invadió. Observé cada rincón, los muebles intactos, los recuerdos atrapados en ese espacio. Por ahora, Milena dormiría aquí. El cuarto que antes ocupaba Lupita estaba convertido en una bodega, llena de polvo y cajas amontonadas. No podía echar ahí a la niñera; sería una falta de respeto. Cuando tuviera tiempo, mandaría a alguien a limpiarlo y también buscaría un plomero para arreglar las tuberías del baño, que estaban en mal estado.

Caminé hasta una gaveta donde guardaba algunas cosas de mi esposa. Abrí el cajón y encontré varias fotografías de ella. Saqué una y me quedé observándola. Era hermosa, una mujer increíblemente hermosa. ¿Cómo iba a olvidarla? Suspiré y seguí buscando lo necesario para Milena: sábanas limpias, almohadas, algunas mantas. Mientras acomodaba todo, mis dedos rozaron un objeto metálico. Lo saqué y lo examiné. Era una cadena de oro con un dije en forma de cruz. Me quedé mirándola fijamente.

Recordé que era de ella. Me había contado que su padre se la regaló antes de morir en la UCI. Acaricié la cruz con el pulgar y la dejé sobre el escritorio. Luego terminé de arreglar la cama y salí de la habitación.

Cuando regresé a la cocina, Milena preparaba la cena junto con mi hija. Me apoyé en el marco de la puerta y observé la escena.

—Muchas gracias, Milena —dije con sinceridad—. Espero que te sientas cómoda en la habitación en la que te quedarás mientras estés aquí durante la semana.

Ella levantó la mirada y sonrió con timidez.

—Muchas gracias, señor… Perdón, Derek.

—Está bien.

—Voy a terminar de preparar la cena, luego limpiaré la cocina y me iré a descansar.

—Bueno, está bien. Sé que una niñera no debería hacer esas cosas, pero te lo agradezco. Por esa misma razón, el sueldo es un poco más alto. Oficialmente eres niñera, pero también realizas otras tareas. Prefiero llamarte así en lugar de empleada. ¿Te parece?

—No importa, estoy tranquila con todo lo que usted diga.

—Bien. Cuando esté lista la cena, vendré a cenar con ustedes.

—Sí, claro, Derek.

Me dirigí a mi habitación y entré al baño. Me desvestí y me metí en la ducha, dejando que el agua callera sobre mi cuerpo. Mientras me refrescaba, mi mente comenzó a divagar.

Recordé aquella noche en la discoteca, hace un mes atras. Una mujer, aparentemente drogada, había comenzado a besarme sin previo aviso. En ese momento, algo dentro de mí se encendió. Había algo en ella que me resultó conocido, pero no pude reconocerla. Tal vez por el maquillaje ligero que llevaba o porque mi mente simplemente no quería hacer las conexiones en ese momento.

Apagué la regadera de golpe. Una imagen se formó en mi cabeza.

Milena.

Ella era la mujer de aquella noche.

El impacto del recuerdo me golpeó con fuerza. Ahora que lo pensaba bien, aquella mujer no estaba ebria por alcohol. Algo le habían echado a su bebida. Su comportamiento, su mirada desenfocada, el deseo en ella… Todo cobraba sentido.

Recordé el momento en que sus labios tocaron los míos. La sensación aún estaba grabada en mi memoria. En ese momento, también sentí algo extraño, algo que no había querido analizar hasta ahora.

No había duda.

La conocía de antes.

Pero la pregunta era… ¿de dónde?

***

Después de ponerme ropa cómoda para estar en casa, me coloqué mis sandalias de cuero y salí de mi habitación. Al llegar al comedor, noté que la mesa ya estaba servida.

—¡Papi, ven! —exclamó mi hija con entusiasmo—. Vas a probar la comida de Milena, está deliciosa. ¡Ella cocina exquisito!

Milena sonrió con modestia y agradeció el cumplido.

—Muchas gracias, pequeña. ¿Pequeño. Verdad que sí te gustó el emparedado que te preparé? —le preguntó a mi hijo.

Él, con una expresión traviesa, le sacó la lengua antes de responder:

—Sí… pero no me convence del todo.

—¿Y eso por qué? —preguntó Milena, con curiosidad.

—No lo sé —dijo el niño encogiéndose de hombros.

Milena simplemente sonrió y le revolvió el cabello con dulzura.

—No te preocupes, con el tiempo aprenderás a disfrutarlo —respondió con paciencia.

Mi hijo bajó la cabeza sin decir nada más.

—Tengo hambre. ¿Podemos comer ya? —preguntó, cambiando de tema.




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