Un Papa en Apuros ¿en busca de una Niñera?

CAPÍTULO 14

DEREK

No puedo creer que besé a Milena. Fui un estúpido con ella. No debí faltarle el respeto. ¿Qué pensará de mí ahora? Tal vez hasta quiera irse por mi actitud… pero es que hay algo en ella, algo que me provoca demasiado. Hay algo en Milena que me da ganas de besarla, de abrazarla, de cuidarla. Creo que me está gustando… y eso me confunde aún más. ¡Es la niñera de mis hijos! Me dan ganas de jalarme los cabellos por haber sido tan irrespetuoso. Ahora hasta vergüenza me da mirarla a la cara. Pero ya lo hice. Lo hecho, hecho está. Solo espero que me perdone… porque la verdad, me gusta. Me gusta Milena. No lo puedo negar.

Dejé de lado mis pensamientos cuando sentí la mirada de mi hija fija en mí.

—¿Pasa algo, pa? ¿Ya no vamos a salir? —preguntó con esos ojitos expectantes que me derriten.

Negué con la cabeza y le tomé la mano con suavidad.

—Claro que vamos a salir.

En ese momento, levanté la mirada y vi a Milena saliendo de la habitación. Llevaba puesto un pantalón ajustado, una camiseta sencilla y su mochilita colgada al hombro. Se veía preciosa, aunque ella pareciera no notarlo.

—Ya estoy lista —dijo con una leve sonrisa.

—Yo también estoy listo —agregó mi hijo, apareciendo justo a su lado.

Milena le revolvió el cabello con cariño. Él intentó detenerla poniendo la mano, pero al final le sonrió mostrando los dientes.

—¿Ya están listos?

—¡Sí, estamos listos! —gritaron los gemelos al unísono, corriendo hacia afuera.

Me acerqué a Milena y la miré con cierta culpa.

—Lo siento mucho… por lo de antes.

—Tranquilo. No se preocupe —respondió ella, bajando un poco la mirada.

Solté un suspiro, algo más aliviado, y salí detrás de ellos. Cerré la puerta, puse el seguro y desbloqueé el coche para que los niños subieran. Milena se disponía a subir en la parte trasera cuando Jade le dijo:

—Ve enfrente con mi papi. Nosotros nos quedamos atrás.

—¿Segura?

—Sí, ve —insistió mi hija.

—Okay, está bien —aceptó Milena con algo de nerviosismo.

Yo le sonreí, tratando de tranquilizarla, y luego miré a Jade, que me devolvió la sonrisa con picardía.

Subimos al coche. Le pedí al guardia que cuidara la casa y él asintió con la cabeza.

—Niños, pónganse el cinturón.

—Sí, pa —respondieron ambos.

—¿Y tú también, Milena?

—Sí, señor.

—Dime Derek, por favor. Todavía no me acostumbro a eso de "señor".

—Claro que sí —respondió con una sonrisa tímida.

Al salir de la residencia, puse una alabanza suave en el coche. Era una de las favoritas de Jade. Mientras ella cantaba con alegría, vi que Milena la acompañaba con voz bajita.

—¿Te gusta esa alabanza, Milena? —le preguntó Jade.

—Sí, siempre me ha gustado… no entiendo muy bien por qué, pero me llega al corazón.

—A mí también. Mi mamita, cuando estaba viva, la solía poner mucho. ¿Verdad, Jader?

—Sí, así es…

—Oh, qué linda, fue la señora, ahora es un ángel que desde el cielo los cuida.

—Así es, ella nos cuida.

—Lo bueno es que nos dejó muchas enseñanzas —dije, sintiéndome un poco nostálgico—. Por eso, ella siempre vivirá en nuestros corazones. ¿Verdad, hijos mios?

—Así es, papi.— respondió Jade, pero Jader estaba sumergido en sus pensamientos mirando hacia la carretera.

No pude evitar sentir un nudo en la garganta. Jamás podría olvidar a Jarada… su dulzura, su paciencia, su forma humilde de ser. Todo lo que soy como padre, lo aprendí en gran parte de ella… y también de Lupita, que siempre estuvo para nosotros, casi como una segunda madre para los niños.

Dejé de pensar por un momento cuando llegamos al supermercado.

—¿Qué vas a hacer, pa? —preguntó mi hijo.

—Voy a comprar un poco de helado. ¿Les parece?

—¡Siiii yupi! Yo quiero de choco-menta —dijo él emocionado.

—Y yo de fresa —añadió Jade.

—¿Y tú, ? —pregunté, mirando a Milena.

—Lo que sea, muchas gracias.

—¿Te parece choco-menta?

—Sí, claro que sí.

Bajé del coche, crucé la calle y fui directo a la tienda. Compré los helados y algunas chucherías para los niños. Al salir, crucé de vuelta, subí al auto y les entregué sus helados. Cada uno saboreaba su elección mientras nos dirigíamos al malecón. Íbamos a pasar un rato en el parque, en familia… y aunque por dentro yo seguía lidiando con mis sentimientos, en ese instante solo quería disfrutar del momento. Y de ella. Porque aunque me duela admitirlo…

Milena me está gustando de verdad.

***

Llegamos al malecón para disfrutar un poco y ver las estatuillas de la antigua Managua. Todo era hermoso, con una vista increíble hacia todo el país.

—¡Papi, tómanos muchas fotos! Este lugar es precioso y casi nunca venimos, aun estando en el país —dijo mi hija mientras posaba sonriente.

Milena se acercó a mí y me dijo:
—Yo se las tomaré. Usted atienda al pequeño.

—Lo haré.

Ella se acercó a mi hija y comenzó a tomarle fotos. Mientras tanto, me quedé observando a Jader. Él miraba con atención los columpios cercanos, donde una mujer jugaba con sus hijos.

Me acerqué y le pregunté:
—¿Quieres que vayamos a jugar?

—No… no quiero —respondió con la mirada baja.

—¿Por qué no quieres jugar?

—Porque no tengo una mamá con quién hacerlo...

Esa respuesta me conmovió. Me agaché para estar a su altura.

—Pero me tienes a mí, hijo.— Él, me miró con esos ojos que parecían buscar consuelo.

—Pero se ve más bonito cuando una mamá juega con sus hijos…

Suspiró y volvió a enfocarse en los columpios. Sabía muy bien que él extrañaba a su madre. Al igual que Jade, él había sentido su ausencia desde pequeño, desde el día en que ella ya no estuvo. Lo entendía a la perfección.

—Vamos a jugar —insistí.

—¿Para qué? No quiero. Me da pena…

—¿Y por qué te da pena jugar con tu padre?

—Porque tú y yo somos varones. Se ve más lindo cuando una mamá juega...




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