Un paso hacia el amor.

Capítulo 2: La Ceremonia.

—¡Lorence! —Una voz lejana, se coló entre mis sueños. Me revolví molesta entre las sábanas—. ¡Lorence, despierta! Está aquí —Era la voz de Marga, me enrosqué la almohada para camuflarla.

—No he podido dormir en toda la noche, es domingo. Déjame.

—¿Que te deje? ¡Hoy te casas, Lorence! —Me arrancó la almohada de la cabeza.

Me desperté al instante, incorporándome.

—¿Quién está aquí? —me puse las zapatillas y mi bata de satén, que tapaba mi camisón blanco.

—El indio. Tu marido, quiero decir —se corrigió, mientras me pasaba todo nuestro suministro de maquillaje.

Me senté enfrente del tocador.

—¿Y qué hace aquí? ¿Qué hora es? —preguntaba nerviosa mientras empolvaba toda mi cara de maquillaje en polvo.

—Pues ha venido con un ramo de rosas, supongo que a llevarte hasta el Ayuntamiento. Son las ocho de la mañana.

—¡¿Las ocho?! Solo falta una hora, me puse el despertador —el colorete se estampaba por mis mejillas, dándole un tono cálido a mi rostro.

—Pues no ha sonado, a mí me ha despertado Sor Catherine. Lo tienen esperando fuera, dice que no dejará pasar a ningún hombre.

—Tráeme el vestido, por favor. El primer día de nuestro matrimonio y él ya va con ventaja.

Me retiré las trenzas conforme pude, dejando en mi cabello ondulaciones que Marga me recogió posteriormente en un moño, mientras yo misma me embutía en un vestido blanco, con el bajo un poco más allá de las rodillas.

—Vale, ¿cómo estoy? —me miré en el espejo. Me faltaba un poco de color en los labios que rápidamente corregí con un labial rosado.

—Perfecta. Los zapatos de tacón y las medias —estas últimas me ayudo a ponérmelas.

—Ya estoy, ya estoy —dije lanzándome sobre la puerta.

—Espera, espera —me detuvo—. Una cosa prestada —me puso una de sus pulseras de perlas—, algo azul —enganchó sobre mi pecho un pequeño broche con un ramillete de flores secas azules— y algo viejo —una foto de nosotras, en blanco y negro, de cuando empezamos en la academia con diez años.

—Gracias —la abracé.

—Todo irá bien, Lorence —me correspondió—. Ahora sí, ¡que no llegas!

Bajamos las escaleras, corriendo, casi de dos en dos.

—No corran, por Dios.—Al final de la escalera, nos encontramos con Sor Catherine, la directora de la academia—. ¡Alocadas!

—Disculpe, Sor Catherine —intenté decirle entre jadeos por el esfuerzo físico—. Me están esperando.

—Sí, ya lo sé —dijo mientras me retocaba el moño—. Al menos se vestirá de blanco, aunque no sea por la Iglesia —dijo ciertamente molesta.

—Es hindú —le recordó Margarette.

—Sí, ya lo he visto —me miró de vuelta, agarrándome de los hombros—. Respire, no le tiene que ver alterada. Relájese, ha nacido para esto.

—Sí —le sonreí, mientras tomaba aire.

Aquel sería mi último día allí si todo salía bien, después de 8 años dentro de aquella academia. Sor Catherine dentro de su seriedad habitual se le notaba emocionada.

—Venga, ya es suficiente —me dio un ligero apretón en mis hombros para finalmente soltarme.

Todas mis compañeras estaban en la puerta esperando para despedirse de mí.

—Estás hermosa —me dijo Sam.

—Recuerda todo lo que has aprendido, no necesitas más —me abrazó Helene.

Finalmente se abrió la puerta y allí estaba él, apoyado sobre su coche, llevaba un traje completamente negro, con un pañuelo blanco bordado en la solapa, sujetando en su mano un enorme ramo de rosas.

«¿Qué va a ser de mí?», me pregunté mientras me acercaba hacia él. Me estaba lanzando al vacío y no sabía si aquel hombre me correspondería.

Su gesto pensativo cambió al verme, me sonrió.

—Señorita Florence, llega tarde —me tendió las rosas.

—¿No sabe usted que da mala suerte ver el vestido de la novia antes de la boda? —Acogí el ramo entre mis brazos y sonreí. Jamás me habían regalado flores, no lo pude remediar y paseé mis dedos por encima de los pétalos.

Él no respondió, dejándome abierta la puerta del copiloto para que entrara.

Durante el viaje, de nuevo la sensación de nerviosismo crecía en mi estómago como el día anterior. Pronto no va a haber vuelta a atrás, nuestras vidas estarán unidas para siempre.

—¿Sabe si vendrán mis padres? —Me atreví a preguntar.

—Sí, serán los testigos.

Asentí.

—¿No ha hablado con ellos? —preguntó con cierta curiosidad.

Negué con la cabeza, era un tema delicado para mí. Aunque los quería con todo mi corazón, jamás habíamos sido una familia unida, habíamos pasado prácticamente toda la vida separados.

Cuando me visitaron hacía un mes en la academia, ya sabía que algo ocurría porque en ocho años jamás fueron a visitarme, a excepción de las tres semanas de vacaciones de verano. Mi padre estaba muy desmejorado, mi madre parecía estar mejor de ánimo, pero los dos parecían desesperados. Mi padre se había enganchado al juego y la empresa había empezado a registrar pérdidas; íbamos a perder la casa.




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