El sonido del corcho del champán estallando, provocó la risa de mi madre. Mi padre trataba de contener la espuma que salía a borbotones sin mucho éxito mientras dejaba caer su contenido sobre una copa.
—Toma, Florence —me tendió la primera a mí—. Nuestra hija, quien ha salvado nuestra empresa —y le tendió otra a James—, y por supuesto para usted, señor Nair, sin su colaboración nada habría sido posible.
Nos unimos en un chin-chín los cuatro, tras dar un pequeño sorbo a la copa yo la abandoné sobre la mesa. No estaba acostumbrada a beber, de hecho era la primera vez que lo hacía y no me estaba gustando.
Mi padre y James se enfrascaron en una conversación de negocios, que por lo que entendí trataba de nuevos campos de inversión que tal vez en un futuro abordarían. Mi madre y yo nos observábamos, cada una a un lado de la mesa, al lado de nuestros respectivos maridos.
—Querido —llamó a mi padre, pero él ni la miró—, querido, por favor —insistió mi madre, cuando finalmente su conversación se interrumpió, prosiguió—. Me llevo un segundo a Florence al tocador, necesitamos retocarnos el maquillaje.
Él asintió, ambos guardaron el protocolario silencio hasta que mi madre me agarró de la mano y nos alejamos lo suficientemente para que ellos prosiguieran con sus negocios.
Ya de por sí, aquella excusa del maquillaje no me resultaba creíble pero cuando antes de llegar al baño nos desviamos hacia una pequeña terraza, sabía que aquello olía a chamusquina. ¿Qué querría mi madre? ¿Qué era tan confidencial que no lo podía comentar frente a nuestros acompañantes?
El rincón era precioso, la pared estaba decorada con farolillos y enredaderas; las vistas eran hacia el casco histórico de la ciudad.
—El día aún no ha terminado, tu padre y yo nos marcharemos en breve —comenzó a decir— y no sé hasta qué punto te han enseñado lo que es un matrimonio, Florence.
Ellos se iban a marchar, pero la inseguridad que me generaba ese hecho no eran en cuanto a mi matrimonio, sino hacia ellos. ¿Los veré de nuevo? ¿Celebraremos la noche de acción de gracias juntos? ¿Qué será de ellos?
—Los hombres tienen necesidades, una en especial —Mi madre seguía sosteniendo mi mano, hablaba lo suficientemente lento como para tener tiempo a pensar la siguiente palabra que iba a decir—, hay que satisfacerla siempre, cariño. No te asustes, confía en él.
Me alejé de mis pensamientos y volví mi atención a ella.
—¿De qué se trata? Hablas de ello como si fuera terrorífico, mamá.
—No, no —se corrigió con una pequeña sonrisa, me acarició la mano con cariño—, es solo que al principio es extraño. Con el tiempo te acostumbrarás. Será mejor que entremos —y sin darme tiempo a responder, volvió a arrastrarme hacia nuestra mesa.
Los hombres parecían haber abandonado su conversación de negocios para haberse adentrado en el mundo del Baseball.
Mi madre agarró su bolso y se apoyó en los hombros de mi padre, interrumpiendo la conversación.
—Es hora de marcharse, querido.
—¿Ya se marchan? —Como si James saliera a mi rescate, lo preguntó antes de que yo pudiera.
Un sentimiento de abandono me invadió de repente, igual que pasó la primera vez que me dejaron en la Academia de Señoritas.
—Sí, querido yerno, nos espera un viaje largo hasta casa —le sonrió mi madre.
—Bueno, señor Nair —mi padre se levantó y estrecho la mano con James—, nos mantendremos en contacto.
—Por supuesto, señor.
—Hija —Levanté mi mirada hacia él, parecía contento—, esperamos tener pronto buenas noticias.
Un nieto.
—Sí, papá —asentí.
Y con eso, fue suficiente, se marcharon sin mirar hacia atrás. En cuanto a mí, no pude dejar de seguirles con la mirada hasta que desaparecieron por la puerta del Restaurante.
—Ahora ya quedamos sólo usted y yo —Asentí—, será mejor que nos marchemos. Tengo una sorpresa para usted, señorita.
Algo en mi interior floreció, dejando de lado toda la tristeza que sentía.
—¿Para mí?
—Así es, pero debemos marcharnos.
Dejamos en coche por aquella vez y fuimos andando hasta nuestro destino. A pesar de mis zapatos de tacón, era tanta mi emoción que prácticamente le pisaba los talones a mi acompañante.
Cuando llegamos me di cuenta que era el Hotel Palace.
—¿Aquí es dónde pasaremos la noche de bodas, señor? —pregunté asombrada, teniendo que levantar la vista para terminar de ver la fachada. Era enorme, la entrada decorada con arcos que se convertían en puertas giratorias. Los botones uniformados, esperaban en la puerta a los nuevos huéspedes.
—Sí, señorita. —Él apoyó su mano en lo bajo de mi espalda para guiarme hacia el interior.
Una enorme lámpara de araña se llevaba todo el protagonismo del hall, decorado con un hermoso papel de pared color chocolate y el suelo revestido con una bonita alfombra estampada.
James me acercó hasta el mostrador.
—Buenas noches, señor y señora Nair —nos saludó un joven en el mostrador—, enhorabuena por su enlace, aquí tienen sus llaves.