Un paso hacia el amor.

Capítulo 8: Encajar No Siempre Es Buena Idea

El jueves llegó junto con los nervios de una joven que tendría su primer encuentro en sociedad. El bizcocho de calabaza y almendra reposaba en la encimera, aún tibio.

Yo discutía con el espejo y la poca variedad en el armario. Finalmente me puse un vestido verde agua, con unos pequeños bordados en las mangas

Cuando me desperté James ya se había marchado, pero había recordado el evento. Me dejó una nota junto a una pulsera de oro. “Disfrute del encuentro. Confíe en sí misma. Es maravillosa. P.D. Guárdeme un trozo de pastel, huele delicioso. —J”. Así que mi conjunto tenía dos accesorios nuevos: una cadena de oro preciosa y una sonrisa que no podía borrar del rostro.

Antes de salir, me perfumé con una esencia ligera, coloqué el bizcocho en una bandeja y lo cubrí con una tela. Caminé hasta la casa de la señora Whitmore, un par de calles más allá. Me temblaban un poco las manos, como si fuera una adolescente en su primer baile. No quería desentonar. No hoy.

La señora Edna Whitmore abrió con una sonrisa contenida pero cálida. Tenía el cabello cuidadosamente ondulado y vestía un conjunto de falda y chaqueta de tweed en tonos crudos.

—¡Por fin ha llegado! —Sonó como si yo fuera el motivo de la reunión y no pudieran empezar sin mí—. Qué gusto. Por favor, pase.

Me condujo hacia el salón, donde cinco mujeres ya estaban sentadas en torno a una mesa redonda. Una baraja de cartas descansaba en el centro junto a cuencos con almendras tostadas, pequeños dulces y copas de limonada.

—Nos reunimos todos los jueves para jugar a Bridge —dijo Edna mientras me presentaba al resto—. Es una tradición desde hace más de diez años. Nada demasiado competitivo, por supuesto.

Un recuerdo lejano, de mi infancia, vino a mi mente. Mi madre jugaba con sus hermanas de vez en cuando, pero era tan pequeña que jamás me fijé en cómo se hacía.

—Tendrá que tenerme paciencia —comenté con una pequeña risa.

—Le enseñaremos. No hay mejor manera de conocerse —intervino una mujer de cabello rubio platinado y perfume intenso que más tarde supe que se llamaba June.

Me ofrecieron asiento y un vaso de limonada. Los primeros minutos transcurrieron entre explicaciones de reglas y anécdotas entremezcladas con cartas que iban y venían entre manos ágiles.

Me limité a sonreír, asentir y seguir el ritmo de la partida. Cada tanto, las miradas se desviaban a mí, como midiendo cuándo sería apropiado lanzar la primera pregunta.

—¿Y cuánto tiempo llevan usted y su esposo en el vecindario? —preguntó finalmente June, con tono casual.

—Unas semanas apenas —respondí.

—Ah, entonces todavía están instalándose —dijo otra mujer, Miriam, con un gesto comprensivo—. ¿Y dónde se conocieron, si no es indiscreción?

—En la empresa de mi padre, es el director financiero —contesté sin pensarlo demasiado, el día de antes me había estado preparando todas las posibles preguntas.

—¿En serio? Qué romántico. ¿Su padre les preparó una cita?

—Sí… —titubeé por un segundo—. En un restaurante. Italiano.

—¡Oh, una historia de amor entre pasta y vino! —rió June.

—Supongo —reí también, aunque más suavemente.

—¿Y su esposo? —preguntó Beatrice con voz serena—. ¿Cuándo lo conoceremos? A usted la hemos visto varias veces, pero a él…

—Trabaja muchísimo. Ni yo misma lo veo con la frecuencia que me gustaría —respondí, tal vez con demasiada franqueza.

—Ah —dijo June, aunque me pareció notar una breve pausa antes de continuar con la siguiente jugada.

—¿Y cómo se llama? —preguntó una mujer más joven, cuyo nombre no había alcanzado a memorizar.

Sentí un leve cosquilleo en la nuca. No era una pregunta maliciosa pero me hizo dudar.

—James —respondí, sin dar más detalles.

Ellas se miraron entre sí, como si se hubiera disipado una duda que había en el aire.

—Vaya, pensábamos que sería extranjero por el apellido.

La conversación continuó. Pronto comenzaron a hablar de hijos, escuelas, precios en la carnicería. Me fui deslizando poco a poco en ese murmullo femenino que oscilaba entre lo trivial y lo íntimo.

Al final de la tarde, cuando me puse de pie para despedirme, June me tomó del brazo con un gesto cordial.

—Fue un placer conocerla, Florence. Espero verla más seguido.

—Gracias por invitarme. Lo he pasado muy bien —respondí, sinceramente.

Al salir, me sentí realizada, como si hubiera tachado un objetivo de la lista. Sin dudarlo volvería a la próxima reunión. Por fin me sentí parte de algo.

Ya era tarde cuando James regresó. El reloj de la mesita marcaba las diez y cuarto y yo me había quedado adormilada con una novela que me regalaron junto al periódico del día. Al oír la puerta de entrada, me reincorporé y cerré el libro con cuidado, dejándolo sobre la Biblia, en la mesita de noche. Lo oí moverse en la cocina, dejando las llaves y el maletín. Tardó más de lo habitual en subir.

Cuando lo hizo, tenía el rostro agotado y los hombros aún más vencidos que de costumbre. Se cambió en silencio, y solo cuando se metió en la cama a mi lado, se atrevió a romper el silencio:

—¿Cómo fue la reunión?

—Bien —dije, sin saber cómo empezar. Sabía que ese momento llegaría—. Las vecinas me invitaron a jugar al Bridge. Fue agradable.

—¿Le hicieron muchas preguntas? —me miró, directo, aunque sin hostilidad.

—Sí, pero respondí lo justo. Que nos conocimos en en un restaurante italiano y poco más.

—¿Le preguntaron por mí?

—Bueno, sí. —Evité su mirada, como a la niña que no quieren que le descubran su travesura—. Pero tampoco quise entrar en muchos detalles.

—¿En qué detalles?

—Bueno… La verdad es que he intentado que no descubran su nacionalidad —confesé del tirón, como si de esa manera doliera menos.

Hubo una pausa tensa. Lo vi cerrar los ojos por un instante, contenerse. No estalló. Pero tampoco se tragó el gesto.

—Claro —murmuró, sin sarcasmo—. ¿Cómo no?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.