Un paso hacia el amor.

Capítulo 13: El Abogado Bradford.

James ya se había marchado cuando el cartero llamó a la puerta. Era temprano aún, poco después de las nueve. Llevaba la bata puesta y el pelo aún mojado, recogido deprisa con una horquilla. Firmé sin prestar demasiada atención hasta que vi, entre el montón de sobres, uno con el sello oficial del Departamento de Inmigración.

El estómago se me encogió de inmediato.

Me senté con cuidado en la mesa de la cocina, abrí el sobre con manos temblorosas y leí. La carta informaba que, para continuar con el proceso de otorgamiento del visado permanente para James, debíamos presentarnos a una entrevista conjunta y someternos a una prueba de compatibilidad conyugal. Mencionaban fechas y una advertencia bastante tajante: debíamos aportar documentación que demostrara la autenticidad de nuestro matrimonio.

Las palabras se distorsionaban mientras las releía. «Compatibilidad conyugal». Qué frase tan lejana al significado del matrimonio, tan superficial, casi como si fuera una prueba médica.

No lo pensé dos veces, esto no podía esperar. Rodé la pequeña ruleta del teléfono, marcando el número de la oficina de James. La ansiedad palpitaba en mi pecho. A los pocos segundos, una voz femenina contestó con tono profesional:

—Oficina del señor Nair, habla la señorita Cunningham. ¿En qué puedo ayudarla?

—Buenos días, soy la señora Nair… Florence. Es urgente, necesito hablar con mi esposo.

—¿La señora…? Oh, sí, un momento, por favor.

Pude oír cómo dejaba el auricular apoyado, una voz femenina y una de hombre, que reconocí como la de mi marido, escucharle tan lejano hizo que algo en mi se pusiera más ansiosa. Unos pasos apresurados, retumbaron en aquella lejanía, cada vez más cercana.

Se escuchó el roce del auricular al otro lado.

—¿Florence? ¿Ha pasado algo? —James sonaba alerta, preocupado.

—Sí… llegó una carta —empecé a decir, mientras volvía a repasar el contenido, tratar de no errar con tantos tecnicismos legales—. Es del Departamento de Inmigración. Dicen que… No entiendo muy bien lo que dice, James, pero sí deja claro que tenemos que acudir a una entrevista. Hablan de prueba de compatibilidad. Piden documentos y fechas. No entiendo bien lo que implica…

Hubo un silencio al otro lado.

—Ha llegado antes de lo que esperaba. —Escuché el sonido metálico de su reloj—. Florence, escúchame —su voz era firme, pero no distante—. Es importante. Necesito que vayas a un abogado que me han recomendado para cuando llegara este momento.

—¿Yo sola? James, no me puedes pedir esto… —le supliqué.

—Sí puedo, eres parte de esto. Irás y le explicarás la situación, Florece —No lo decía como una orden pero tampoco me ofrecía ninguna otra alternativa.

—Yo sólo soy una ama de casa.

—No, Florence, eres una mujer muy inteligente y perspicaz. No te infravalores, te necesito. Tengo una reunión importante con unos proveedores, por favor.

Yo dudé, mordiéndome el labio. Quería creer que tenía razón, pero yo no dejaba de sentirme pequeña y vulnerable fuera de aquella casa y mucho más fuera del vecindario.

—Apunta este número —dijo con rapidez, dando por sentado que aceptaba—. Es el directo de mi oficina. Si te encuentras con algo que no entiendas o necesitas que intervenga, me llamas. Te atenderé, lo prometo.

Lo anoté en la libreta junto al teléfono.

—De acuerdo —dije al fin, con un hilo de voz.

—Gracias. Y Florence… —su voz se volvió más suave—. Estás haciendo esto por los dos. Yo no podría hacerlo sin ti.

Colgué con el corazón golpeándome el pecho. Me quedé un momento mirando el sobre, la carta… y el futuro incierto que contenía. Respiré hondo.

Sentía el enorme peso de la responsabilidad, James confiaba en mí, pero era el único que lo hacía. Siempre me habían enseñado que necesitaba a un hombre a mi lado, pero él me lanzaba afuera como si yo pudiera sola, como si yo tuviera el poder de convicción suficiente.

Todo me resultaba intimidante, pero lo haría, por él, por mí y por este hogar que parecíamos estar formando.

La oficina del abogado no estaba muy lejos de donde nos vimos James y yo por primera vez. Me había vestido con esmero: falda por debajo de la rodilla, blusa blanca y un abrigo largo a juego. Llevaba el sobre con la carta bien sujeta contra mi pecho y el número de James escrito en un papel maltrecho dentro de mi bolso.

Cuando llegué, la secretaria —una mujer joven con gafas gruesas y un moño muy tirante— me recibió con una sonrisa leve, cortés.

—¿Tiene cita?

—No exactamente. Soy la señora Nair, mi esposo es Yash Nair, vengo en su nombre. Es un asunto urgente.

Ella asintió y me pidió que aguardara. Me senté con las piernas juntas, el pecho recto y bien apoyado en el respaldo de la silla, mientras sonaba débilmente una pieza instrumental de fondo.

Pocos minutos después, la secretaria volvió:

—El señor Bradford le recibirá ahora.

Entré. El despacho era oscuro y olía fuertemente a tabaco. El abogado, un hombre de unos cincuenta y tantos con el cabello perfectamente peinado y un traje oscuro sin una sola arruga, me miró por encima de sus gafas, mientras sujetaba entre sus labios un puro. Apenas sonrió.




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