Esa noche preparé dal con arroz al vapor, y verduras salteadas con cúrcuma y comino. Apsara me intentó dar la receta en una llamada telefónica la tarde anterior, pero cuando la probé para saber si había acertado con el toque de sal y especias, supe que estaría lejos de la suya.
Puse la mesa con esmero. El mantel blanco bien extendido, los platos de porcelana, con diseños florales, estaban repartidos a lo largo y ancho de la mesa. Las servilletas de tela las puse encima de la vajilla, doblados en forma de cisne, tal y como me habían enseñado a hacer para eventos importantes.
Y aunque aquel no lo era, aquella mañana en la iglesia me puso de buen humor. Quería sorprender a James.
En la cocina aún flotaba el olor a ghee y ajo, como una nube persistente que no sabía si él encontraría acogedora o molesta, por lo que decidí cerrar la puerta de la cocina, que hasta entonces siempre había mantenido abierta. No quería que se me pasara ni un solo detalle.
Pronto sonó la cerradura de la puerta, por lo que yo me retiré el delantal y comprobé mi maquillaje en un espejo.
Cuando la puerta se abrió yo ya estaba en la entrada, esperándole con una enorme sonrisa.
Él apareció, aunque no podría decir que estuviera allí. Ni tan siquiera me saludó correctamente, solo con una inclinación de cabeza, me tendió su abrigo y el maletín para que yo misma los colgara, y se sentó en la mesa.
Seguía molesto conmigo y no trataba de ocultarlo. Por supuesto ese no era el día para contarle sobre mi visita a la iglesia junto a Edna Whitmore y el resto.
Cuando llegué a su altura, él ya se había servido e incluso había empezado a comer sin esperarme.
—¿Cómo te ha ido el día, James? —me atreví a preguntar al sentarme, a pesar de que la situación no invitaba a ningún tipo de conversación.
Él levantó su mirada hasta mí, la detuvo durante unos segundos y volvió a tomar arroz.
Y ya no volví a insistir. Ambos terminamos de cenar en silencio, a veces sentía su mirada sobre mí, pero no fue hasta que me levanté que habló:
—La entrevista será mañana, ¿cuándo piensas prepararte?
—James…
—Es que no entiendo por qué ayer tuviste aquella actitud bochornosa —y ahí fue justo cuando explotó—. Sabes lo importante que es para mí, teníamos un trato y mira cómo te fuiste.
—Me presionaste demasiado —musité, todavía en mi silla, jugando nerviosa con la forma del cisne, que ya parecía haberse convertido en un feo patito.
—Por supuesto, es fundamental que salga bien, pero no te equivoques, ya no es por mí, es por nosotros. Pensaba que querías una familia, ¿no? —Asentí—. Si la entrevista no sale bien no hay matrimonio y por lo tanto no hay familia, ¿lo entiendes? —Qué fría sonaba la palabra familia en sus labios.
—Lo siento mucho, James.
—Muy bien, te espero en el sofá y vamos a dejarnos de niñerías, Florence. Es un tema demasiado importante para tomárselo a la baladí.
Se levantó, y tras encender la radio en su volumen más bajo, se sentó en el cómodo sofá, mientras miraba pensativo la pared. Por su respiración agitada que acompañaba con fuertes suspiros, lo más seguro es que estuviera tratando de tranquilizarse.
Retiré toda aquella parafernalia de mesa y tras fregar los platos, me senté en el mismo sofá, pero dejando varios centímetros de distancia. Todo lo que nos había costado acercarnos durante aquel mes, se había roto en menos de veinticuatro horas.
Sobre la mesa de café ya estaba extendidos todos los cuestionarios. A la lejanía comprobé que él también los había rellenado, su letra tan perfecta estaba justo por debajo de la mía.
Él los agarró y me los entregó.
—Debes estudiarlos, aprenderlos de memoria, pero teniendo en cuenta que cuando debas dar la información tienes que hacerlo con tus palabras para que no suene actuado.
Hice una revisión rápida de las casi 30 hojas.
—¿Todo esto me lo debo saber en una noche? —palidecí, lo último que me estudié fueron las tablas de multiplicar hacía nueve años, mi capacidad de memorizar estaba en decadencia.
—Si ayer no te hubieras ido así, habrías tenido más tiempo —se levantó, pero yo estuve más rápida y le agarré de la camisa. Él se volteó sorprendido.
—Ayúdame, por favor. Estoy arrepentida, pero lo de ayer ya no lo podemos cambiar. Solo saldrá bien si trabajamos en equipo, por favor, James.
Él hizo una breve pausa dramática y asintió, volviendo a su sitio en el sofá.
—Sin presiones. Apuntaré las que no aciertes y serán las que salgan en la siguiente ronda, así hasta terminar con todas, ¿está bien?
—Sí —Únicamente pensaba en ser diligente, cumplir con las expectativas. Es lo que debía hacer siempre a pesar de todo, ¿no?
Las horas en el reloj comenzaron a correr, hasta que las manecillas se pararon en la una y media de la madrugada.
—Tus primos paternos son Rajah, Isabelle y Dayamai —enumeré triunfal.
—Rayaan, no Rajah —me corrigió—, pero sí. Esa era la última —bostezó, cerrando por fin el dosier.