Un paso hacia el amor.

Capítulo 19: Damisela en Apuros con Buena Puntería.

James se empeñó en dar un paseo por aquel barrio se semblante humilde, aunque yo me mostré reticente al principio fue agradable caminar sin miradas curiosas, como si fuéramos una combinación natural.

La tarde ya había caído y las calles se habían llenado de puestecitos: algunos de comida rápida, otros de pequeños juegos de feria.

Fue inevitable que llegáramos hasta allí, era precioso. Las luces de los puestecitos iluminaban aquel tramo, el aroma de perritos calientes y patatas fritas llenaban el ambiente. A pesar de que acabábamos de comer, el puestecito me llamaba. Llevaba demasiado sin probar la carne.

Pero James siguió caminando, arrastrándome más hacia adelante. Juegos de pescar patos de juguete, de fuerza, juegos de anillas, tiro de escopeta,…

—Señor, ¿por qué no le consigue a su mujer un detalle? —un hombre bigotudo de aquel último puesto, hizo un ademán con la mano.

Estaba decorado con todo tipo de peluches, muñecas, pulseras y complementos de colores llamativos y algún bolso que seguro era de imitación de alguna marca famosa.

Pero era la muñeca, metida en una pequeña caja, la que me llamó la atención. Sus cabellos rubios rizados, ojos azules y sonrisa tierna. Me llenó el corazón. Definitivamente quería que se viniera conmigo.

Mi acompañante pareció notarlo.

—¿La quieres? —me preguntó.

Yo asentí con decisión, dejando de lado la cortesía que me habría obligado a negarme y a seguir con el paseo.

—Deme diez dólares en fichas, caballero —le exclamó, dejando un billete de diez sobre el alféizar de acero.

El hombre le cedió una escopeta de perdigones totalmente cargada. James se inclinó hacia delante, apoyando sus brazos -que seguían al descubierto- sobre el alféizar. Sus músculos se marcaban, su mirada concentrada solo lo volvían más atractivo.

Y entonces sonó el primer tiro. Mi vista se desvío hacia la columna de globos hinchados, esperando que el más lejano, el que llevaba el cartel de “Muñeca Mary Encantadora”, hubiese desaparecido seguía impoluto. Pero el resto también.

—Vuelva a intentarlo —le animó el feriante, aunque no pude evitar fijarme en que el hombre se alejaba de nuestro campo de visión.

Me hizo gracia. No quería ser víctima de la falta de puntería de James.

—Este era el de calentamiento, voy a equilibrarla —me dijo, con un tono serio casi profesional. Sujetó con más fuerza el arma, volvió a apuntar y…

Falló de nuevo. Acertando el perdigón en la pared de chapa, retumbando por todo el puesto.

El feriante soltó una carcajada entre dientes. No se molestó siquiera en disimularla.

—¿Le ayudo con la puntería, señor?

James apretó los dientes y volvió a intentarlo. Falló de nuevo.

Se pasó la mano por la nuca, incómodo. Me miró, sonrojado y divertido al mismo tiempo.

—Debe estar defectuosa —murmuró, girando varias veces la escopeta, de manera temeraria, tratando de verle el fallo. Me aparté por instinto -el de supervivencia- y finalmente dije:

—Dame eso —se la arrebaté y dispuesta a que fuera mía la siguiente tanda de tiros.

—¿Tú? —James arqueó una ceja, riéndose—. ¿Sabes disparar? Dudo que hayas agarrado alguna vez un arma o algo que se le pareciera.

—¿Qué pasa, señora? ¿Le va a enseñar usted cómo se hace? —preguntó el feriante, ambos tenían una sonrisa prepotente, como si estuvieran mirando a un niño que dice que será Presidente de los Estados Unidos.

—Sí. Voy a conseguir esa muñeca, ya lo verá —respondí, plantándome frente a la pila de globos.

James se cruzó de brazos, divertido.

—Esto quiero verlo.

Sujeté bien el arma, mi altura no era como la de James, así que no necesité inclinarme, a través de la mirilla apunté a mi objetivo -un pequeño globo de color lila, escondido entre otros blancos que no tenían premio- y calculé mentalmente el ángulo. Respiré hondo.

Disparé.

¡PUM!

YA NO HABÍA GLOBO, solo serpentinas que cayeron víctimas de la explosión.

El feriante parpadeó. James también.

—¡Lo conseguí! —dejé el arma y abracé a James saltando, aunque él seguía atónito.

—No puede ser —murmuró él, más sorprendido que otra cosa.

—Pues lo ha sido —Tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—Una ronda más, señorita. Salgamos de dudas.

—Ahora verás, querido —dije con cierta sorna.

No solo conseguí aquella muñeca preciosa, sino también un coche de juguete enorme, dos collares de perlas -de plástico, por supuesto- y una radio portátil a pilas.

James tenía todo ambos brazos ocupados por todos aquellos premios, yo sostenía mi muñeca mientras me paseaba triunfante, como el César volviendo a Roma tras vencer en la batalla.

James seguía mirándome como si no entendiera lo que había pasado.

—¿De dónde…?

—Practicaba con mis amigas. En una casa abandonada, cerca de la Academia. Era un alivio, un refugio de tanta disciplina. Yo no era la mejor, Helene incluso acertaba con una lata a metros de distancia. Su padre le enseñó “por si las moscas”, y ella a nosotras.

Mi sonrisa se convirtió en nostalgia, una sensación en el pecho me ardía. No me había dado cuenta de cuánto las echaba de menos hasta que las vi en aquel recuerdo tan precioso. Sam, Marga y Helene, mis amigas del alma, que crecieron conmigo, con las que podía ser yo.

No podíamos vernos, ni siquiera hablar por teléfono. Siempre soñábamos con lo que haríamos al casarnos. Nunca pensé que al cumplir aquel sueño me apartarían de ellas.

—Debisteis pasarlo muy bien. ¿Ellas siguen en la academia?

—Supongo que sí. Traté de llamarlas hace unas semanas, pero Sor Catherine me lo impidió.

—¿Es quien dirige la academia? —él me miraba realmente interesado, me estaba escuchando. Se estaba interesando en mí.

Asentí.

—Cuando volvamos a casa intentamos solucionar eso, pero ahora que estamos pasándolo tan bien sigamos disfrutando. Carpe Diem, vive el momento.

Yo le sonreí. Tenía toda la razón del mundo. Teníamos todo el tiempo del mundo para pensar en preocupaciones e incluso en todo lo que nos entristecía, pero aquel era el único momento que habíamos tenido de verdad de disfrutar. Debíamos atrapar este tren.




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