Un paso hacia el amor.

Capítulo 22: Un Buen Hombre.

Cuando regresaba a casa, al llegar a la altura de nuestro jardín, me percaté de una figura, merodeando alrededor de la casa. En concreto, tratando de abrir una de las ventanas que daban al salón.

Mi corazón comenzó a acelerarse. Todavía era mediodía, pero no era la primera vez que escuchaba historias de ladrones que se colaban en casas mientras la familia estaba en el interior.

El coche de James estaba aparcado, por lo que debía estar dentro. No podía gritar su nombre sin que el infiltrado se percatara.

Cuando ya estaba dispuesta a huir hacia la casa de Apsara que era la más cercana, el individuo se volteó.

Enseguida reconocí el bigote despeinado, el estómago abultado y el traje -aunque arrugado- que llevaba lo utilizó para nuestra boda.

Mi padre.

—¿Papá? —me atreví a dar varios pasos hacia adelante, pero no terminé de acercarme a él.

Transmitía una sensación oscura, cerrada, casi asfixiante. Hasta mí llegaba un olor extraño -que a día de hoy sé que era Marihuana- y alcohol.

—Florence —dijo sin rodeos—. Necesito hablar con tu madre.

—¿Pero qué haces aquí afuera? ¿Por qué no has llamado a la puerta?—pregunté, congelada.

—Quiero ver a tu madre —dijo arrastrando las palabras.

—¿Qué está pasando aquí? —la voz grave de James rompió el momento para mi gran alivio.

Lo vi salir por la puerta principal, todavía con su camisa blanca puesta, el ceño fruncido, y la mirada fija en mi padre. Se acercó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros con una naturalidad protectora que me estremeció.

—¿Qué ocurre, señor Russell? —preguntó, aunque la respuesta era evidente.

—Quiere ver a mi madre—dije en voz baja para que solo James pudiera escucharme.

James alzó la barbilla ligeramente, evaluándolo. Mi padre apenas lo miró. Su atención seguía fija en la casa.

—¿Dónde está Darlene? —repitió con más insistencia—. No vengo a discutir.

—Si no viene a discutir, será mejor que vuelva más tarde, en mejores condiciones. Esto solo lo empeorará, señor Russell.

Mi padre lo miró de arriba abajo con desdén. Luego se giró hacia la puerta.

—¡Darlene! —gritó con una voz rota, ronca—. ¡Darlene, sal ahora mismo! ¡Tenemos que hablar!

Mi madre salió, con su bata de satén y un moño a medio hacer, y aunque no se atrevió a traspasar el umbral de la puerta, se apoyó en el marco y tras cruzarse de brazos le dijo:

—Ay, Richard, deja de hacer el ridículo. No quiero saber nada más de ti.

Mi padre apretó los labios, se aproximó hacia ella subiendo las escaleras con varias zancadas y la sujetó del brazo. Por la expresión de mi madre se notaba que le estaba haciendo daño:

—¡Vuelve a casa! Vamos a solucionarlo todo.

—¡Suéltame, por Dios! Ya no te amo, déjame en paz —Mi madre trataba de salir de aquel forcejeo, sin ningún éxito.

James me soltó, estaba dispuesto a intervenir.

—Vete a la cocina, Florence. No deberías ver esto —Era una orden, ni siquiera me miró antes de acercarse a ellos dos—. ¡Basta, por favor! —les chilló a ambos, agarrando a mi padre del cuello de la camisa y tirándolo para atrás.

Yo no obedecí. No era agradable, pero era parte de aquella familia o lo que quedaba de ella.

—¡Suéltame, joder! ¡Que me sueltes, maldita sea! —Se agitó mi padre mientras James lo arrastraba hasta abajo de las escaleras.

Finalmente lo soltó de un empujón, provocando que casi se cayera.

—Señor Russell, ya le he dicho que se vaya. Está montando un espectáculo. Váyase. —Se puso delante de él, impidiéndole que fuera más allá.

—¡No me da la gana! ¡Esa fulana sigue siendo mi mujer! —gritó aquello último como si fuera una amenaza.

—Y está en mi casa, señor. No voy a permitir que nadie venga a alterar la paz de mi hogar, ni siquiera usted. Ya le he dicho que se vaya. No se lo repetiré.

A mi padre se le encendieron los ojos como llamaradas de rabia.

—Maldito seas, ¿quién te crees? Te casas con mi hija, te quedas con mi empresa y ahora te robas a mi mujer.

—Yo no soy el responsable de su desgracia, señor. Cada quien cosecha lo que siembra.

Richard dio un paso tambaleante hacia James, los puños apretados, los dientes le rechinaban.

—Tú no sabes nada de lo que he sacrificado… —escupió con la voz rota—. ¡Ella era mía!

—Darlene mientras esté en esta casa será mi responsabilidad. Y Florence por supuesto, ella ya no tiene nada que ver con usted. Le acompañaré afuera —dijo James con una calma que cada vez se convertía más en tensión, pero su cuerpo seguía firme, como una columna de acero.

Mi madre seguía en el umbral, parecía estar temblando, como un edificio a punto de colapsar. Por un segundo, sus ojos se encontraron con los míos. No dijo nada, pero me bastó para entender que estaba rota, cansada y asustada.

Mi progenitor resopló como un caballo rabioso. Por un instante, creí que iba a golpear a James.




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