Un pastel de fresa para el principe

CAPÍTULO 1

Alonso había decido desde una temprana edad dedicarse completamente a la panadería, sus padres habían tenido una, hasta que la gripe amarilla se los llevo de este mundo. Ahora con una hermana menor a su cargo no podía quedarse sin trabajar.
Los años pasaron y el encontró refugio en el sabor de los panes, e incluso intento innovar creando pasteles, pero a veces se olvida que era un simple plebeyo, los materiales costaban más de lo que podía venderlo, haciendo que fuera un desperdicio al final del día.
Pero allí se encontraba otra vez, era demasiado temprano en la mañana en un plato hondo mezclaba harina, huevo, pero un ingrediente extra le hizo que le ganara la curiosidad por lo que agrego un poco de canela, y una especia nueva que había decido comprar en un arranque de locura proveniente de Asia, era una especie llamada Anís estrella.
Al mezclarlo aportaba un aromático y penetrante olor que hacía voltear a las personas que se encontraban trabajando muy temprano por la mañana, para el cocinar no era simplemente realizar los alimentos, para él era expresar lo que sentía, era transmitir lo que sentía, por lo que cuando el postre salió no evito sentirse decepcionado a pesar del profundo sabor.
—¿Tan temprano e inventando cosas? — Añadió Elena sonriendo, aun se encontraba somnolienta —. Me impresiona el olor.
—Hay que juzgar el sabor — Complemento él, tomando el primer bocado. Un mezcla entre naranja y canela demasiado fuerte se impregno en el paladar de él, causándole una asco y a la vez un picor. Su hermana por el contrario no dudo en escupirlo.
—Esta picoso.
La decepción era inminente pero la rabia, aún más. Al notar esto, su hermana no dudo en acercarse a él por la espalda acariciando su brazo para poderlo calmar.
—Me acorde cuando madre estaba enojada con padre la comida sabía amarga — Este lo voltea a ver intentando descifrar que era aquello que intentaba decir con ese recuerdo que el mismo creía olvidado —. Tal vez estas confundido, necesitas encontrar algo que te centré.
—Iré a la ciudad a traer más recursos. ¿Vienes? — Pregunto este quitándose el mandil. Su hermana negó con la cabeza. Cuando su hermano estaba de malhumor siempre era mala idea estar con él, siempre te lograba contagiar de su humor.
El chico emprendió viaje, no le tomaría más que unas horas, pero aun así sentía que era un desperdicio de dinero y tiempo el tener que volver a comprar las cosas por algo que le salió mal. Iba concentrado en sus ideas, que no pudo notar como es que unos caballos imperiales pasaron a su lado.
Los hombres habían escuchado de un repostero que podía sacarlos del apuro pues a pesar de que era un banquete importante los pasteleros reconocidos la gran mayoría se negaba rotundamente a realizarlo, a pesar de que se tratara para el rey, pues consideraban que el precio era bajo.
Pero afuera de la tienda se encontraba Elena, seguía con el sabor amargo en la boca, sin duda los pasteles normales de su hermano eran los mejores, pero los que intentaba innovar le quedaban fatal. De alguna manera tenía que buscar convencerlo de que renunciara a hacer pasteles.
—Señorita. Somos sirvientes del rey quisiéramos hablar con el dueño de la panadería — Esta se acercó más a notar un caballo tan blanco.
—Mi hermano salió, más sin embargo puede hablar conmigo.
Al hombre le asombro como es que su cabello rojizo era demasiado fuerte, y brillante.
—Quisiéramos treinta pasteles y muchos postres para adornar el palacio imperial — Esa idea la maravillo al instante pasaría de ser un panadería a una pastelería para los nobles, pero no evito recordar el detalle peculiar que había: Su hermano era pésimo cocinando pasteles —. Ofreceremos quinientas monedas de oro, solo pondrán la mano de obra. Nuestros lacayos traerán los ingredientes si deciden aceptar.
Esta lo medito un rato, y al final aceptó. No tenía de otra, pues al paso que iban no resistirían al fin de mes.
Mientras tanto a Alonso le dolían las piernas de tanto caminar, y apenas había podido comprar ingredientes, toda la ciudad se encontraba hecho un caos por que el príncipe daría un gran banquete, la panadería estaría cerrada un par de días hasta que las cosas estuvieran más calmadas y los productos llegaran a puerto.
Ahora sí, logro ver cómo es que caballos imperiales iban hacia la misma dirección que él, muchas cajas, pero demasiadas cajas se amontaban sobre la puerta de la panadería, el cabello rojizo rebelde de su hermana se encontraba hecho un moño, mientras daba indicaciones junto con un hombre bastante arreglado, que no podía seguirle el ritmo a alguien tan mandona.
—Elena — Hablo este dejando la bolsa de compras de lado.
—Hermano, gracias a dios haz llegado — Dijo esta con una gran sonrisa que no podía ocultar —. El príncipe ha confiado en tu talento para que hagas los pasteles del baile del mañana.
El miedo de apodero de sus piernas que hizo que se vencieran. ¿Como es que el sería capaz de hacerlo? Si apenas podía cocinar pan de molde sin equivocarse como es que ahora cocinaría más de doscientos postres.
El mayordomo se acercó dándole una lista de pasteles y postres que debería de hacer mientras otro descargaba libros que debía de seguir al pie de la letra, cuando acabo de ordenar todo ya era medio día, este miro furioso a su hermana quien le enseñaba la bolsa de monedas.
—Se que es una idea loca, y que incluso bastante tonta, pero nos alcanza para poder vivir plenamente mucho tiempo, e imagina que seamos reconocidos por que hacemos pasteles para el mismo rey. La popularidad que tendremos podré incluso ir hasta la escuela.
Esto le hizo más ilusión, siempre pensó que, si no conseguía un matrimonio arreglado para su hermana, le encantaría que estudiara alguna profesión, por lo que en lugar de enojarse aún más inclino su cabeza para que su hermana le pusiera el mandil.
—Necesito que me ayudes a partir huevos — Añadió mientras su hermana asintió con la cabeza, delante de la tienda pasaban personas, algunos se quedaban a mirar otros ofrecían su ayuda, pero entre las buenas personas había malas que intentaban robar, todos tenían hambre y él no podía culparlos —. Elena ¿Cómo vas?
—Hermano, necesito que pruebes la masa — Dijo está apartándose, sus mano dolía de tanto mezclar. El sabor no era malo, pero al mirar la mano de su hermana estaba sangrando. Tendría que repetir toda la mezcla de nuevo, este acaricio la cara de su hermana llenándola de harina.
—Ve a descansar.
—Pero aun te queda mucho — Refuto está negándose a dejarlo solo.
—Hermana, me vas a estorbar más. Ve con la vecina a que te cure la mano, y descansa un rato.
Alonso pudo observar a su hermana que salía con pasos tambaleantes, aunque intentaba mostrarse fuerte, sabía que el cansancio la estaba afectando, tanto como a él. De vuelta al interior de la panadería, un caos de ingredientes, utensilios y libros cubría las mesas de trabajo.
Respiro profundamente. ¿Cómo voy a lograr esto? Se preguntó mientras se ajustaba el mandil. Se frotó los ojos con el dorso de la mano y comenzó a mezclar nuevamente, intentando no pensar en el tiempo que se escurría como arena entre los dedos o en este caso como harina entre sus dedos.
Golpe tras golpe, el batidor chocaba contra las paredes del bol de madera, mezclando la nueva masa. Los aromas del anís estrella y la canela se esparcían en el aire nuevamente, más controlados esta vez. Alonso se concentró, repitiendo en su mente las instrucciones de los libros recién llegados. No podía permitirse otro error, y menos ahora que tenía todo para seguir nada más al pie de la letra, el fallar esto sería fallarse así mismo.
El calor del horno comenzaba a volverse sofocante, sus manos temblaban mientras colocaba bandeja tras bandeja dentro de la cámara de ladrillo. Las gotas de sudor caían por su frente, mezclándose con la harina en su ropa. Se dio cuenta de que había estado trabajando horas sin detenerse, pero los pasteles apenas empezaban a tomar forma en la mesa de atrás, que ni siquiera había empezado a decorar.
Al anochecer, su energía estaba al límite. Con los hombros hundidos y la espalda encorvada su estómago rugía por hambre a pesar de haber comido un poco de corteza de pan. Alonso apretó los dientes, sintiendo cómo el cansancio le pesaba en el cuerpo, pero también en la mente.
Se había prometido no rendirse, pero las horas de trabajo sin descanso comenzaban a pasarle factura. Mientras vigilaba el horno, sus pensamientos se nublaban. A veces se imaginaba a su madre, inclinada sobre la mesa, enseñándole a amasar cuando era solo un niño. Su voz cálida le daba ánimos, y ese recuerdo lo impulsó a seguir moviéndose, aunque sus piernas parecían hechas de plomo.
Volvió a la mesa, donde Elena, con su mano vendada, intentaba mezclar otra tanda de masa. Sus movimientos eran torpes, y Alonso lo notó de inmediato.
—Elena, dije que descansaras.
—Y yo dije que no te dejaría solo — Su hermana no levantó la mirada, decidida a continuar a pesar del dolor evidente en su rostro.
Alonso suspiro, se acercó y con delicadeza le quito el bol de las manos.
—No voy a permitir que te hagas más daño. Yo puedo manejarlo.
Elena se cruzó de brazos, con el ceño fruncido.
—¿Manejarlo tú? ¡Hermano, apenas puedes mantenerte en pie! ¿Crees que no me doy cuenta?
El silencio se instaló entre ellos por un momento. Alonso sabía que tenía razón, pero también sabía que no podía arriesgarse a que su hermana se lastimara más. Puso una mano en su hombro y le dijo con suavidad.
—Si realmente quieres ayudarme, déjame ocuparme por ahora.
—¿Por qué siempre cargas con todo?
—Porque soy tu hermano mayor, ve a descansar si te necesito te hablaré.
Elena apretó los labios, pero finalmente ascendió. Con pasos pesados y una mirada preocupada, salió de la panadería.
De vuelta al trabajo, Alonso se obligó a centrarse. Tomó el bol que su hermana había dejado a medias y comenzó a mezclar. El movimiento repetitivo lo adormecía, pero no podía detenerse. Los libros que le habían dejado los sirvientes reales estaban abiertos en la mesa, cada página llena de instrucciones minuciosas que parecían un idioma diferente para alguien acostumbrado a paneles sencillos.
Crema de almendras, caramelo de especias, bizcocho de miel... ¿Cómo esperan que hiciera esto en tan poco tiempo?
El horno seguía rugiendo, y las primeras tandas de pasteles ya estaban listas. Los colocados sobre la mesa, inspeccionándolos uno a uno. Algunos tenían formas irregulares, otros estaban demasiado dorados. Su ceño se frunció al darse cuenta de que, aunque comestibles, no eran lo suficientemente perfectos para un banquete real.
Enojado arrojo su mandil hacia el horno, sin notar como este prendía fuego. El calor abrasador del fuego se extendía rápidamente, llenando el espacio con el crujir amenazante de la madera consumida. Alonso retrocedió un par de pasos mientras intentaba procesar lo que ocurría, sus manos temblorosas ardiendo por el dolor de las quemaduras. El aroma dulce de los pasteles ahora se mezclaba con el humo acre y sofocante, que invadía sus pulmones con cada respiración.
Gritó con toda la fuerza que le quedaba.
—¡ELENA!
Tomó un balde de leche y lo arrojó al fuego, pero el líquido solo logró dispersar las llamas momentáneamente antes de que se alzaran con más furia. El incendio alcanzó la mesa principal, devorando los pasteles recién decorados, los libros de recetas y los ingredientes que quedaban. Los bordes del horno chisporroteaban peligrosamente, y Alonso, con el corazón latiendo con fuerza desbocada, sintió el peso de la desesperación hundirse en su pecho.
Elena irrumpió en la tienda, su cabello rojo suelto reflejando las llamas como un incendio propio. Al instante, gritó.
—¡Vecinos! ¡Ayuda, por favor!
Los primeros en llegar fueron cuatro hombres que vivían cerca, cargando cubos de agua y telas húmedas. Sin perder tiempo, comenzaron a arrojar agua sobre las llamas y a cubrir las zonas aún humeantes con las telas, intentando sofocar el avance del fuego. La panadería se llenó de gritos, órdenes apresuradas y el persistente rugido del incendio.
Uno de los vecinos, un hombre mayor con cicatrices en las manos miró a Alonso con dureza mientras lanzaba agua.
—¡Tienes que salir, muchacho! ¡No puedes ayudar con esas manos!
Pero Alonso no se movió. Su mirada estaba fija en los restos carbonizados de la mesa donde habían trabajado durante últimas horas. Los pasteles, los ingredientes, incluso los utensilios estaban reducidos a cenizas. Cada chispa parecía consumir no solo la panadería, sino también sus esperanzas.
Finalmente, tras lo que parecía una eternidad, las llamas cedieron. Lo que quedaba de la panadería era un espectáculo desolador: mesas carbonizadas, ingredientes quemados y una capa de hollín cubriendo cada superficie. El aire olía a ceniza y derrota.
Alonso cayó de rodillas en el suelo ennegrecido. Miró sus manos, rojas e hinchadas por las quemaduras, y sintió un dolor punzante, pero la angustia dentro de él era aún más fuerte. El legado de su familia, todo por lo que habían trabajado, ahora no era más que humo.
Elena se acercó a él con los ojos llenos de lágrimas y el rostro manchado de hollín.
—Hermano, por favor... Ponte de pie — Su voz era apenas un susurro tembloroso.
Pero Alonso no se movió. Su mente estaba atrapada en el remolino de culpa y rabia. Había fallado. No solo a sí mismo, sino también a su hermana, a sus padres, al sueño que había jurado proteger.
—Elena... Esto es todo. No podemos seguir — Su voz sonaba vacía, como si cada palabra le arrancara un pedazo de alma, y en parte era cierto, lo que amaba había quedado preso de las cenizas.
—¡No digas eso! Podemos empezar de nuevo. Iré a buscar más ingredientes. Tal vez... tal vez aún podamos...
—No — La interrumpió, alzando la mirada hacia ella. Sus ojos estaban llenos de una determinación oscura, pero también de resignación —. Necesito que escuches. Toma nuestras cosas de valor, todo lo que podamos vender, y véndelo. Nos iremos del pueblo.
Elena retrocedió un paso, conmocionada.
—¿Qué? Pero... La panadería... El legado de nuestros padres...
—El legado no está en estas paredes, Elena. Está en nosotros — Alonso colocó una mano temblorosa sobre su hombro —. No podemos quedarnos aquí, no después de esto. Nos multaran por demasiado dinero.
—Fue mi culpa... — Susurró ella, con lágrimas corriendo por sus mejillas.
Alonso negó con la cabeza.
—No fue tu culpa. Fue la mía. Por no aceptar ayuda. Por dejar que mi orgullo me cegara — Le dio un beso en el frente, intentando transmitir una fuerza que él mismo no sentía —. Ahora, por favor, haz lo que te pido.
Elena ascendió, aunque su rostro estaba lleno de tristeza. Salió de la panadería sin decir una palabra más, sus pasos resonando en la calle silenciosa.
Alonso se quedó allí, en el suelo, rodeado de los restos de lo que había sido su vida. Cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que lo consumía.
Tal vez, en otro lugar, puedan empezar de nuevo.




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