__No quiero ir. -sentencio con firmeza, aferrándose a las patas de su piano-
Un piano marrón, reluciente y nuevo, el cual, acababa de ser colocado en el rincón de la habitación más bella de la casa.
__ Tienes que ir a la escuela –insistió la adulta señora cuyo rasgos, asimilaban a los del niño de piel trigueña que protestaba-
Afuera el clima era frio, la nieve caía en pequeñas porciones y el seguía sin soltar aquella delicada pata del piano.
__ Quiero tocar el piano –pidió de nuevo, pero fue separado a al fuerza del instrumento-
__ Tocaras cuando regreses.
El día en la escuela fue como siempre, y el solo deseaba volver a casa. Las horas pasaban lento y él se imaginaba sentado sobre ese banco alto que lo dejaba al alcance de las teclas que cantaban melodías únicas e inigualables. Sin darse cuenta, tocaba con sus dedos un piano imaginario que había colocado sobre sus piernas, el cual lo acompaño por el resto del día, hasta que llegó la hora de volver a casa. Caminar por las calles frías del pueblo en soledad, no era algo que el desconociera. Sus padres no tenían tiempo para trivialidades como esas y él tampoco les pedía que lo hicieran. Su vecindario era solitario, o en los términos de su padre “seguro”.
Las ramas de los arboles mecían tristemente, mientras avanzaba y su cabello negro se le despeinaba hacia los costados, bailando con la brisa del invierno. Imaginaba lo que haría cuando llegase a casa, con su piano y las miles de notas que tocaría a su lado toda la noche. La idea de poder recitar las melodías correctamente, le estremecía y algo cálido dentro de él, sentía. Pero no sabía que al cruzar la calle conocería a la tormenta más recia de su vida. Una que jamás podría olvidar. Un pequeño golpe de dos cuerpos y un agudo quejido de alguien que no podía ser él. Cuando alzó la mirada se encontró con una chica más baja que él, la cual parecía sorprendida.
__ Lo siento -se disculpó de inmediato, pero él no entendía porque lo hacía-
__ Los accidentes pasan, no te preocupes -contesto sin importancia y sigue su recorrido-
Ignorando por completo que, junto a su casa, un camión de mudanzas dejaba cajas llenas de pertenencias. Las notas del piano sonaban perfectas y él, cerraba sus ojos para poder concentrarse en ellas. De cualquier manera, no era como si no hubiese algo que quisiera ver en la realidad. Tocó y tocó, incluso aunque su madre le pidiera que parara, el siguió. La ventana se encontraba abierta y dejaba entrar algunos sonidos desagradables como: personas hablando o botes de basura cayendo, pero esa noche… Esa noche, algo peculiar se hizo presente, entre nota y nota. Una simple y afinada melodía nado entre la ventana, la dulce voz de una niña, perforo sus oídos, y una mueca de desaprobación no tardó en aparecer.
__ ¡¿Qué carajos?!... -sin más remedio se levantó de su asiento y camino hacia la ventana-
El frio le calo todos los huesos y al asomarse por la ventana sus ojos se abrieron un poco más que de costumbre. Del otro lado, dentro de la casa vecina, una chica de cabello rizado, cantaba recargada de su propia ventana. Sus ojos estaban cerrados y su rostro sonrojado por el frio. Sus manos estaban juntas, entrelazadas y cuando él la vio, de repente la melodía se detuvo. Ella abrió sus ojos y ambos cruzaron las miradas...
__ ¿por qué cantas? -preguntó, confundido y con deseos de irse a su habitación-
Ella lo observo un poco más y entonces sonrió ligeramente, haciendo que el retrocediera un poco.
__ Porque tú estabas tocando -los ojos de la chica tenían algo que él no podía descifrar- y pensé que sonaba solitario -decidió no tratar de resolver ese enigma que le provocaba-
Alejó la mirada y cerró la ventana, le dio la espalda a la extraña que probablemente aún lo veía y poco después decidió irse a acostar, pero al pasar junto a su piano, lo acaricio suavemente por la parte superior.
__ ¿Solitario?