—Zenda— escuchó a lo lejos que alguien decía su nombre.
¿Quién podría ser? ¿Acaso era su amor verdadero?
—Zenda— la voz comenzaba a escucharse cada vez más fuerte. La chica corría por el campo de hierba seca pero no lograba encontrar al dueño de aquella voz—¡Zenda!
—¡No sé donde estás!—gritó de vuelta
—¡Zenda tengo hambre!
Y despertó.
Se cubrió el rostro con las sábanas. Si no se equivocaba era sábado, y nadie quiere despertar antes de medio día en un sábado. Aún menos después de pasar la noche en vela mirando un maratón de su serie favorita.
—En serio moriré de hambre.
—Agh, déjame dormir Gaspar.
Se negaba a mover un solo cabello de la almohada, dormir era una de las pocas cosas que en serio la hacían feliz.
—Pero debes alimentar a tu dulce compañía.
¿Dulce?
La chica se levantó y miró fijamente a los ojos grises de su gato, quien estaba al borde de la cama lamiendose las patas delanteras.—En primer lugar, no eres para nada dulce. Y en segunda, tú sabes donde está la comida para gato.—enumeró con los dedos para luego volver a cubrirse con las sábanas. Ya estaba bastante grandecito para poder rasgar un sobre de comida.
—¡Esa porquería no es comida, yo quiero pan francés!—replicó el felino.
—¡Tú ganas!—se levantó de golpe, ocasionando que Gaspar maullara del susto y saltara ágilmente lejos de la cama.— Para ser un gato eres bastante quisquilloso, debería haber elegido un perro como compañero.
El gato soltó un grito ahogado para mostrar su desaprobación.—Es demasiado temprano para tus groserías señorita.— Gaspar volvió a subir a su cama.—Además, los perros son animales toscos que lo único que saben es perseguir su cola.
—Como si tú no lo hicieras.—murmuró mientras caminaba hacia el baño. Había encontrado a su gato siendo engañado por su larga y negra cola un par de veces.
—¿Qué dijiste?
—Nada—respondió mientras cerraba la puerta. Al entrar lo primero que vio fue su reflejo en el enorme espejo, no era necesario decir que se miraba terrible, con sus enormes ojeras, quizá algo de baba seca en la comisura de su boca y un enorme nido de pájaros rojo encendido que llamaba cabello. A decir verdad le daba un poco de miedo cepillarlo, no sabía que clase de cosas podían vivir ahí. Pero vamos, todos lucían terrible en las mañanas, a excepción de las ninfas, Zenda de verdad envidiaba su belleza.
Quizá se miraría mejor de haber despertado un poco más tarde. Quería mucho a Gaspar, pero había momentos en los que le gustaría tener un gato común y corriente. Las mascotas de los brujos tienen ciertas cualidades que se adecúan a sus dueños. Escupen fuego, vuelan o hacen alguna cosa maravillosa, luego estaba Gaspar que solo podía hablar y acabar con la comida de su refrigerador. Zenda había llegado a la conclusión de que su gato hablaba para que no estuviese tan sola.
—Zenda, apresurate.
—¡Ya voy!
Ni siquiera su propio gato la respetaba, esto era el colmo. Si tuviese poderes como cualquier otro brujo eso no pasaría.
Porque si, a sus 17 años aún no había ni podido encencer una vela sin usar un fósforo. Para su familia era una vergüenza que una LeBlanc no tuviese poderes, y esa es la razón por la que Zenda vivía sola en un departamento y asistía a una escuela para mortales.
Cuando terminó de vestirse fue a la cocina para poder callar a su gato.—¿Qué quieres desaynar?
—Pan francés, ya te lo había dicho sorda.
Suspiró con fastidio más no se molestó, con el tiempo se había acostumbrado al humor del gato. Doce años son suficientes para conocer a alguien.
Mientras preparaba el desayuno, pensó en el día que había conocido a su compañero. Tenía 6 años y encontró al pequeño gato en el sótano de su abuela, desde el momento en que lo vio supo que debía quedarse con él. Lo nombró Gaspar como uno de los reyes magos, a Zenda le encantaba esa historia cuando era niña. Ahora el gato le reclamaba por nombrarlo con un nombre tan aburrido, según él le habría gustado llamarse Chris o Erick.
—Aquí tienes—puso el pan francés frente al gato negro, quien comenzó a comer rápidamente.—Al menos saboréalo. Te atragantarás si comes así.
Zenda tomó un trozo de pan, y cuando estaba a punto de comerlo su celular vibró.
De: Sarah
Espero que Elías y tu ya estén listos, o los asesinaré :)
Frunció el ceño, ¿listos?
—¡Demonios!
Corrió hacia su habitación. Realmente era una tonta descuidada ¿cómo pudo olvidar eso?
—¿Qué ocurre?—preguntó Gaspar.
—Olvidé que debíamos acompañar a Sarah en la inauguración del restaurante de su madre—jadeó mientras buscaba sus converse debajo de su cama.
Incluso había marcado el día en el calendario con color rojo, no terminaba de sorprenderse de lo olvidadiza que era.
—¿No crees que es muy temprano para una fiesta de inauguración? Aún es mediodía
—¡No lo sé, tal vez son cosas de personas adineradas!—contestó atareada buscando su otro zapato.
—¿Irás?
—¡Bingo!—dijo al encontrarlo—Por supuesto que iré.
—Creí que hoy miraríamos el maratón de terror.— se quejó el gato, pues ya era rutina que ambos pasaran el sábado pegados al sillón viendo fantasmas salir de pozos y asesinos cada vez más ocurrentes.
—Eso tendrá que esperar— terminó de amarrar sus cintas y se puso en marcha. Antes de ir a la fiesta de inauguración debía encargarse de algo, o más bien de alguien.
Salió de su apartamento y bajó lo más rápido que pudo por las escaleras.
Se encontraba frente a la puerta del departamento 54. Había ido a ese lugar tantas veces que ya no podía recordar la primera vez que había puesto un pie ahí. Después de todo, era el departamento de su mejor amigo, Elías.
Tocó el timbré y escuchó traqueteo dentro del lugar, seguramente estaban haciendo limpieza o algo por el estilo. Después de esperar un poco, la puerta se abrió dejando ver a una pequeña chica de cabello castaño y mejillas rosadas.
Editado: 17.06.2019