Un príncipe no tan azul

Prólogo

Querido diario:

¿Qué es un príncipe azul?

Mi madre dice que es la idealización del hombre perfecto: hermoso, valiente y honesto. También que es esa ilusión que todas quieren y ninguna tiene: que no existe. Mi padre, por el contrario, piensa que es la representación de tu gran amor, aquel que te cautiva y esta para ti a pesar de todo, que te escucha y entiende. Que si existe.

Yo no lo entiendo: a ninguno de los dos.

Para mi un príncipe azul no es mas que ese caballero de brillante armadura que aparece en cada uno de mis cuentos. Alguien fuerte y aventurero que siempre rescata a la hermosa princesa del cruel dragón o la malvada bruja. Un ser digno de admirar, que siempre te protegerá y jamás te abandonará.

Y ese es el problema.

Yo no soy una hermosa princesa, ni tengo brujas o dragones. Simplemente soy una niña común: enana, pecosa y con cabello de esponja, nada que atraiga a un valiente príncipe ¿Pero esta mal querer ser diferente? ¿Esta mal desear uno? Solo quiero lo mismo que las heroínas de mis libros. Si existe como dice papá la cosa es muy fácil, tengo que buscarlo. Aunque, si como dice mamá no lo hace, será mi deber crearme uno. Pero, en cualquier caso, lo tendré.

Mi nombre es Rachel Green, hoy cumplo diez años y tengo un único deseo: encontrar a mi príncipe azul.

– Rachel cariño baja ya, es hora de pedir un deseo.

– ¡Ya voy mamá!

Rachel se levantó de la cama y guardó su diario donde siempre, debajo de la almohada. Hoy era un buen día, su cumpleaños número diez y su papá llevaba toda la semana hablando de su gran regalo. Obviamente imaginaba que no sería la picana que le pidió para cuando sus hermanos la sacaran de quicio, pero aun así se encontraba sumamente emocionada.

Ya no aguantaba los nervios, así que bajó corriendo las escaleras sin importarle que pudiera tropezar. Estaba ansiosa por darle un abrazo a su padre y contarle sus nuevos descubrimientos acerca de la vecina bruja, una pequeña investigación privada que ambos compartían. Pero, para su gran decepción, abajo solo se encontraba su madre con un gran pastel de cumpleaños. Al parecer la persona que esperaba estaba retrasada.

Una vez más.

–Felicidades pequeña –la saludó Ellen con una gran sonrisa.

– ¿Dónde está papá? –preguntó Rachel mirando a su alrededor como esperando que su padre, Richard, saliera de algún escondite a felicitarla.

–Ya debe estar por llegar, dijo que no tardaría mucho.

–Papá está atrapando a los malos –explicó Joey con orgullo, su hermano pequeño de solo 4 años mientras salía de la cocina acompañado de su gemelo Miguel.

–Sí, ¡es el mejor poli del mundo! –concordó este último con su risa infantil mientras creaba una improvisada pistola con sus dedos –De grande yo seré como él.

–Bueno venga, todos a la mesa –los apremió Ellen abriendo la marcha hacia el comedor con los tres niños a sus espaldas.

Habían acabado de colocar el rico pastel de chocolate sobre el mantel y se disponían a cantar feliz cumpleaños cuando unos fuertes toques en la puerta los interrumpieron.

–¡Es papá! ¡Es papá! –comenzaron a gritar felices los chicos sin ser capaces de ocultar su euforia.

–Iré yo –anunció Ellen mientras caminaba sonriente hacia la puerta.

Tanto Joey como Miguel permanecieron en sus lugares, dando ligeros brincos sobre la silla. Sin embargo Rachel, demasiado ansiosa como para esperar, decidió seguir a su madre y observar a hurtadillas tal como Richard le había ensenado. Quizás, con suerte, consiguiera ver parte de su regalo.

–Que sea una picana, que sea una picana… –pidió en voz baja mordiéndose el labio mientras asomaba su rubia cabecita por la puerta del comedor.

Casi al instante su ceño se frunció y la felicidad abandonó su rostro para dar paso a la confusión. Fuera no estaba su padre. Pero, pese a no conocer a esas dos personas que conversaban con su madre, sí que sabía que eran: oficiales de policía ¿Qué hacían en su casa? ¿Alguna rara sorpresa de papá?

–Lo siento mucho, señora –escuchó decir al más alto con pena.

– ¿Qué ocurrió? –preguntó su madre con la voz rota y, observándola detenidamente se dio cuenta de las gruesas lagrimas que bajaban por su rostro, mas la mujer no hacia ningún sonido referente al llanto.

–Fue un accidente de coche. Estaba en un operativo persiguiendo a unos ladrones de autos, ayer llovió y bueno... el terreno estaba resbaloso. Perdió el control... –El oficial no pudo seguir, la mujer se había echado a llorar desconsoladamente aguantándose al marco de la puerta como si fuera su único soporte vital.

La niña, desde su escondite, negó con la cabeza ¿A qué se referían esos hombres? Su padre era el mejor policía del mundo y jamás perdía el control, jamás dejaba de atrapar a los malos y, sobre todo, jamás dejaba de llegar a casa. Era claro que lo estaban confundiendo y su madre se los explicaría en cualquier momento.

Pero eso nunca pasó.

–¿Dónde está papá? –preguntó Rachel surgiendo del comedor mientras miraba inquisitivamente a los dos hombres. Se acercó a su madre y esta solo la abrazó mientras lloraba –¿Mamá que pasa?

–Papá no va a venir –Ellen observó a su hija ahogando un sollozo.

–¿Como que no va a venir? ¿Tiene mucho trabajo? ¿Cuándo vuelve? –preguntó inocentemente la niña con un hilo de voz mientras, sin motivo aparente, sus ojos se llenaban también de lágrimas. La madre negaba frenéticamente con la cabeza.

–No cariño, quiero decir que no va a volver nunca más…

Rachel abrió los ojos a mas no poder y, por primera vez, pareció entender que pasaba.

–Oh si, traía esto –continuó el oficial sacando un paquete envuelto en un papel de regalo completamente arrugado y con ligeras manchas de sangre en algunas zonas. Era obvio que habían intentado limpiarlo sin éxito –En sus últimos momentos me lo entregó y dijo que era de suma importancia que se lo hiciera llegar a su hija.




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