Beth
El sonido de las gotas de lluvia golpeando constantemente el vidrio de mi ventana es lo que únicamente he estado oyendo desde que llegué a casa de un día terrible en el bachillerato. Mamá no está y mucho menos papá, tampoco me gusta hacer tarea, por lo que mi tarde es aburrida y monocromática como el día de hoy, no tengo con nadie con quien charlar y... ¿eso es malo?
Como sea.
Me remuevo en mi cama para dejar de mirar el muro y ahora hacerlo con la ventana, donde las gotas que han sido destrozadas, caen en pequeños fragmentos. Hay truenos y por culpa de la neblina, no puedo mirar Nueva York a lo lejos.
Cuando los días son soleados me gusta dibujar la ciudad, imaginar que camino sobre sus calles, libre y sin remordimientos de todo lo que sucede en mi patética vida. Nunca he pisado cada avenida por falta de dinero y porque mamá nunca tiene tiempo de llevarme. Por eso investigo en internet y me oriento por Google Street View para dibujar; sin embargo, mis ganas de hacerlo en estos momentos, son bajas, es como si sintiera mi cuerpo ligero e incapaz de moverse, tal vez solo tengo sueño.
Ahora mi cuerpo lo muevo de manera que mi estómago quede boca abajo y mi cara ahogada en la almohada. Lanzo un gruñido y me digo que debería ser como las demás chicas, de esas que salen a estas horas con sus amigas, tienen besos bajo la lluvia, ven películas o cuentan sus pecados carnales, amores imposibles o que banda nueva están stalkeando.
Busco mi celular a un lado de mí en movimientos torpes, cuando las yemas de mis dedos tocan el aparato, lo desbloqueo con mi huella digital y aparto mi cabeza de la almohada para buscar mi playlist musical para reproducirla, pico la opción aleatoria y en segundos, la voz de Katy Perry cantado Dance With The Devil inunda el lugar. Regreso a la misma postura incial y tarareo la canción.
Los minutos pasan como ráfagas de viento veloces, las canciones se reproducen una tras otra sin orden, unas más feas que otras y me lamento por tener música tan terrible, hasta un golpe en mi ventana me pone en alerta, un golpe estruendoso que posiblemente pudo haber roto mi jodida ventana. Mi trasero toca la punta del colchón y mi pecho sube y baja desenfrenado por lo que mi sentido de la vista admira.
Intento ponerme de pie pero no puedo, estoy congelada con la quijada desencajada tocando el suelo, con los instintos en alerta y las enormes ganas de llamar a la maldita policía porque un hombre calvo y treintón está invadiendo la privacidad de mi cuarto. Su ropa está mojada, escurriendo sobre él el agua, cayendo al suelo mojando la alfombra que mi madre me regaló hace meses. La ventana igual está abierta y si no la cierro mi cuarto será una piscina muy pronto, aunque eso no es lo importante ahora, sino correr al hombre que me mira con igual sopresa que yo a él. Ninguno de los dos dice nada, es una lucha de miradas constantes esperando al que dará el primer movimiento. Dejamos que el tiempo siga corriendo, hasta que yo soy la primera en decir algo o intento decirlo.
—¿Qué haces aquí?—mi voz sale temerosa, muy pequeña y algo estancada por el nudo retenido en mi garganta. Mentiría si digo que no tengo miedo, porque ahora mismo me estoy cagando, estoy sola y los cuchillos están en la cocina—. Responde o llamo a la policía—reitero con la mano sujetando mi celular, mientras reproduce una canción de mi adorado Charlie Puth. Me asusto cuando sus ojos azulados conectan con los míos y no dice nada—. Dije que llamaré a la policía si no te vas o dices algo—vuelvo a hablar, histérica.
Lo que sigue no me lo espero porque se lanza sobre mí, logrando quitar mi celular. Pataleo y me sacudo debajo de su pesado cuerpo. Ataja mis brazos y los aprisiona a los lados de mi cabeza, me pide que guarde silencio a gritos, algo incoherente dado que está gritando, pero aún así le hago caso para mantenerme viva.
—Tú no llamarás a nadie si aprecias tu vida, ¿bien?—amenaza.
Agito mi cabeza repetidas veces y me suelta.
Veo cómo se pasea por mi habitación hasta que cierra la ventana y toma asiento en la silla de mi escritorio.
Busco maneras con qué defenderme, pero todo es absurdo. No hay nada en mi habitación que me logre salvar de este idiota. Además que ha tomado mi celular.
—¡La mierda que oyen los escuincles de hoy en día es una mierda!—rechista antes de apagar mi celular.
Es un completo idiota.
—Perdón por no ser una víctima con extravagantes gustos musicales-me quejo—digo con sarcasmo.
—¡Dije que te callaras!
—No.
Blanquea los ojos y se pone de pie para venir hacia mí, sin embargo la voz de mamá avisando que llegó a casa nos pone en alerta. Mis ojos se hacen grandes por el alivio, pero él parece temeroso y pide que no diga nada.
—Insultaste a Charlie Puth, eso ni Dios lo perdona—Me pongo de pie, logra tomarme del brazo y me regresa a la cama—. ¡Hey!
—Si dices algo, las mato a las dos. Tú decides, niña—vuelve a amenazar y mi cuerpo tiembla por el miedo.