Beth
Dicen que la realidad supera la ficción y no te engañan. Aún tengo aquellos recuerdos de mi mamá y yo viendo aquellas películas de acción sentadas en el sofá de la sala o aquellos casos de criminales en donde matan a sus víctimas sin piedad. Hoy, aquellos filmes que se suponían que eran ficticios, se vuelven realidad.
No voy a mentir que no tengo miedo, porque como dije antes, me estoy haciendo pis en mis pantaletas. Una cuchilla jamás había sido colocada de forma amenazante por debajo de mí cuello. Lágrimas recorren mis mejillas y quiero salir de aquí para ir a ver a mamá en la planta baja, pedir ayuda pero soy una estúpida estatua que no sabe hacer nada en este tipo de situaciones.
—¿Oíste bien lo que dije?—interroga en un susurro que lanza descargas eléctricas dolorosas por todo mi cuerpo. Asiento mirando a sus ojos azulados, me suelta y me deja salir de la habitación.
Afuera me abrazos mí misma, tratando de no sollozar, reprimir ese sentimiento para que mi mamá no se preocupe y empiece ese juego de preguntas que no quiero responder, soy mala mintiendo o fingiendo.
Cuando mis pies bajan el último escalón, muerdo mi lengua, tomo respiración y camino a la cocina repitiendo en mi cabeza: 《tú puedes, tú puedes, sé igual de buena actriz como Samantha Barks》. Me detengo en el marco de la puerta, viéndola de espaldas sacar platos de los muebles de arriba, se gira y se sobresalta asustada, casi tira los platos al suelo pero pudo sostenerlos.
—Me asustas—regaña, llevando una mano a su pecho después de dejar los platos en la mesa.
Me disculpo y la ayudo a servir la comida china que trajo para comer. Ella habla sobre su día en el trabajo y yo no tengo ganas de hablar del mío porque es una mierda. Saqué menos de siete como calificación final en matemáticas pero en artes un diez perfecto. Mamá siempre me ha preocupado aquello, sin embargo debería entender que los números jamás serán lo mío aunque los meta a la fuerza. Terminamos de comer y aviso que subiré a mi habitación, después de haber lavado mi plato, ella asiente y le doy un beso en la mejilla.
Me plato al frente de mí puerta sin saber qué hacer, tengo miedo y mis piernas parecen gelatinas como el resto de mis extremidades. Mi mano agarra la perilla, pero aún así debato el hecho de entrar o no.
Colver
Me siento impaciente y de mal humor. La policía lleva siguiéndome dos semanas completas, sin descanso y tiene a todas las calles en alerta, poniendo mi cara por todos lados en caso de que alguien me haya visto y sea lo suficiente valiente para denunciarme.
Me acerco a la ventana y paso la manga de mi chamarra sobre el vidrio para remover lo empañado. La vista es sorprendente. Pego mi frente y debato mentalmente si quedarme aquí o no, nadie sospecharía de una niña y mucho menos revisarían una casa deprimente. Aunque en dado caso de que llegaran a raptarme aquí y la niña declarara, los cargos sería más altos. ¿Qué estaba pensando cuando la amenacé con una navaja como un bastardo animal?
Friego mi cara con cansancio.
La lluvia a parado, el cielo continúa gris como mi vida ahora. Me aparto de la ventana y tomo asiento en la silla para no mojar la cama.
Me toma por sorpresa cuando la puerta vuelve abrirse y la niña entra, su rostro sigue igual de pálido como cuando me vio y no deja de morder su labio nerviosa, como si fuera un animal salvaje a comiendo una chuleta.
—Quiero que te vayas, no diré nada y mucho menos llamaré a la policía, pero no puedes quedarte en mi habitación—continúa pidiendo lo mismo y me cansa. Claro que me iré, por ahora no, su cuarto es el mejor escondite. Ahora tengo que buscar la forma de convencerla de quedarme.
Traga saliva y parpadeo rápidamente para retener algunas lágrimas que quieren salir. Está asustada.
《¿Cómo no va a estarlo, si puse una navaja en su garganta?》
—Lo siento, no puedo hacerlo. Tu cuarto por ahora será mi refugio.
—¿Refugio? ¿De qué hablas?
Me pongo de pie y camino hacia donde está, manteniéndome serio.
—Que me iré cuando yo quiera.
—A eso se le llama violación de privacidad.
—Dile como quieras, no me iré y tú no dirás nada si quieres mantener a los que quieres vivos, y lo reiteraré, tú tomas la decisión mientras yo la ejecuto. Así de simple.
Le doy la espalda y vuelvo a sentarme en la silla.
—No puedes hacer eso.
—Claro que sí.
—No.
-Comienzas a desesperarme.
-Me vale una mierda, quiero que te largues.
—¿Tus padres no te enseñaron modales?
—Claro que lo hicieron, aunque me dijeron que hay excepciones y tú eres el claro ejemplo. —Ríe falsamente y se acerca para abrir la ventana—. Ahora vete—exige e ignoro.
—Tomé mi decisión, niña y no pienso irme.
La dejo ahí para comenzar a pasearme por su habitación, es pequeña y está llena de dibujos impresionantes, posters de bandas y cantantes, un estante llenos de cuadernos y el escritorio donde hay infinidad de materiales de arte y una lamparita encendida. Hay una cama pegada al muro izquierdo y luces navideñas blancas enredadas en la cabecera de metal. Muy juvenil y empalagoso. Ni sé dónde dormiré.
—Si me dices por qué quieres estar en mi habitación, tal vez pueda dejarte—habla a mis espaldas y la veo sobre mi hombro.
—¿Qué?—interrogo incrédulo.
—Eso, lo que dije. Si me dices por qué tanta exigencia de querer quedarte en mi habitación, tal vez llegué a la conclusión de dejarte.
Suspiro y niego.
—No, me quedaré y punto.
—Bueno, si así será, entonces quiero que limpies mi habitación, quiero que seques hasta la última gota de agua que dejaste entrar. Y hagas mi tareas.
—Estás demente—me burlo—, no haré nada de eso, niña.