Beth
Abro los ojos al día siguiente y es por culpa del vejestorio. Se mueve por toda la habitación haciendo tanto ruido y tengo ganas de matarlo. No sabes cuánto me arrepiento de haberlo dejado quedarse, debí decirle todo a mi mamá cuando llegó, responder a todas sus interrogantes sobre mis emociones en ese instante.
Creí que dejándolo le daba una pequeña parte dramática a mi vida triste, aburrida y gris. Tener aunque sea una pequeña anécdota por contar. Pero no, es un maldito grano en el trasero que no puedo reventar.
—¿Puedes dejar de hacer tanto ruido?—me quejo—. No puedo dormir, gracias.
—Tú dijiste que limpiara y es lo que hago.
—¡Pero no a las siete de la mañana!
Después oigo silencio y me siento triunfal, pero no, estaba muy equivocada. De un tiro, quita las sábanas de mi cuerpo y el salvajismo quiere salir de mí para matarlo.
—Tienes que levantarte si no quiere que tu madre me vea y las dos se vayan a la mierda-rechista muy enojado, como si el bastardo fuera mi padre.
—No quiero ir al escuela, no me gusta-digo medio adormilada.
Gruñe y lo ignoro.
—¡Levántate!
—¡No!
Se queda quieto y aprovecho el momento para enterrar mi cabeza en medio de las dos almohadas, puedo oír sus pasos apresurados moverse sobre el suelo de madera y la puerta de mi clóset cerrarse. Segundos después, mamá entra con su dulce voz para tratar de despertarme.
Mierda.
¿Alguna vez habías sentido tanta ansiedad mientras duermes y no quieres abrir los ojos por pereza o yo que sé?
—Vamos, Beth tienes que ir al escuela.
—Cinco minutos más-exijo y oigo una carcajadita.
—Ok, pequeña dormilona, mientras sacaré tu uniforme.
Mis ojos se abren de un solo golpe al oír eso, me levanto como un cohete de la cama y en poco tiempo el sueño abandonó mi cuerpecito. Mamá se sorprende y tengo que inventar alguna excusa para evitar que abra el armario. Ahí está ese hombre, si mamá lo descubre es obvio que nos matará como dijo.
—¿Pasa algo?—Interroga sorprendida y lleva una mano a mi mejilla para acariciarla-. Te ves pálida.
—Es solo que olvidé por completo que hoy tengo exámenes—balbuceo—. Si llego tarde, aunque sea un minuto, me lo anularán. Será mejor que me aliste y en unos minutos bajo.
Achica los ojos, examinando mi pequeña mentirilla y después niega no dándole importancia al asunto.
—No tardes, hoy tengo que irme temprano o me descontarán dinero.-Después se retira, cerrando la puerta detrás de ella.
Resoplo aliviada.
Abro las puerta del armario y me encuentro con la no grata de sorpresa de que está vacío. No hay nadie. Un ruido proveniente por debajo de mi cama me llama la atención. Es el anciano tratando de salir. Su calva cabeza se asoma y poco a poco saca el resto de su cuerpo hasta estar de pie frente a mí.
Creo que mis oídos son terribles cuando estoy dormida. Nunca entró al armario y me levanté de mi cama para nada. Me cruzo de brazos y le dedico una mirada de odio.
—¿Qué?
—Me levanté para nada de mi preciosa cama.
Blanquea los ojos y me da la espalda para continuar de limpiar el suelo.
—Debes irte si no quieres que regrese-informa pasando el trapo que sostiene sobre el mosaico.
Gruño molesta, no me queda de otra más que obedecer y arreglarme para ir al escuela.
—Esto no se quedará así-amenazo y me voy.
~
Veinte minutos después estoy arreglada y bajo a tomar el desayuno con mamá. Ella está de un lado a otro arreglando sus cosas para irse al trabajo. Cinco minutos después se va, no sin antes dejar un beso sobre mi frente y prometer regresar en la noche.
Me quedo mirando a la nada a la cocina, bebiendo de mi jugo de naranja hasta que él hace su acto de presencia. Se mantiene de pie por debajo del umbral y mueve su cabeza inspeccionando todo el lugar, se introduce más en la habitación y sin pedir permiso, comienza a tomar comida, sin embargo no rechisto, solo pienso.
¿Qué habrá llevado a este sujeto a llegar a mi habitación? Esa duda no me deja dormir para nada. De hecho, toda la maldita noche estuve inquieta mientras él descansaba sobre mi alfombra, invadiendo mi espacio personal. Me da miedo tener a un adulto en mi cuarto que no sea uno de mis padres.
—No me dijiste tu nombre-hablo, mientras él devora una manzana roja.
—¿Importa?
—Si vas a vivir en mi cuarto, al menos debo de saber tu nombre.
—No tiene caso, me iré en una semana.
Abro mis labios un poco, mi cuerpo se siente aliviado al haber oído su confesión.
—¿En serio?—balbuceo.
—Como oíste. No tiene caso que sepas mi nombre o formar una amistad.
Quiero decirle algo pero comienza a caminar a la salida.
Es más duro que una maldita roca.