Un Prometido a otro nivel (2p de Lpdg)

Capítulo 21

Lean escuchando la canción: Ahora que te vas de Christian Daniel.



 


Los hipidos se me escapan sin quererlo así como las lágrimas. Luchó con todas mis fuerzas para contenerlas y no derramar una ni una sola vez más. Sólo no puedo dejar de hacerlo, me siento en la cama y escondo la cara entre mis manos.

El dolor esta ahí tan fuerte que hace daño de afuera hacía dentro y parece nunca menguar. No importa si reduzco la velocidad de mis emociones o aceleró los movimientos de mis esperanzas, siempre término sufriendo.  En aquel silencio icónico de la habitación sólo se escuchan mis sollozos que cada vez me cuesta más acallar; una llave se introduce en el cerrojo, gira y abre.

No levanto la cabeza, no tengo la fuerza ni física ni emocional para hacerlo. Tanto me cuesta creer que luego de sentirme invencible me derrota hasta la brisa.

La lluvia seguía cayendo fuerte, aunque no había truenos. Este día lo siento como el más cálido de todos aunque no hay un sol dándonos su calor, es cálido. Él me mira, me persigue por toda la calle y me envuelve entre sus brazos para luego girar conmigo encima. No necesitó el sol para que me caliente, lo necesitó a él.

Jugamos con las hojas que la lluvia arranca de los árboles, saltamos en charcos de aguas y volvemos a ser niños otra vez. Donde corríamos sin responsabilidades cuando vivíamos sin miedo por lo que el futuro nos traería.

Brad me mira, sus ojos azules como el cielo en sus mejores días, luego me sonríe. Susurra un te quiero que me eriza la piel, ninguna edad es buena para enamorarse. Pero los quince años son la peor etapa y más si de quien te enamoras es tu mejor amigo.


 

Vuelvo a repertirme una y otra vez que no puede ser posible, que Brad no debería estar aquí sin embargo es así. Con mí cara en el hueco de su cuello, sus brazos alrededor de mí. Mi mundo girando alrededor de él y volviendo a partir lo poco que había podido armar.

Por segundos lloro más fuerte. Tal vez sea de rabia, de dolor, de pena, de pesadez. Sólo sé que estoy llorando, dejando salir todos mis sentimientos, uno tras otro sin importarme si me veo patética o valiente. Si cree que me estoy volviendo loca o al fin estoy recobrando el juicio.

Mis fuerzas se van perdiendo y ya no puedo luchar contra esto. ¿Pero que es esto? ¿De verdad es amor o sólo es la costumbre de tenerlo siempre conmigo, protegiendome?

Esas dudas impactan justo en mí alma, de repente me alejó de Brad, él me mira confuso, sus labios se mueven pero no dice nada. Me levanto de la cama y me alejo.

—No podemos seguir así —digo incapaz de retener las lágrimas ni el temblor de mí voz

—¿Así cómo? —En su rostro no logró descifrar nada.

—Ya sabes como Brad, bien que lo sabes —Mencionar su nombre sólo hace que se me cierre la garganta —. Se supone que yo era tu mejor amiga, se supone que yo era a la que le contabas todo, se supone...

—Eres todo eso, Sara, y mucho más.

—No es así —Mis emociones están a flor de piel —; siempre te creí, siempre te apoye en cualquier decisión y me opuse a las que creí que te harían daño. Resistí por ti lo que no resistiría por mí y todavía me pregunto en que te falle. ¿Al final en que te falle?

El dolor que me produce decir aquellas palabras me dejan en un shock momentáneo. Es como si de pronto el manto que le auguraba tranquilidad se cae, Brad me mira y ahora más que nunca no sé descifrar lo que dicen sus ojos.

—Nunca me fallaste —Me da la espalda —, es todo lo contrario. Tú fuiste en más de una ocasión la razón que no me dejaba darme por vencido, ¿De verdad crees que me fallaste? Sólo tú sabes de mí lo que yo mismo no sé. Tú eres el cajón de mis secretos.

—Muchos secretos se escaparon de este cajón —digo moribunda de dolor.

—No quería lastimarte —murmura.

—¿Te funcionó? —pregunto sin control de mí o de lo que digo.

Me siento defraudada y herida.

Niega con la cabeza, de pronto se voltea y se para frente a mí tomando mis manos entre las suyas.

—No funcionó. Pero nunca quise hacerte daño, de verdad que no. Sólo quise protegerte incluso de mí mismo; no pude hacerlo.

»Dos años atrás todo mi mundo se puso patas arriba. Intente llegar a ti, no como un amigo, porque ya estaba cansado de esa posición en tu vida, quería besos en los labios que elevaran nuestras fantasías, abrazos eternos. Quería ser el chico que tus padres tuvieran miedo de dejar sólo contigo por miedo a que la sedujera. Yo quería ser ese chico.

—¿No se te ocurrió otra forma de lograrlo? —pregunto entre el enojo y desconcierto.

—¿Luego de confesarte que era gay? —Da un paso más cerca —No tuve el valor suficiente para decirte lo de mí confusión sexual. Sólo no pude. Entonces la enfermedad de Braulio me dio la excusa ideal para tenerte para mí, sin obstáculos, sin peros.

—Pensaste tanto en lo que tú querías que se te olvido pensar en lo que yo podría sentir.

—Yo necesitaba esa oportunidad para demostrarte que puedo ser el hombre de tu vida.

—El hombre de mí vida no me engañaría de esta forma. —Como si mis palabras fueran navajas, le hacen daño, lo veo en sus puños apretados, sus ojos bien abiertos y sus labios comprimidos.

—¿Qué vamos a hacer Sara?

Cierro los ojos, necesito pensar sin verlo. Tener la mente clara, sin que me controlen mis sentimientos en él.

—Creo que no deberíamos vernos nunca más, por lo menos no hasta que seamos grandes para resolver nuestros problemas sin necesidad de usar a los demás como excusa —Brad intenta hablar —. Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión, esperó que puedas comprenderme, pero si no puedes hacerlo, recuerda que algún día fui tu mejor amiga y que di todo lo que tuve por ti y ahora ya no me queda nada.

Doy media vuelta y voy al baño, cierro la puerta detrás de mí. Las lágrimas ya no caen de mis ojos, así que sólo me desvito y entró a la ducha. Dejando el agua recorrer mi cuerpo. Cuando vuelvo a salir a la habitación, ésta está vacía. En mí cama hay una nota que vuelve a tocar mis fibras débiles y otra vez vuelvo a llorar.




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