Un Regalo Para Calum.

CAPÍTULO DOS

Capítulo 02

El gran día.

El olor a canela y jengibre inundaba sus fosas nasales anunciando el gran día, desde la distancia en que lo único que le impedía ver por completo el panorama navideño era el gran poste de luz contra su ventana podía aun así percibir la hermosa melodía de los villancicos siendo cantados por una multitud de voces infantiles. Por primera vez en mucho tiempo había sacrificado su gran marca de llegadas impuntuales a cambio de realizar un trabajo perfecto, las horas de su día estaban contadas y cada que oía un nuevo villancico a través de la ventana se daba cuenta de que el reloj estaba corriendo y estaba llevando consigo su oportunidad de demostrar el máximo potencial, de conseguir el ascenso.

Las tareas del día de navidad estaban contadas y perfectamente repartidas, cada área y cada individuo dentro de ella conocía con antelación lo que debía realizar a fin de elevar el nombre de la empresa por los cielos; así, por ejemplo, el sector de arboles navideños debía realizar una cuidadosa revisión de colores, formas y tamaño, a su vez el sector de envolturas debía entregar con un perfecto y detallado cuidado las cajas de regalo que habían sido corregidas aún con los detalles más pequeños como arrugas. Por su parte, al área de regalos le correspondía comprobar lo que ya había sido comprobado por su estricto jefe, memorizar cada letra inmersa en las cartas de navidad y a quién correspondía cada regalo, y finalmente, cuando llegara la medianoche salir a repartir los regalos con sus uniformes de entrega, es decir, un disfraz de Santa Claus y sus elfos.

A todos los padres les hacían firmar un curioso contrato con letras verdes y hoja dura el cual era renovado cada navidad, en él se contenía una cláusula de permisos que expresaba: “permiso para el acceso a su hogar y todas las actuaciones que se deriven del acto navideño” cosa que en otras palabras quería decir “permiso para irrumpir en su casa con una copia de su llave la primera noche de navidad mientras uso un disfraz ridículo cuando toda la familia duerme, y además, comerme gustosamente las galletas y leche que dejan en la mesa” así que, de todas las tareas que debía realizar aquel día, el reparto nocturno era la que más disfrutaba. De donde ella venía, la navidad estaba dividida en dos días, uno para la cena familiar que además era la fecha donde Santa supuestamente bajaba por la chimenea a colocar los regalos, y el día siguiente, el cual era un día especial destinado para que los niños abrieran sus regalos ferozmente y le mostraran cada pieza a sus padres como si ellos no los hubieran visto primero, o hubieran pagado por ellos en secreto. El reparto les correspondía en la medianoche del primer día, por lo cual apenas el segundo día podrían recolectar la respuesta de satisfacción de cada padre y, por tanto, ubicarse en el tablero de mejores empleados según su puntaje; para captar la atención de Leandro debía estar en el primer puesto, él no miraba de ahí hacia abajo.

Muy en el fondo sentía el avistamiento de aquella inquietud que le perseguía, “¿Qué pasará si no logro superar el puntaje?” se preguntaba, sabía que lo que estaba en juego no era poco, pues lo colocado a debate era nada menos que la posición de la persona que tendría el control entero de la empresa, que podría despedir o no despedir, atormentar, organizar a su gusto; no es que no confiara en sus compañeros, pero muchos no se lo tomaban tan en serio como ella; la tendencia del ser humano se desvía a desconfiar mucho más en las ideas y conocimientos ajenos antes que dudar de los propios.

Sofía se quedó observando a Kevin, la forma meticulosa en la que revisaba cada regalo y memorizaba cada parte de las listas; había oído que el resto del año Kevin trabajaba como abogado, y también era muy bueno en ello, pero por las vísperas de navidad su oficina se tomaba vacaciones y el pobre hombre, que no podía tomar un descanso sin sentirse culpable al respecto, ingresaba de inmediato a trabajar en El Taller. Fuera de las vísperas, los trabajadores eran todos profesionales hechos y derechos; abogados, doctores, empresarios, contratistas, que por una vez al año se vestían de rojo para hacer felices a los niños de toda la ciudad. Él paró de repente lo que estaba haciendo, como si hubiera sentido una presencia maligna acechando desde la cercanía pero, en realidad solo eran los ojos de Sofía, cosa que para él fue incluso peor.

— ¿Por qué estás mirándome, Sofía? —preguntó Kevin con desagrado.

— Yo no te estaba mirando, estaba mirando detrás de ti.

— ¿A qué cosa? —se volteó, estampandose cara a cara contra un muro rojo— ¿A la pared? —tomó una pequeña respiración en un intento de que la acusación que estaba por salir de su boca no sonara degradante, al menos no demasiado— ¡Estabas tratando de imitar mi trabajo!

— ¡Claro que no!

Aunque su relación usualmente era similar a las peleas entre perros y gatos, hubo una época en la que quiso ser amigo de Sofía, cuando apenas entraban a la compañía. En ese entonces ella llevaba unas lamentables mechas de color fucsia en el cabello y era tan torpe que tropezaba a menudo con los arboles de navidad y las decoraciones. Trató de ser amable con ella al menos una vez, su máxima expresión de solidaridad era dejarle chocolates envueltos en un lazo sobre el escritorio esperando que notara que era un gesto amistoso de su parte, pero Sofía jamás adivinaba que su amigo secreto se trataba de Kevin y tenía un extraño ego ilusionista que le hacía creer que alguien de la empresa se la estaba ligando. Tiempo después, dejó de dejarle dulces y compadecerla. Sofía tomó las riendas de su propia inteligencia y se dispuso a explotar su máximo potencial en la empresa, trabajaba sin parar día y noche y hacía cada entrega meticulosamente calculada, poniendo en riesgo el protagonismo del gran Kevin. En la navidad pasada, Leandro no podía decidirse entre Kevin y Sofía para ser el empleado estrella, así que rompió la estrella por la mitad y le dio un pedazo a cada uno; Sofía se mostró satisfecha, ¡Pero eso a él no le servía! Una estrella rota y compartida, ¿Cómo era eso especial si no era solo suyo? Por eso, había decidido ganarle en todo, ser el primero y ser el único. Todos en el edificio sabían que el puesto de sucesor estaba a competencia y que ellos dos eran los más probables candidatos en la mente de Leandro. Sofía tenía astucia y eficiencia mientras Kevin tenía visión y ambición, solo les quedaba demostrar cual de sus cualidades funcionaba más para El Taller de Santa, y Kevin estaba dispuesto a darlo todo. Tenía que ser él.




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