Un reino sin finales felices

Capítulo dos

PASADO

🔮 Seren 🔮

Todos querían tener su final feliz.

La esperanza de obtener lo que su corazón más anhelaba era lo que mantenía viva la fe de los habitantes de Elysee.

Sin importar el costo, sin importar qué tanto tuvieran que luchar por ello.

Yo lo sabía bien. Cada vez que miraba el cielo y aparecía una estrella fugaz, le pedía lo mismo: mi final feliz. El problema residía en que yo no tenía idea cuál sería. En muchos casos pedían oro, amor, o poder. Sin embargo, mi mente se convertía en un arcoíris debido a la cantidad de opciones.

¿Qué era lo que mi corazón más deseaba?

―Belleza.

Salí de mi ensoñación en cuanto mi madre jaló de mi brazo mientras avanzábamos por los senderos que conducían al palacio. En sus preciosos jardines había grandes manzanos y flores que abrían sus capullos para anunciar el cambio de estación con ayuda de los pequeños pixies con alas iridiscentes.

Ella iba juzgando los hermosos vestidos de colores primaverales, los caros trajes confeccionados a mano, y sus joyas brillantes para deducir quién había caído en la ruina o adquirido una fortuna recientemente. Nadie era digno para mi madre. Por eso, nunca tuve amigos de verdad. Cada vez que intenté formar una amistad, tarde o temprano, ella encontraba un defecto en ellos y me abandonaban.

Aun así, me moría de ganas de escabullirme y preguntarle a los invitados sobre sus aventuras. A veces mi aldea parecía muy pequeña. Nunca pasaba nada emocionante allí, nada que despertara una chispa en mi interior.

―Nadie más de aquí la tiene. Sin duda, eres la más hermosa del reino ―agregó Grissalys.

Aunque una parte de mí quiso sentirse bien al oír un halago por parte de mi madre, ya que no recordaba la última vez que me dijo algo bueno y no tuviera segundas intenciones, no pude.

―Gracias. Pero todos se ven de maravilla.

Grissalys detuvo su andar, obligándome a quedarme quieta, como si fuera a contarme un secreto que fue protegido por generaciones.

―Hija, es imprescindible que entiendas algo. La belleza es más importante que nada. Supera a la magia en poder, conquista imperios enteros en segundos, gana batallas sin espadas, y es más valiosa que miles de monedas. Sin ella, no eres nada.

Ella usaba la belleza como si fuera su escudo protector y quería que yo usara la mía como un arma.

Cientos de veces oí la historia acerca de cómo mi padre se enamoró de ella en cuanto la vio y así logró casarse con un hombre rico a pesar de haber crecido como una simple campesina. Él murió hacía menos de un mes. Aquel hecho me rompió el corazón, ya que yo lo adoraba más que a nadie porque jamás dejó de ser amable o dulce. Me enseñó a mostrar gentileza, proteger a los demás y defenderme a mí misma.

―No ―interrumpí y una sonrisa se fue creando a medida que hablaba―. Para mí, la belleza está en el interior, en un acto de valentía, en la mirada de dos personas que se aman. ¿No lo crees?

Mi madre tomó uno de los mechones ondulados de mi cabello castaño oscuro y luego lo soltó con indiferencia. El acto me sorprendió, considerando que me había forzado a sentarme frente a un espejo por horas para encargarse de peinarme y dejar que cayera en cascadas perfectas hasta mi cintura. Incluso le agregó un polvillo de plata que hacía que resplandeciera de manera sutil como la luna y los pendientes que colgaban de mis orejas para contrastar con mi vestido lila con brocado plateado y mangas ligeras.

A ella le encantaba arreglarme igual que a una muñeca fabricada para verse y comportarse como le placía. La ropa perfecta. Los modales perfectos. Las notas perfectas. No obstante, nunca mejor que ella. Nunca podía opacarla o el castigo sería terrible.

―Eres tan inocente. Descuida, esta noche el mundo me dará la razón.

Tuve un mal presentimiento.

―¿Qué tiene de especial esta noche?

―El rey vendrá y no podrá quitarte los ojos de encima. Apuesto que no podrá resistirse y me pedirá tu mano en matrimonio.

Temí por mi vida y mi preciada libertad.

Desde siempre, mi madre siempre quiso pertenecer a la realeza y tener un título que dijera que era superior a los demás después de haber sido despreciada por la nobleza. Como no pudo conseguir aquel objetivo durante su juventud, supuse que ahora pretendía que yo cumpliera su sueño. Yo no lo haría. Sería mi peor pesadilla.

Resultaba aplastante la presión que me ponía para ser alguien diferente. Aunque deseaba hacerla feliz para que se enorgulleciera de tenerme como su única hija, no iba a rendirme.

―Pero no quiero casarme con él.

O con ningún hombre, susurró una pequeña voz en el fondo de mi cabeza, una voz que quería gritarlo a los cuatro vientos y no se atrevía a hacerlo por alguna razón.

―Tonterías, no sabes lo que quieres.

Recordé la razón.

―No, tú no lo sabes.

Alguien debió hacerme invisible, ya que ella no pudo verme a mí o mis razones para decir que no.

―¿Quién no querría casarse con él? Tiene un reino, un ejército, y una fortuna.

―¡Y también es treinta y tres años mayor que yo! ―añadí con obviedad y mi mandíbula se tensó―. No lo conozco y no tengo nada en su contra, sin embargo, él no es a quien quiero. Nunca será mi amor verdadero.

Una carcajada transformó su rostro y la tristeza se apoderó del mío. Mi espíritu lucía muy frágil a comparación de sus intenciones nefarias. Sabía que cuando se proponía algo, lo conseguía y me aterraba que se cumpliera su fantasía.

―El amor verdadero no existe, no para nosotras. ¿Pero sabes qué es real? Una corona y miles de súbditos a tus rodillas. Poder, eso será tu amor verdadero.

Mi cabeza se movió de un lado para el otro, rechazando la idea con desesperación. Podía imaginar el horrible escenario que para ella era ideal: casada con alguien a quien no amaría nunca, aislada del mundo, y llena de días miserables. Me volvería loca.

―No quiero poder. Quiero ser yo.



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En el texto hay: fantasía almas gemelas

Editado: 15.06.2025

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