Un rincón llamado nosotros

Primera nota fuera de lugar

Selene

Abrí la puerta con la llave que siempre se trancaba un poco.

Entró primero Sunny, con esa energía suya que hacía que todo pareciera más fácil, después, el chico y yo, por último, con una parte del cuerpo deseando dar media vuelta.

Él dejó el estuche de guitarra contra la pared y el bolso deportivo a un lado, en la alfombra de la sala. No dijo nada. Solo se quedó ahí, mirando el departamento con esos ojos que parecían no querer perderse ni un detalle.

Era más alto de lo que imaginé cuando lo vi por primera vez.

Cabello castaño, un poco desordenado. Rostro afilado, mandíbula marcada. Tenía la espalda algo tensa, como si no se permitiera relajarse. Y esa forma de observar como si todo le hablara, incluso el silencio. Sus ojos se quedaron fijos en el libro que había sobre el sofá. Uno de esos que había leído mil veces y aun así no podía soltar. Después, me miró otra vez. Y yo crucé los brazos. No en defensa. Solo para marcar algo.

Verlo ahí, de pie en la sala, con la guitarra apoyada en la pared y la expresión algo perdida, no coincidía con las fotos brillantes ni las entrevistas perfectas que circulaban por internet. Pero era él. Nikolai Sterling. El chico que sonaba en la radio del supermercado. El de los titulares, las portadas, los rumores.

—El espacio es pequeño pero cómodo —comentó Sunny, caminando hasta la ventana—. A veces la calefacción tarda en tomar, pero si dejas abierta la puerta del baño, calienta más rápido.

Él asintió. No parecía escuchar todo con atención, pero sí estaba ahí.

—Selene es bastante ordenada, por cierto —añadió, girándose hacia mí con una sonrisa—. Aunque no lo diga, cuida mucho el espacio.

Yo no dije nada. Solo lo observé. Esperando que él dijera algo, lo que fuera. Y por dentro, esperaba no tener que acostumbrarme a esa forma en que me miraba.

Sunny giró la manilla antes de que pudiera decirle algo.

—Es esta —dijo animada, empujando la puerta con una mano.

—Espera…

Intenté advertirle, pero ya era tarde.

La habitación estaba tal como la había dejado la última vez que la usé para leer o guardar cosas. Libros apilados sobre el escritorio, algunos abiertos. Un par de camisetas en la silla. Y sobre la cama dos bufandas, dos chaquetas grandes y un suéter que dejaba siempre ahí, porque no cabían en el armario.

Sunny soltó una risa antes de hablar.

—No sabía que era tu habitación bodega…

Una sonrisa leve, casi imperceptible, tiró de los labios del Nikolai.

Yo la vi. Y decidí ignorarla.

—Lo sacaré todo en cinco minutos —dije, mientras empezaba a recoger una de las bufandas.

Nikolai se apoyó levemente en el marco, observándolo todo.

—Ordenada, ¿eh? —comentó él con una media sonrisa—. Me siento privilegiado.

—No pensaba que alguien ocuparía la habitación —respondí sin mirarlo.

Sunny me miró con una de esas sonrisas suyas que parecían venir siempre desde el corazón.

—Te hará bien convivir con alguien más y que sea más o menos de tu edad.

Lo dijo, como si esa fuera una verdad suave, no una sentencia.

Me mordí el interior de la mejilla. Nikolai la miró, luego me miró a mí. Y aunque no dijo nada, su expresión parecía más divertida que incómoda.

Empecé a cerrar libros y apilarlos, uno sobre otro, con un poco más de fuerza de la necesaria.

—Ah, sí —añadió Sunny—. Esta habitación es muy helada por las noches. Y la ventana no cierra del todo. Pero en unos minutos sube Hank a revisarla, así que no te preocupes.

—Gracias.

—Voy a dejar que te instales —continuó ella—. Haré cambio con Hank para que suba ahora. Y si tienes dudas para ubicarte en el pueblo, puedes preguntarle a Selene. Es buena orientando.

—Llevo solo unas semanas aquí —aclaré en voz baja, como si no quisiera que eso sonara a excusa.

Sunny se acercó y me acarició un poco el cabello, ese gesto que usaba cuando quería decir algo sin decirlo.

—Aun así, te ubicas mejor que muchos que han vivido toda su vida aquí —dijo, girándose hacia Nikolai con una sonrisa un poco más amplia—. No te perderás si sigues sus pasos.

Él solo asintió levemente, pero había algo en sus ojos que se notaba más despierto.

—Bueno, los dejo —Sunny se encaminó a la puerta con paso ligero—. Si necesitan algo, me avisan.

Cuando la cerró, el silencio quedó suspendido entre nosotros.

Nuestros ojos se encontraron. Un par de segundos. Nada más. Pero algo se sostuvo ahí. Como si ambos estuviéramos reconociendo lo inevitable: que íbamos a tener que compartir algo más que solo un espacio.

Fui yo quien rompió el contacto.

—Sacaré mis cosas rápido —anuncié, girándome hacia la cama y el escritorio.

—No hay apuro —respondió, con un tono ligero—. Me da curiosidad ver qué lee mi nueva compañera de piso. Aunque si encuentro poesía dramática o novelas de romance, voy a empezar a preocuparme.

Le lancé una mirada rápida por sobre el hombro.

—Entonces preocúpate desde ya.

Su sonrisa se ensanchó un poco.

—¿Eso fue una advertencia o una amenaza? Porque si es lo segundo, me está gustando.

Rodé los ojos, sin responder, y recogí la pila de libros del escritorio. Eran más pesados de lo que recordaba.

—¿No quieres ayuda? —preguntó dando un paso hacia mí.

—No, gracias.

Soltó una risa baja, como si le divirtiera mi insistencia.

Caminó hacia mí justo cuando empezaba a salir de la habitación con la pila de libros apretada contra el pecho. Y, como si lo hubiera invocado, uno se resbaló. Lo atrapó al vuelo sin perder el paso. Subió y bajó las cejas con ese gesto burlón.

—¿Ves? —dijo, levantando el libro—. El universo claramente quiere que acepte tu caos.

Seguí caminando sin responder hacia mi habitación, justo la de al lado.

—O tal vez —añadió detrás de mí, siguiéndome con calma—. Solo quiere que me convierta en tu héroe de bolsillo. Especializado en rescates literarios.




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