Nikolai
Era tarde.
Y no el tipo de tarde en que el mundo duerme en paz. No. Era de esas donde las ideas giran en círculos, donde incluso el silencio parece sonar más fuerte que la música.
Y yo ya había subido la música. Bastante.
El altavoz lanzaba una canción de mi playlist mientras el portátil brillaba frente a mí con esa luz azul que a veces parece reírse de todo. Había abierto un par de pestañas. Cerrado otras. No estaba escribiendo nada útil. No estaba componiendo. Ni siquiera estaba distraído de verdad. Solo estaba ahí. Esperando que pasara la hora.
Hasta que vi el mensaje. No fue un mail elegante ni un párrafo amable. Solo un “Ya salió.” Dos palabras. Una bomba. Abrí el link y ahí estaba. Mi “ausencia justificada.” Mi mentira publicada. Escrita perfectamente. No por mí. Por Selene. Y de todas las formas posibles de desaparecer, esa fue la más limpia.
Cerré el portátil sin siquiera terminar de leerlo. Como si apagarlo me dejara respirar mejor. Como si no bastara con estar lejos de allá. Como si para conseguir un poco de espacio no tuviera que inventar que estoy a miles de kilómetros más lejos todavía. Y lo estaba. Aunque no geográficamente.
Me hundí un poco más en la cama y subí la música.
Antes solía usar auriculares. Me gustaba cómo encerraban todo el ruido solo para mí. Pero ahora ya no. Últimamente, necesitaba que el sonido saliera. Que invadiera la habitación. Como si así pudiera empujar hacia afuera todo lo que tenía adentro. Mentiras, contratos, sonrisas falsas. Al parecer, para conseguir un poco de espacio había que inventarse una mentira.
Justo entonces, los golpes en la puerta. Y, sin mirar aún, sonreí. No me apresuré. Dejé que pasaran unos segundos. Solo para provocarla. Luego bajé un poco la música, no lo suficiente para que dejara de escucharse, pero sí para que supiera que la había oído.
Me levanté y caminé hasta la puerta.
La abrí despacio, como si no llevara esperando verla así: enojada, despeinada, viva.
Me apoyé en el marco con calma. Ahí estaba ella. Ceño fruncido, brazos cruzados, camiseta enorme que dejaba al descubierto un hombro, un trozo de clavícula, y esos malditos pantalones de pijama que no deberían verse tan bien. Y sus ojos. Esos ojos enojados, casi brillando.
—¿Puedes apagar tu maldito altavoz? —soltó al instante, sin rodeos.
Me apoyé en el marco de la puerta, con una sonrisa ladeada.
—¿Sabías que mi altavoz lleva días triste?
Selene frunció más el ceño.
—¿Triste?
—Sí. Desde que lo amenazaste la última vez. No ha vuelto a sonar igual.
—Pobrecito. ¿Quieres que le escriba una disculpa formal?
—No estaría mal, aunque con que no vengas con cara de querer matarlo, se conforma.
—No era al altavoz a quien quería matar.
—Lo imaginé —murmuré, bajando la mirada apenas por su vestimenta antes de volver a sus ojos—. Pero el panorama mejora.
—No te hagas ilusiones.
—¿Y si ya las tengo?
Ella suspiró, entrecerrando los ojos.
—Apágalo, Sterling.
—¿Y si te molesto un poco más antes? —repliqué, ladeando la cabeza con esa sonrisa que sabía que la sacaba de quicio.
Pero justo en ese momento mi móvil vibró sobre la mesita de noche. Lo miré de reojo y se iluminó.
—¿Me das un momento, preciosa? —pregunté en un tono descaradamente burlón.
El ceño de Selene se frunció aún más.
—No me llames así. No estamos en una telenovela —espetó—. Y apaga el maldito altavoz antes de que lo tire por la ventana.
Se dio la vuelta, el cabello suelto cayéndole por la espalda, y avanzó hacia su habitación.
—Siempre tan romántica —alcancé a decir justo antes de que ella cerrara la puerta de un portazo.
Apoyé la frente en el marco de la puerta, sonriendo para mí. Cerré la puerta con un clic suave. Había algo en Selene que me hacía disfrutar incluso cuando me mandaba al diablo. Tomé el móvil y la pantalla mostraba el nombre de Helena. Suspiré. Apagué la música antes de contestar.
—Hola.
No me dio tiempo ni a respirar.
—¡¿Qué te ocurre, Nikolai?! ¿Tienes idea de lo que se armó? ¿De lo que Daphne tuvo que decir en la entrevista? ¡Esto no estaba planeado!
Me alejé un poco el móvil del oído, girando sobre mis talones. Abrí la ventana, dejando que el aire frío me diera en el rostro mientras me apoyaba con un brazo en el marco. El cielo estaba limpio. Tranquilo. Todo lo contrario, a la voz de Helena que no dejaba de escupir frases de pánico.
—Daphne dijo que estás en Ámsterdam. ¿¡Ámsterdam!? ¿Por qué nadie tiene claro dónde estás? ¿Por qué tuve que enterarme por ese artículo?
Rodé los ojos, apoyando la frente un segundo contra el borde de la ventana.
—Me estás escuchando, ¿no? ¡Nikolai!
Lentamente, volví a acercar el móvil a mi oído.
Editado: 30.07.2025