Selene
El cursor parpadeaba. Otra vez.
Frente a mí, una hoja completamente vacía. Blanca. Intacta. Como si se burlara en silencio de todos los intentos que ya llevaba encima. Habían pasado semanas. Meses, incluso. Miles de borradores, miles de versiones, pero nunca pasaba del capítulo cinco. Siempre llegaba ahí y se detenía. Como si algo —ella, la historia, yo— simplemente no pudiera seguir.
Suspiré, apoyando la espalda en la silla y mirando la pantalla con el ceño levemente fruncido. El archivo abierto no tenía ni una sola palabra. Y, aun así, parecía estar lleno de todo lo que no podía decir.
Lo intentaré de nuevo, pensé. Por inercia. Porque rendirme no era una opción real.
O no todavía.
Mis dedos se apoyaron en el teclado, apenas tocando las teclas, como si esperar un poco más fuera suficiente para que las frases aparecieran solas. No lo harían. Ya lo sabía. Y, sin embargo, seguía sentada ahí.
Negué despacio con la cabeza. La hoja seguía igual. Y yo también.
Quizás lo más frustrante no era no tener ideas. Era tener demasiadas y no saber cuál era la correcta. Solté el aire por la nariz, me pasé una mano por el rostro y apoyé los codos en el escritorio, como si eso pudiera invocar alguna mínima señal de inspiración. Y justo cuando mis dedos se movieron hacia el teclado, un par de golpes suaves —pero insistentes— resonaron en la puerta.
Cerré los ojos un segundo. Suspiré. Por supuesto ya sabía quién era.
Me levanté sin mucha prisa, y al abrir la puerta, lo encontré de pie. Nikolai. Con su hoodie gris, el pelo ligeramente despeinado y esa media sonrisa que anunciaba problemas.
—¿Necesitas algo? —pregunté, no brusca, pero sí con cierto cansancio.
—¿Siempre tan encantadora? —respondió él, apoyándose con descaro en el marco de la puerta—. Vine a saludarte. Un mes de convivencia, y ni una felicitación.
Parpadeé.
—¿Qué?
—Me sorprende que no hayas huido todavía.
—Estuve a punto —repliqué, cruzándome de brazos.
Nikolai soltó una risa baja.
—Tarde. Ya hay compromiso emocional. Tu portátil y mi altavoz firmaron contrato.
—Será una relación tóxica —murmuré sin perder el tono seco—. Y siempre estás invadiendo mi espacio.
—Y tú siempre respondes. Aunque digas que estás harta, sigues abriéndome la puerta.
—Porque golpeas como si el mundo se fuera a acabar.
Él sonrió, ese tipo de sonrisa que sabía usar como arma.
—Es que no me gusta quedarme afuera, sobre todo cuando sé que estás adentro, vestida así.
Fruncí el ceño, pero no me moví. El sweater que llevaba dejaba al descubierto mis hombros y sus ojos no se molestaban en disimular.
—No me mires así.
—¿Así cómo?
—Como si fueras a decir algo estúpido.
—Eso pasa cuando solo cuando hay ideas estúpidas, y nunca las tengo. Solo ideas buenas —replicó, sin apartarse—. Como tocar tu puerta solo para verte así de malhumorada.
—Estás completamente aburrido, ¿verdad?
—Tal vez. Pero tú eres mi entretenimiento favorito.
Dio un paso al frente, sin invadir, pero acortando el espacio con precisión.
—Y aunque lo niegues, sabes que tú también te estás acostumbrando.
—¿Acostumbrándome a qué? —pregunté frunciendo levemente el ceño.
—A que te busque. A que siempre haya algo que decirme. A que nunca sepamos cómo termina la conversación.
Lo miré sin responder. Sus ojos se habían vuelto un poco más oscuros, más atentos. Estaba jugando, sí, pero no del todo.
—Si sigues así —agregó, bajando apenas la voz— un día no vas a querer que me vaya.
—Relájate. No eres tan inolvidable.
Sus labios se curvaron con lentitud.
—Dímelo otra vez, pero sin miedo de sonrojarte.
Sentí el calor subir por mis mejillas al instante.
Maldición.
Él lo notó, claro que lo notó.
—Ahí está —murmuró con una sonrisa ladina—. Esa reacción tuya. A veces pienso que solo vengo a provocarla.
—¿Necesitabas algo o solo viniste a molestarme?
—Necesito algo.
—Déjame adivinar, ¿una cuerda rota otra vez? ¿Otro artículo nuevo?
Nikolai se giró lentamente hacia la barra y señaló con la cabeza.
—No. Eso.
Seguí la dirección de su mirada. Sobre la madera, descansaba un ramo de flores.
Me quedé quieta. Los brazos, antes cruzados, cayeron con suavidad a mis costados. Las flores eran sencillas, pero hermosas. Hortensias lavanda y blancas, con ramitas de eucalipto entrelazadas. No exagerado. No ostentoso. Pero perfectamente cuidado.
—Solo pensé que un mes entero sin matarnos merecía algo.
Editado: 30.07.2025