Un rincón llamado nosotros

Lo que aún no se borra de la piel

Selene

Me dolía la cabeza, como si dentro de mi cráneo alguien hubiese olvidado apagar una luz brillante y molesta. Fruncí los labios, sintiendo la sequedad en la boca y ese peso extraño en las sienes que latía suave, pero constante. Me quedé así unos segundos, mirando el techo, dejando que el cuerpo se despabilara a su ritmo, algo lento y torpe.

Suspiré.

Me estiré con pereza, las piernas atrapadas entre las sábanas. Cuando giré hacia el lado, lo primero que noté fue el hueco vacío a mi lado. La silla del escritorio seguía cerca, abierta, y sobre el respaldo una manta.

Me incorporé en la cama con lentitud, los músculos protestando leve, y apoyé los pies en el suelo. El aire que entraba desde la ventana entreabierta me acarició la piel con un leve escalofrío. La puerta de mi habitación estaba entreabierta. Me acerqué despacio, y cuando asomé un poco el rostro por la rendija, los vi.

Nikolai estaba de pie frente a la barra de la cocina, con los brazos cruzados y la mirada fija en Sunny, que sostenía una taza entre las manos. La escena se sentía quieta, cargada.

Sus voces eran suaves, pero claras en la quietud de la mañana.

—Pensé que… podrías hacerle algo —dijo Sunny, con ese tono sereno suyo que igual podía calar como un cuchillo.

Sentí el pulso acelerarse un poco. Ni siquiera respiré.

Nikolai no respondió de inmediato.

—¿Aprovecharme de ella? —repitió Nikolai, bajando la voz.

No fue un susurro, pero sonó más a incredulidad que a enojo.

—¿De verdad crees que sería capaz de algo así?

Sunny no respondió de inmediato. Solo sostuvo su mirada con la taza entre las manos, como si eligiera con cuidado cada palabra.

—No es que crea eso —habló al fin, con un tono más suave, casi cansado—. Pero no te conozco tanto, Nikolai… y Selene tampoco.

Él cerró los ojos un segundo, como si necesitara espacio para que las palabras no lo atravesaran de la peor manera.

—Si alguna vez te di esa impresión, lo siento. Pero no soy ese tipo de persona.

Su voz fue más tranquila esta vez, aunque su mandíbula aún se marcaba tensa.

—Ni en mi peor día cruzaría esa línea. Ni con ella, ni con nadie.

Sunny bajó la mirada, apoyando la taza sobre la encimera con cuidado.

—No quise hacerte sentir acusado —murmuró—. Solo me preocupo por ella. No siempre ha estado con personas que supieron cuidarla.

Sentí como el pecho se me apretó. Porque el tono que usó me dolió, incluso si estuviera hablando de otra persona.

Nikolai asintió lentamente. Su voz se suavizó, casi en un susurro.

—Lo entiendo. Pero te juro que anoche, cada cosa que hice fue para que estuviera tranquila. Yo solo quería que se sintiera segura. Nada más.

Sunny dejó la taza en la encimera y dio un paso hacia él.

—Perdona, cariño —murmuró—. Sé que no fue justo. Solo me preocupé.

Nikolai relajó un poco el ceño, aunque su postura seguía rígida.

—Entiendo que quieras cuidarla —dijo—. Pero si pensaras que podría hacerle daño, ni siquiera habrías confiado en dejarla viviendo conmigo en primer lugar.

Sunny lo observó un segundo largo. Luego asintió, con un suspiro leve.

—Tienes razón —admitió, en voz baja.

Desde mi rincón, tragué saliva. No me esperaba eso. No la desconfianza, ni la defensa, ni el tono con el que él lo había dicho. Como si realmente le doliera.

La madera crujió bajo mis pies cuando empujé la puerta. Ambos se giraron hacia mí.

—Hola —murmuré, más tímida de lo que habría querido sonar.

—Cariño… —susurró Sunny—. ¿Cómo despertaste? ¿Te duele algo?

Asentí apenas, con una pequeña sonrisa. Todavía sentía el pulso en mis sienes y un leve zumbido detrás de los ojos. Pero no era solo eso. No sabía cómo explicarlo. Había algo raro en el aire, como si el ambiente hubiese cambiado antes de que yo entrara.

Nikolai no dijo nada. Solo me miraba. Y por un segundo extrañé su sonrisa burlona de siempre.

Sunny se acercó y me tomó el rostro con ambas manos, suave. Me examinó con ternura, como si esperara encontrar una fiebre que no estaba.

—Deberías estar muy agradecida de Nikolai —dijo entonces, volviéndose a mirarlo un segundo, antes de enfocarse de nuevo en mí—. Se quedó contigo toda la noche y te cuidó como si fueras de cristal.

Yo bajé un poco la mirada y luego la subí para buscar los ojos de él.

—Gracias —Dije en voz baja, apenas audible—. Por… todo.

Él se apoyó con los brazos cruzados en la encimera. Una sonrisa ladeada apareció en sus labios, pero no era tan irónica como siempre. Solo más tranquila.

—No tienes que agradecerme.

Sunny se giró hacia mí entonces, su expresión más seria.

—Quiero hablar contigo, señorita. Y con Hank también —agregó, señalándome con un dedo leve, pero directo—. No creas que lo he olvidado.




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