Nikolai
Era de noche.
Las luces cálidas del bar trazaban sombras largas sobre el suelo de madera, mientras el murmullo constante de conversaciones llenaba el aire. No estaba lleno, pero sí lo suficiente como para sentirse vivo. Un par de hombres jugaban cartas cerca de la ventana. Una pareja reía bajito en la esquina. Sunny hablaba con Hank al otro lado de la barra. Y yo, en cambio, me senté solo, en uno de los asientos acolchados más alejados.
Apoyé los codos en la mesa y giré el vaso entre mis dedos, como si eso me ayudara a ordenar lo que no terminaba de entender. No sabía cuánto tiempo más iba a quedarme en Bakewell. Había llegado como una excusa, como un escape, pero últimamente esa excusa empezaba a sentirse demasiado real. Como si cada día estancado aquí me hiciera olvidar lo que había afuera. O lo que se suponía que era yo, allá afuera.
Los rumores seguían saliendo.
Uno decía que estaba en Ámsterdam, escribiendo un disco nuevo. Otro que había colapsado por exceso de fiestas. Y el más reciente, que Daphne y yo estábamos por terminar.
Me reí en silencio. Irónico.
¿Cómo terminas algo que nunca empezó?
Pasé una mano por el rostro, bajando luego hasta el vaso que tenía delante. No lo había tocado más que para moverlo. Ni una gota. Y, aun así, me sentía borracho. De pensamientos. De ella. Selene. Había algo en la forma en que me miraba cuando no estaba a la defensiva. En ese gesto casi imperceptible que hacía cuando estaba a punto de sonreír y lo contenía, como si fuera peligroso. Como si reírse la hiciera vulnerable.
Y quizás sí lo era. Quizás, si me dejaba mirar más, terminaría por derrumbar lo poco que le quedaba levantado.
Me incliné hacia adelante, dejando el vaso de lado. Pasé una mano por mi cabello, soltando un suspiro.
No dejaba de pensar en cómo se cerró. Una muralla que apareció de golpe, sin previo aviso. Como si todo lo que habíamos construido —conversación tras conversación, roce tras roce, esas pequeñas grietas por donde a veces se colaba la risa o el cansancio compartido— se hubiese sellado con una sola palabra.
“Basta, Nikolai. Por favor.”
Me lo había dicho en voz alta, pero lo sentí como si lo hubiera gritado. Su tono, su espalda tensa, la forma en que evitaba mis ojos. Y esa frase. Tan simple. Tan cortante.
Lo peor es que no podía culparla. No sabía lo que cargaba. Solo alcanzaba a intuirlo en los silencios, en las miradas esquivas, en los espacios que dejaba sin llenar cuando hablábamos de su pasado. Y sin embargo dolía. No porque creyera que tenía derecho a algo más. Sino porque por un momento —uno muy corto— había sentido que sí. Que tal vez estaba logrando que bajara un poco la guardia. Que confiara. Pero no. Todo volvió a cerrarse.
—¿Cariño?
La voz de Sunny me sacó de mis pensamientos. Se acercó con una bandeja en la mano y esa expresión cálida que a veces dolía más que el silencio
—¿Quieres comer algo? Puedo traerte una tostada, una tarta, lo que sea.
Negué con la cabeza, sin mucha energía.
—Estoy bien, gracias, Sunny.
—¿En serio? —preguntó, con ese tono suave, medio maternal, medio inquisidor. Como si supiera que no era del todo cierto.
—Sí —repetí, dándole una sonrisa breve.
No pareció convencida, pero no insistió. Y antes de decir algo más, miró hacia mi derecha. Sus cejas se levantaron apenas y, al girar un poco la cabeza, la vi.
Selene. estaba de pie, justo a un lado del asiento acolchado, mordiendo su labio inferior, como si estuviera dudando si debía estar ahí o no. Llevaba puesta mi hoodie —que en realidad ya era suya—, el gorro caído hacia atrás, las mangas cubriéndole parcialmente las manos.
Se veía… No sabía cómo describirlo. Frágil. Firme. Nerviosa. Preciosa. Todas a la vez.
Nuestros ojos se encontraron y mi espalda se tensó, aunque no me moví.
—¿Puedo sentarme? —preguntó Selene en voz baja, sus dedos jugando con el borde de una de las mangas.
No me miraba directamente, pero asentí con suavidad
Se sentó despacio frente a mí, como si temiera romper algo. No tan lejos, tampoco demasiado cerca. Justo en medio de esa distancia segura que todavía manteníamos. Sunny con su sonrisa encendida como si estuviera al tanto de alguna escena que no habíamos terminado de entender.
—¿Te traigo algo, cariño? ¿Té, tostadas, un poco de tarta? Hoy hicimos de limón.
—No, gracias. Comí algunas galletas antes —respondió Selene, sin levantar mucho la voz.
—Perfecto —dijo Sunny, guiñándome un ojo como si no lo notara Selene—. Entonces los dejo, mis estrellas de la convivencia. Pórtense bien.
Rodé los ojos, pero ella ya se iba con su sonrisa traviesa.
Nos quedamos en silencio. Solo el murmullo del bar, platos que chocaban, risas a la distancia. Sentía su presencia frente a mí. Calmada. Contenida. Y aun así ahí.
Giré apenas el rostro para mirarla, y justo en ese momento, Selene hizo lo mismo. Se mecía levemente en el asiento, como si dudara. Sus labios se movieron un segundo sin emitir sonido, hasta que finalmente habló.
Editado: 30.07.2025