Un rincón llamado nosotros

Un paso atrás sin retroceder

Selene

El aire helado me golpeó apenas salí, pero la hoodie de Nikolai era cálida. Demasiado cálida. Como si el calor que me había dejado en la piel siguiera aferrado a la tela. Caminé rápido, abrazándome por inercia, y cuando empujé la puerta del bar, el aroma a café, pan tostado y madera vieja me envolvió como un refugio.

—¡Ahí estás!

La voz de Sunny llegó desde detrás de la barra, cargada de esa calidez suya que siempre parecía conocer la temperatura exacta que uno necesitaba. Caminé hacia ella, aún con las mejillas encendidas por el frío. O por todo lo demás. No estaba segura.

—Pensé que iban a seguir encerrados toda la semana —Añadió, dejando el paño a un lado y abriendo sus brazos con una sonrisa—. Ven. Vamos a la cocina. Aquí no se puede hablar tranquila.

Asentí, siguiéndola entre las mesas aún vacías hasta la parte trasera. Las luces cálidas colgaban sobre los mesones, y el calor del horno se sentía como un abrazo al entrar. Sunny me ofreció una taza de té sin preguntar y se apoyó en la encimera, esperándome con esos ojos que sabían leer demasiado.

—¿Y bien? —Preguntó al fin, cruzándose de brazos—. ¿Todo bien allá arriba? Llamé tres veces, pero nadie abrió.

Tragué saliva. Me apoyé también, sintiendo el calor de la taza entre las manos.

—Todo bien —respondí con una pequeña sonrisa.

Y no era mentira. Pero tampoco toda la verdad.

Sunny entrecerró los ojos, divertida.

—Esa expresión no es de “todo bien”. Es de “todo está un poco revuelto, pero aún no sé si eso es bueno o peligroso”.

Sonreí. No pude evitarlo.

—Tú deberías leer cartas o las líneas de las manos.

—Solo leo gente que me importa.

Mis labios se curvaron apenas. Bajé la mirada, enredando los dedos en la taza.

—No pasó nada… —murmuré, sin saber muy bien si me estaba excusando o explicando.

Sunny me observó en silencio un momento. Luego sonrió, con esa suavidad suya que nunca era presión.

—No tienes que contarme nada si no quieres. Solo te vi el otro día. Cómo lo mirabas. Cómo te miró él. Y no me pareció mala señal.

Sentí cómo el calor de la infusión se colaba por mis dedos, pero no era eso lo que me tenía con las mejillas encendidas. Tragué saliva y negué muy levemente, como si eso pudiera borrarlo todo.

—Es un buen chico —añadió ella, más suave—. Sé que lo es. Lo vi en sus ojos cuando te vio llegar al bar esa vez. Vi cómo te buscó, incluso sin darse cuenta.

Mi pecho se contrajo un poco. No estaba segura de merecer que alguien me mirara así. No ahora.

No cuando todavía había partes de mí que no sabía cómo mostrar.
No cuando a veces sentía que todo lo que tocaba terminaba alejándose.
No cuando él parecía tan… distinto. Tan lleno de cosas que no sabía si podía sostener.

—Esa noche… cuando bebí demasiado —dije al fin—. Él no me hizo nada. Ni siquiera intentó. Solo me cuidó.

Sunny asintió, pero su expresión cambió. Se volvió más seria, pero también más cálida. Más maternal.

—Lo sé —susurró—. Nunca dudé de eso cuando volví al día siguiente. Solo… me preocupo, Selene. Hay tantas historias que una ve, tantas cosas que pasan en silencio, tantas personas que cruzan límites sin permiso. Yo solo quería que estuvieras bien, pero sé que quizá pasé a llevarlo a él. No fui justa con Nikolai.

Apoyé la taza sobre el mesón, sintiendo la garganta un poco apretada.

—Él no está molesto contigo —dije—. Lo entendió. Quizá no lo dijo, pero lo entendió.

Sunny exhaló, aliviada. Se frotó los brazos como si hubiera soltado una tensión acumulada en la piel.

—Gracias por decirlo. A veces… a veces cuesta encontrar el equilibrio entre cuidar y controlar. Solo quería asegurarme de no perder tu confianza.

—No la perdiste —respondí sin dudar—. Solo… estoy aprendiendo a confiar en mí también.

Sunny sonrió cálida y apoyó una mano sobre la mía provocando que una pequeña sonrisa se colara en mis labios. El silencio se mantuvo apenas unos segundos más, cálido, reparador. Hasta que una voz aguda —demasiado familiar— atravesó la pared con la sutileza de una bofetada.

—¡Hola! Disculpa, estoy buscando a una amiga. Se llama Selene. Es más o menos así de alta, con el cabello largo, algo revuelto. Me dijeron que la vieron por aquí…

Mi cuerpo se tensó al instante, la taza tembló en mis dedos y mis ojos se abrieron como si un balde de agua helada me hubiera golpeado directo al pecho. Sentí el pulso dispararse, caliente y errático, mientras mis labios se separaban apenas, sin lograr emitir palabra.

No. No podía ser. No tan pronto.

Negué lentamente, como si pudiera borrar la voz con ese solo gesto. Sunny se inclinó hacia mí en silencio, aún rodeando con su mano la mía. Me dio un pequeño apretón en los dedos y susurró, con toda la calma del mundo:

—Tranquila.

Asentí con un movimiento casi imperceptible, incapaz de tragar el nudo que se me formó en la garganta. Sunny se puso de pie y salió por la puerta de la cocina. Me quedé ahí, sola, con el corazón bombeando tan fuerte que apenas podía escuchar otra cosa. Pero, aun así, sus voces me llegaron:




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