Selene
—Y al día siguiente fui a la estación de autobuses —siguió—. Solo tenía un bolso deportivo, mi guitarra y el impulso de largarme. Y llegué.
Nikolai terminó de hablar con voz baja, como si sus palabras aún cargaran un poco del frío de aquella tarde. Como si cada palabra arrastrara el peso de todo lo que no estaba diciendo.
Lo miré y algo se me apretó por dentro.
Tanto por lo que contaba, por cómo lo hacía. Tan calmo, como si no doliera. Como si ya se hubiera acostumbrado a no esperar que alguien lo escuche.
Me dolió imaginarlo así.
Con tan poco. Con tanto encima. Y sin nadie.
Y por un segundo, no quise decir nada.
Solo quedarme.
Me había movido. Ahora estaba sentada encima de él, con una pierna a cada lado de sus caderas, y sus manos seguían en mi cintura. Él miraba hacia un punto invisible, como si aún procesara todo lo que acababa de soltar. Llevé una mano a su rostro y lo acaricié con los dedos suaves. No dije su nombre. No lo necesitaba. Él parpadeó, y su mirada volvió a mí.
—Me alegra que llegaras —murmuré. Suave. Honesta.
Una línea apenas visible se formó en la comisura de su boca.
—A mí también —respondió, y su voz tenía algo más cálido que antes—. Aunque no lo supiera entonces, cada paso me acercaba a ti.
Me mordí el labio sin darme cuenta, sintiendo cómo algo se desarmaba dentro de mí. Pero no como ruptura. Como entrega.
—Tu representante es una bruja —solté.
Nikolai soltó una carcajada seca y honesta, como si hubiera estado esperando que alguien más lo dijera por él.
—¿Solo una? —bromeó—. Esa mujer tiene doctorado en manipulación emocional. Y probablemente alma de villana de Disney.
Me reí bajito, apoyando de nuevo la frente en su sien.
—Siento que hayas tenido que escapar —murmuré, mientras mis dedos seguían delineando su mandíbula, tan suave como podía—. Que hayas tenido que llegar tan lejos solo para poder descansar un poco.
Él no respondió de inmediato. Me miró. Profundo. Como si sus ojos buscaran una forma de decir algo que su garganta todavía no sabía traducir.
—Lamento que te hayan controlado tanto —susurré, casi en un hilo de voz— . Como si estuviera mal ser tú. Como si no fueras suficiente sin filtros, sin horarios, sin mentiras.
Hice una pausa, sintiendo cómo su mirada pesaba sobre mí.
—Tú no necesitas que nadie te apruebe para brillar. Ya lo haces. Incluso cansado. Incluso roto.
Nikolai siguió mirándome. Bajó un poco la cabeza. Vi cómo apretaba la mandíbula, cómo algo se le movía dentro.
—A veces —dijo, con voz baja— con tanto tiempo libre, me siento incómodo.
Sus ojos no se movieron de los míos.
—Pasé tanto tiempo ocupado, saltando de una cosa a otra, que se me olvidó cómo estar conmigo mismo. Cómo escucharme.
Lo dijo sin dramatismo, pero algo en su voz me tocó de lleno. Como si por fin estuviera diciendo algo que llevaba mucho tiempo guardado. Y no supe qué hacer con todo lo que me provocó.
Quise acariciarle el rostro, borrar con los dedos cada una de esas ausencias que había tenido que aguantar en silencio. Pero en vez de eso, deslicé mi mano por su pecho, con suavidad, con cariño. Él cubrió mis dedos con la suya.
—Amo la música —continuó—. Amo estar con la gente, hablarles, abrazarlos, saber que mi voz les da algo.
Hizo una pausa.
—Pero cuando me presionan tanto, cuando todo está cronometrado, decorado, controlado, no me fluye nada. Y yo solo quiero hacer canciones. Sentir algo de verdad.
Lo miré con el corazón estrujado. Acaricié su mejilla con los nudillos, despacio, hasta que supe que me estaba dejando verlo de verdad. No por lo que decía, sino por cómo lo decía. Sin barreras. Sin esa sonrisa burlona con la que solía esconderse.
Por primera vez, su voz no sonaba en defensa propia. No buscaba convencerme de nada.
Solo estaba siendo él. Crudo. Cansado. Real.
Y supe que me estaba dejando entrar.
No por lástima. No porque yo insistiera. Sino porque quería. Porque confiaba.
—No importa cuántas luces te apaguen, Nikolai —susurré—. Tú sigues brillando. Incluso cuando dudas de ti, incluso cuando el mundo te exige más de lo que tiene derecho, tú sigues siendo tú. Y eso es hermoso.
Mis dedos bajaron apenas, rozando su mandíbula.
—No tenías que demostrarle nada a nadie. Solo merecías que te vieran. Que alguien te preguntara cómo estás, sin esperar una canción a cambio.
Nikolai tragó saliva. Sus ojos brillaban, pero no por las luces. Llevó una mano a mi cintura y me acarició despacio, con los dedos, como si quisiera asegurarse de que seguía ahí. De que esto era real.
—Gracias —murmuró, casi sin voz—. Por mirarme así.
Y mientras lo decía, llevó su otra mano a mi rostro y me acarició la mejilla con el pulgar, como si las palabras no alcanzaran, pero su gesto pudiera decirlo todo. Me incliné un poco más sobre él, con las manos aún en su rostro, como si no pudiera soltarlo todavía.
Editado: 28.07.2025