Un rincón llamado nosotros

El instante antes del ruido

Nikolai

—Sí claro, no hay problema. Lo puedo revisar esta tarde y te confirmo.

Selene hablaba con el móvil pegado a la oreja y ese tono suave pero seguro que usaba cuando se ponía seria. Estaba sobre mí. Literalmente, sobre mí. Sentada en mis caderas, una pierna a cada lado, como si el sofá le perteneciera, como si yo fuera parte del respaldo. Y ni siquiera parecía notarlo. Su espalda estaba recta, su expresión enfocada, pero sus dedos jugaban con la manga de su sweater, y había algo en su sonrisa —esa curvatura mínima, disimulada— que decía lo contrario.

—No, no lo tengo ahora mismo, pero puedo revisarlo cuando el portátil a mano —continuó, haciendo una pequeña pausa para escuchar.

Apenas moví las manos. Las deslicé por el costado de sus muslos, lentas, como si estuviéramos solos en una habitación sin relojes. Selene no se inmutó. Solo presionó un poco más los labios, y su ceja derecha se alzó por un segundo. Sabía exactamente lo que hacía.

—Sí, sí, lo vi. El archivo con la versión final —siguió hablando, bajando la vista un instante hacia mí, como advirtiéndome que se mantuviera la paz.

No le hice caso.

Subí mis manos hasta su cintura, jugando con el borde de su sweater. Mi pulgar rozó su piel, justo ahí donde empezaba el calor. Sentí cómo su respiración se modificaba. Leve. Quieta. Como si intentara seguir la conversación con normalidad, pero su cuerpo hablara en otro idioma.

—Sí… sí, entiendo. No, ningún problema —dijo al celular, pero su voz se hizo más suave, como si le costara mantenerla estable.

Incliné la cabeza. Nos rozamos, pero no llegamos a besarnos, aunque el aire entre nuestros labios se volvió más denso.

—Lo reviso y te escribo en un rato —agregó, apenas un susurro— Adiós.

Cortó. No se movió.

—¿Así suenas cuando estás al borde? —murmuré, con una sonrisa—. Podrías haber dicho “te llamo luego” y colgabas diez minutos antes.

—Cállate.

Una sonrisa se quiso colarse en sus labios, la reprimió, pero de todos modos se asomó. Ella no se apartó ni un milímetro.

—¿Eso fue profesional? Porque sonabas más como si estuvieras por… —me acerqué aún más, apenas un roce más y su nariz tocó la mía— perder el control.

—Nadie pierde el control contigo, Sterling.

—No todavía.

Antes de que pudiera lanzar otra de esas frases con filo que tanto le gustaban, le quité el móvil con una mano. Lo dejé a un lado, sin cuidado, como si no existiera. Mis ojos no se apartaron de los suyos ni un segundo.

—Eso es acoso a la privacidad —dijo ella, con una sonrisa.

—No —murmuré, apoyando una mano firme en su espalda—. Eso es darte una excusa para dejar de fingir que no me estás buscando igual que yo a ti.

Y no le di más tiempo. La besé. La atraje con fuerza y ella se dejó ir, como si lo hubiera estado esperando. Sus labios chocaron con los míos, hambrientos, decididos, y en un segundo ella se pegó más a mi cuerpo. Mis manos se movieron por su espalda, lentas al principio, después más seguras, más firmes. La recorrí con las mismas ganas que tenía hace diez minutos atrás. Selene gimió apenas contra mi boca y yo la sujeté más fuerte.

Sentí cómo me rodeaba con los brazos, con el cuerpo entero, como si también necesitara aferrarse. Su beso se volvió más profundo, más exigente. Uno de mis pulgares subió por su cintura hasta rozar justo bajo su ropa, tocando piel. Calor. Vida. Ella bajó una mano a mi cuello, luego a mi pecho, y de ahí más abajo, rozando mi camiseta. Me obligué a no perder el control, a mantenerme en el momento. Pero era jodidamente difícil cuando la tenía así, encima de mí, besándome como si el resto del mundo no importara.

Mis labios bajaron a su mandíbula, apenas un segundo, y luego volvieron a los suyos. Selene abrió la boca para decir algo, pero no la dejé. Mi lengua rozó la suya en un movimiento lento, seguro, y su cuerpo se tensó un instante antes de rendirse por completo contra el mío. La sujeté con más fuerza de la cintura, marcando el ritmo, hundiendo los dedos en el borde de su sweater mientras la sentía aferrarse a mí como si necesitara algo a lo que sostenerse. Su mano subió hasta enredarse en mi cabello, con los dedos firmes, sin cuidado. Me gustaba así. Sin filtro. Sin freno. Sus labios estaban aún entreabiertos cuando me separé apenas. Un centímetro. Lo justo para respirar el mismo aire. Para rozarla sin tocarla del todo.

—No sabes lo que provocas cuando me miras así —susurré contra su boca, con la voz más baja, más ronca que nunca.

Ella respondió con un leve temblor, con esa mirada que ya no escondía nada. Su mano se deslizó por mi cuello hasta hundirse en mi cabello, y no esperé más. Me giré con ella entre mis brazos y la acosté suavemente en el sofá. Mi cuerpo encima del suyo, sosteniéndome con un brazo mientras la otra mano la rodeaba por la cintura. Esta vez ella me besó. Más profundo. Más firme. Esta vez no hubo pausa. Ni espacio para pensar. Mi boca respondió con la misma urgencia. Nos movíamos al mismo ritmo, como si el aire se hubiera vuelto innecesario. Mis dedos se colaron por debajo de su sweater, subiendo por la piel caliente de su cintura, su costado, hasta la parte baja de su espalda. Suave. Despacio. Cada caricia dibujándola desde adentro. La sentí arquearse apenas bajo mí, aferrándose a mi espalda como si no quisiera soltarme nunca más. Mis labios se deslizaron por su mejilla, luego bajaron por su mandíbula hasta encontrar el hueco de su cuello, justo donde el sweater dejaba ver piel. Dejé un beso lento ahí. Luego otro. Más abajo. La piel le tembló bajo mi boca y la sentí soltar un suspiro apenas audible.




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