Un rincón llamado nosotros

El instante antes del ruido

Selene

La puerta apenas llevaba un par de segundos abierta cuando la figura apareció al fondo del pasillo. No hizo falta que hablara para que el ambiente cambiara. Pero lo hizo igual.

—Aquí estabas —soltó con una sonrisa que no le llegaba a los ojos, como si acabara de encontrar a un niño haciendo algo indebido.

Nikolai se adelantó un paso.

—Hola, Helena —respondió. Su voz sonaba más seca que de costumbre, más baja.

Mi cuerpo se tensó al instante.

Sabía quién era. No la había visto nunca en persona, pero no necesitaba presentación. No después de lo que Nikolai me había contado. No después de haberlo escuchado hablar con la voz rota, cansada, y aun así temblar un poco al mencionar su nombre.

Sunny, que seguía a mi lado, me tomó la mano con fuerza. Su pulgar acarició el dorso, como si pudiera calmar el temblor que se me estaba subiendo por los brazos. Helena caminó con paso firme, sin detenerse, sin pedir permiso. Traía detrás a un hombre de traje oscuro y el ceño permanentemente fruncido. Ella se detuvo frente a Nikolai, lo miró de arriba abajo como si evaluara un daño, y luego habló con ese tono que sonaba a orden, aunque viniera envuelto en terciopelo:

—Toma tus cosas. Nos vamos.

Así. Sin más. Como si él fuera suyo. Nikolai no se movió.

—No quiero irme. No voy a irme —respondió, con la voz baja pero firme.

Helena soltó una pequeña risa sin gracia.

—¿No?

Se giró hacia el hombre que la acompañaba, como si buscara apoyo visual, y luego volvió a clavar sus ojos en él.

—¿Sabes desde hace cuánto te estoy buscando, Nikolai? ¿Desde cuántos lados me han escrito preguntando dónde estás? ¿Desde cuántos teléfonos he tenido que llamar? ¿¡Tienes idea del escándalo que se ha formado!?

Nikolai frunció el ceño, pero no contestó. Yo sí podía sentir su respiración más pesada. La forma en que la tensión se acumulaba en su espalda.

—Salió una nota esta mañana —continuó Helena, cruzándose de brazos—. Donde aseguran que te vieron aquí, en este pueblo olvidado por Dios, besándote con una chica bajo la lluvia. Con fotos incluidas.

Sentí cómo se me helaba la sangre. Mis ojos buscaron los suyos de inmediato. Y él ya me estaba mirando. Igual de confundido. Igual de atrapado.

—¿Qué? —susurró Nikolai, apenas audible.

—¿Qué parte no entendiste cuando dijimos perfil bajo? —le espetó Helena, sin dejar de avanzar—. ¿Qué no sabías que cualquier cosa que hagas va a salir en todos lados? ¿O acaso te parece buena idea destruir tu relación perfecta con Daphne por un par de besos mojados con una desconocida?

Mis mejillas ardieron. Nikolai apretó los dientes.

—No hables de ella así.

—¿Así cómo? ¿Qué si no supieras lo que estás poniendo en riesgo?

—No. Como si pudieras decidir por todos todo el tiempo —espetó, un poco más alto ahora—. Estoy harto de fingir. De sonreír a la cámara y decir “estamos felices” cuando no siento nada.

—No vamos a tener esa conversación ahora —soltó Helena con frialdad, girándose hacia él—. No delante de todos. No cuando ni siquiera has hecho la maleta. Agarra tus cosas, Nikolai. Nos vamos.

—No me voy a ir —insistió él, con los ojos clavados en los suyos.

—Esto no es una elección —replicó ella, y su tono subió una nota más—. Hay compromisos, contratos, imagen. Y tú ya has hecho bastante daño.

—No pueden llevárselo así —intervino Sunny, dando un paso adelante—. Él no es un objeto.

—Por favor, señora —la interrumpió Helena, sin ni siquiera mirarla—. Le agradecería que no se meta en asuntos que no comprende.

—No le hables así —solté, de golpe. La voz me salió firme. Más de lo que esperaba—. Sunny solo está preocupada por él, como cualquiera de aquí que tenga corazón.

Helena giró la cabeza hacia mí. Despacio. Sus ojos me recorrieron como si evaluara qué tanto valía la interrupción. Y luego sonrió, de forma vacía.

—No me extraña que hayas encajado aquí. También eres buena metiéndote donde no te llaman.

Sentí la quemadura en la piel, pero no aparté la mirada.

—Helena —la llamó Nikolai, seco. Su tono fue un corte limpio en el aire—. No le hables así. A ninguna de las dos. No me hagas repetírtelo.

Me giré hacia Sunny, que fruncía el ceño, pero se mantenía firme. Le acaricié la mano, intentando calmarla, aunque yo misma sentía el pulso en la garganta.

—¿No?

Helena ya no sonaba controlada. Sonaba cansada. Y harta.

—¿Entonces qué vas a hacer, Nikolai? ¿Vas a dejar que toda tu carrera se hunda? ¿Tirar a la basura años de trabajo porque te encaprichaste con una chica de pueblo?

Me ardieron los ojos, pero no lloré. No porque no doliera, sino porque el golpe fue seco. Como si hubieran hablado de mí sin mirarme, como si ni siquiera fuera una persona, solo un estorbo. Solo una mancha en su imagen.

—Esto va a explotar —continuó Helena, sin bajar la guardia—. Y cuando lo haga, no solo tú te vas a ir a pique. También ella —me señaló—. ¿Crees que nadie va a buscar quién es? ¿Qué nadie la va a acosar? ¿A escarbar en todo lo que tenga?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.